La reedición revisada y ampliada de este libro es una buena oportunidad para destacar sus méritos. El autor, Rubén Olivera -como quizá sepa buena parte de los lectores-, es un compositor, guitarrista y cantor de ya larga trayectoria, a quien se suele recordar antes que nada porque uno de los frutos de sus primeros años de actuación pública fue “A redoblar”, compuesta junto con Mauricio Ubal. Pero aquella canción, que pronto se volvió emblemática, no es un buen resumen de su producción artística, e identificarlo con ella es pasar por alto que Olivera también es, entre otras cosas, un notable docente, no sólo de su instrumento, sino también en un área vasta y compleja relacionada con el significado social de la música popular, con apoyo en enseñanzas de otras personas y de una considerable reflexión propia. No ha desarrollado su docencia sólo para los interesados en formarse como músicos, sino también mediante una labor en medios de comunicación que incluye, además de valiosos artículos para prensa, su trabajo como conductor en televisión y, desde 2006, en el programa radial Sonidos y silencios (Emisora del Sur). El libro recoge y reelabora cosas dichas en ese programa y también en charlas, además de recoger escritos publicados originalmente en otros soportes.

Antes de reseñar lo que esta obra es, quizá convenga señalar lo que no es. Cierta noción ideológica bastante extendida sentencia que el enfoque de los fenómenos musicales con una mirada politizada desde la izquierda conduce, forzosamente, a resultados indeseables, como la apología de la propaganda, la adopción de fórmulas dogmáticas para juzgar a los creadores y muchas otras formas de empobrecimiento de la producción artística, del juicio acerca de ésta y de la capacidad de disfrutarla. Pero, aunque no falten ejemplos de creadores, críticos, académicos o integrantes del “público en general” con los defectos mencionados, tales defectos no son en lo más mínimo un resultado necesario de la mirada politizada, y tampoco de lo que ocurre cuando esa mirada proviene de la izquierda. En este sentido, Sonidos y silencios es una prueba elocuente de que puede resultar enriquecedor asumir que, como la música ocurre en la sociedad, es inevitable que su significación social se inscriba en una trama ideológica e histórica, y que profundizar en la comprensión de esto no limita nuestra capacidad de disfrutar los fenómenos musicales, sino que la amplía... siempre y cuando, como ocurre en este libro, esa comprensión se desarrolle con el auxilio de grandes dosis de información, sensibilidad, apertura, rigor intelectual y ética (por ejemplo, en el libro se define a “la identidad” como algo heterogéneo y siempre en proceso de cambio, tanto en la escala individual como en la colectiva, y esto indica con gran claridad a qué distancia está de diversos conservadurismos).

Olivera combina tres cualidades muy valiosas para abordar la tarea. Por una parte, como su politización no trae consigo la intención de convocar -o por lo menos no ahuyentar- a una amplia gama de votantes, carece de ciertos pudores habituales en la izquierda de estos tiempos: si ha llegado a la conclusión de que determinada problemática cultural es consecuencia del capitalismo, no alega que se debe a desviaciones individuales, a imperfecciones en el funcionamiento deseable de los mercados o “al neoliberalismo”, sino que deja escrito con su firma lo que piensa. En segundo lugar, eso no implica linealidades ni lineazos, sino que sus reflexiones conforman una visión compleja, matizada y abierta a la incertidumbre, consciente de muchas relatividades y ambigüedades (pero no relativista ni ambigua), o sea, el único tipo de abordaje de los fenómenos culturales que puede aspirar a interpretarlos y a transformarlos con algún provecho. Por último, su discurso tiene valores formales que se adecuan muy bien a los contenidos: es persuasivo sin prepotencia, informativo sin pedantería y entretenido sin frivolidad. A esto último contribuye, como decantado recurso docente, una sabrosa colección de anécdotas, dichos y chistes, intercalados de modo muy pertinente para enriquecer la comprensión de los datos y las ideas planteadas.

El libro está estructurado en seis partes: “Espacio sonoro”, donde delimita, como objetos de estudio, los lenguajes musical y verbal, así como el “paisaje sonoro” conformado por los sonidos que no se clasifican en ninguna de las dos categorías anteriores; “El ser humano en contexto”, dedicado a cuestiones de cultura e identidad; “La enseñanza de la música”, que incluye además reflexiones relacionadas con la creación musical; “Géneros en la música popular uruguaya”, con secciones acerca del candombe, la murga, el tango, la música tropical y la música para niños; “Doce músicos”, con semblanzas de Amalia de la Vega, Osiris Rodríguez Castillos, Aníbal Sampayo, Carlos Molina, Anselmo Grau, Alfredo Zitarrosa, Santiago Chalar, Daniel Viglietti, Márcos Velásquez, Los Olimareños, José Carbajal y Héctor Numa Moraes, en una selección que en varios casos es rescate del olvido y del sectarismo; y una “Miscelánea” final, que suma aportes sobre la cuestión de la “canción política”, la censura en dictadura, los jingles y otras formas de uso de la música al servicio de los partidos, diversas formas de exilio y marginación, el terrorismo de Estado y la educación popular.

Más que suficiente, como se ve, para que Sonidos y silencios les resulte muy útil a los docentes pero también pueda ser disfrutado por cualquier persona interesada en entender un poco mejor de qué modo adquiere significados lo que oye, y en asumir lo que Olivera afirma: “Un artista no es una clase especial de hombre, sino que cada hombre y cada mujer son una clase especial de artista”.