La obra de Héctor Galmés atraviesa el período predictatorial y la dictadura propiamente dicha. La poca crítica que puede hallarse sobre ella considera a ese período histórico como una fuente primaria de su escritura. No es que no lo sea, pero pienso que plantear una vinculación exclusiva es un error gravísimo.
Según algunos críticos, sus primeras novelas, Necrocosmos y Las calandrias griegas, se desarrollan en íntima relación con el desasosiego y la falta de esperanza de los artistas de aquella época. Pero esas obras, como las demás suyas, son más que eso. Lo histórico es colateral. En este sentido, considero que una visión netamente historicista de autores con trazas de lo que Rama denominó “raros” implicaría reducir una vasta obra a los parámetros de un realismo, quizá sesgado por la militancia política en un sentido amplio del término. La capacidad creadora de Galmés sobrepasa ciertas ideas sobre la realidad, para plantear un universo en estrecha relación con ella, pero también con una cosmovisión de la cual es inventor.
Galmés reescribe la Biblia. En sus novelas y cuentos habita una mitología cristiana que termina por resquebrajarse, dejando heridas que vitalizan una nueva interpretación de lo canónico dentro de algunas tipologías del género fantástico. El mito en sí mismo es alegoría y, como tal, convive con la realidad. Adán deja de ser él mismo para volver a la vida y convertirse en otro hombre. Dios pasa a ser una entidad que, aun omnipresente y autoritaria, crea en esta literatura seres que no son humanos, como en “Sosías”, o capaces de establecer un intercambio de cuerpos en una misma alma, como en La noche del día menos pensado.
El autor busca, por medio de referencias textuales del entorno bíblico, crear un universo propio. Se remite a creencias de los pueblos, ya sea en un héroe o en un dios, y logra configurar su propia mitología, cargada de antihéroes, en la que predomina la secuencia de episodios con ambientes parecidos o personajes que se repiten. Toda su narrativa mantiene un diálogo interno.
Mediante la escritura deconstruye el relato bíblico. Las nociones de Infierno y Paraíso se tornan borrosas, y concreta un punto de vista desde el cual ambos universos conviven. Dante y Don Quijote permanecen allí, pero formando parte de ese cosmos alegórico. Los vacíos del hombre de todas las épocas sobrepasan a narrativas singulares. Acrecienta su angustia y lo hace desprenderse de conjeturas bipartitas para ubicarlo en un no lugar, donde gobierna el caos. Por eso me viene a la mente el parlamento shakesperiano: “Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las soñadas en tu filosofía”.
En términos generales, deslinda el contenido alegórico para convertirlo en fluctuación entre la realidad y el modo en que sus personajes la perciben, focalizándose en las percepciones y explicaciones religiosas, así como en las simetrías establecidas entre éstas y la literatura clásica. Adonis, en Las calandrias griegas, imagina la posibilidad de escribir un Quijote desde el punto de vista de Dulcinea. Este perspectivismo sugerido durante gran parte de su obra permite desarticular el canon y proyectar nuevos discursos.
En su reformulación y desarticulación del tiempo y del ser con respecto a relatos previos, se instala Jorge Luis Borges, a partir del típico juego del laberinto y de las fracturas de la verosimilitud. En “El puente romano” y “El inimaginable juego de Hermógenes” abundan las citas referenciales a espacios, momentos históricos y otras obras literarias. Galmés logra un clima espectral en sus cuentos, ya que el terror amenaza la tranquilidad y la pasividad de una sociedad cargada por el tedio y por rituales sin sentido. Los hombres tienen miedo de lo que desconocen, pero también de sí mismos. Un igual a mí, o un yo mismo, son mucho más amenazantes que la entrada a un mundo sobrenatural. De este modo, el prototipo del Doble define su literatura y la lleva hacia las corrientes de lo siniestro.
Galmés enriquece y pone en ejercicio prototipos de la técnica narrativa. Vuelve pertinaz el anacronismo literario a partir de otro sesgo narratológico: así podemos observar un juego que establece con “los grandes”, como en este pasaje de La siesta del burro: “La Biblia habla bastante mal de la risa. Claro, ¿cómo es posible reír en un valle de lágrimas si no es por obra del Demonio?”.