El 27 de noviembre, la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República (Udelar) celebró su centenario como facultad independiente: antes de su fundación era parte de la Facultad de Matemáticas. La conmemoración procuraba, principalmente, reunir a quienes pertenecen y han pertenecido a la casa de estudios, por lo que presentó su sede, el icónico edificio de Bulevar Artigas, engalanada y organizada como una exposición continua de los trabajos que allí se realizan. La celebración incluyó también actividades protocolares con la presencia de personalidades como el rector de la Udelar, el doctor Roberto Markarian, la decana de la Facultad de Ingeniería, la ingeniera María Simon, y representantes de los distintos órdenes y gremios.

Pero, más allá de lo que sucedió en esa concurridísima y lluviosa noche de viernes, lo que interesa comentar ahora es uno de los productos más importantes del centenario de la facultad: el libro Cien años. El interés está en el libro en sí, por su calidad y capacidad comunicativa (es, además, un objeto bello, como era de esperarse), pero también en que su lectura permite hilvanar una historia que trasciende el interés específico de una disciplina y sus avatares, ya que nos muestra el rol que la Facultad de Arquitectura, en sus 100 años, ha desempeñado en la cultura de Uruguay.

Por escrito

La elaboración de un libro que resuma, por decirlo de algún modo, la historia de una facultad puede ser una tarea imposible si se pretende alcanzar acuerdos que concilien las distintas visiones sobre el pasado; el lejano y, especialmente, el reciente. La metodología utilizada para realizar el libro Cien años intenta eludir, como dice el decano, el doctor arquitecto Gustavo Scheps, en el prólogo, “el discurso único, la exposición concluyente” por medio de un producto coral, polifónico, que asume que sus miradas y relatos son “fatalmente incompletos”.

La estructura que hizo posible elaborar el libro se apoya en una Comisión de los Cien Años, que definió un comité editorial formado por diez editores (uno por década), quienes a su vez escogieron a 100 autores (uno por año, obviamente). Cada década es presentada por un editor y a cada año le corresponde un relato que ocupa una página completa y una fotografía, en la página contigua, que ilustra el texto. Hasta aquí tenemos solamente un sistema, un procedimiento que no asegura la calidad del conjunto, sino que plantea las reglas del juego. El resultado, gracias a editores y a autores, es un libro amable y conmovedor por momentos, que, como adelantaba antes, sitúa a la facultad en los principales debates culturales de cada época.

La publicación del libro se enmarca en una política del actual decanato de “reposicionar la arquitectura y el diseño como dimensiones fundamentales de la cultura”, como le contaba el año pasado a la diaria Scheps (ver ladiaria.com.uy/articulo/2015/5/forma-y-espacio/); de la misma forma, en el prólogo de Cien años afirma que el libro intenta ser en sí mismo un “acontecimiento cultural”. Este libro tiene la capacidad de establecer ese nexo entre cultura y arquitectura a través del tiempo y, de alguna forma, propone el desafío de “asumir las responsabilidades de nuestro tiempo en el proceso de construcción histórica”, continúa Scheps.

100 relatos

Me propongo ahora repasar someramente algunos de los hitos principales, una selección personal y errática, que aparecen narrados en Cien años. Sólo cuando incorpore algún texto de forma literal citaré al autor; los autores restantes pueden ser consultados en el índice del libro.

1915 fue el año en el que la tensión entre arquitectos e ingenieros acabó por definir los perfiles y las especificidades de cada una de esas disciplinas; a partir de entonces, se crearon ambas facultades (otro ejemplo del tan manido binomio crisis-oportunidad), con la participación destacada del doctor Baltasar Brum. En esos primeros años de la facultad, la figura predominante fue, sin duda, la de Monsieur Joseph Carré, quien lentamente guio la transformación de la carrera: de una formación academicista (Beaux-Arts) a una formación más renovadora, apoyada más adelante en los profesores arquitectos Mauricio Cravotto y Julio Vilamajó.

En 1918 se creó el Centro de Estudiantes de Arquitectura (Ceda); el libro da cuenta de su constante y activa participación a lo largo del centenario, en muchos casos proponiendo y fomentando los principales debates sobre temas de arquitectura y sociedad. Así lo muestran los textos correspondientes a la creación de la Revista Ceda, editada por primera vez en 1932; la huelga estudiantil del año siguiente contra el golpe de Estado de Gabriel Terra; la realización del mundialmente famoso grupo de viaje, que tuvo su primera experiencia en 1947; la colocación de una enorme pancarta en la fachada de la facultad que rezaba: “Fuera el imperialismo yanqui de América Latina, viva la revolución cubana”, por la visita de Dwight Eisenhower a Montevideo en 1960 (hecho que terminó en una fuerte represión policial); la edición de una nueva revista en 1981, Trazo, que procuraba generar espacios de libertad en una facultad aún intervenida por la dictadura; la realización del Encontrazo un año después, nombre que en 1990 volvería a ser usado para el Primer Encuentro de Estudiantes de Arquitectura, realizado en Montevideo, que inauguró una tradición de encuentros anuales en toda América del Sur.

Volviendo al orden cronológico, en 1918 se realizó por vez primera el Gran Premio (antecedente lejano de los citados grupos de viaje), que consistía en enviar un estudiante a un largo viaje de estudios. La página del año 1920 relata la experiencia de Vilamajó y la relación con sus dibujos, algunos de los cuales aún pueden verse en el Museo Nacional de Artes Visuales hasta el 21 de febrero.

El relato del centenario pondera el decanato renovador de Leopoldo Carlos Agorio en 1928, ya que, como escribe la arquitecta Cecilia Hernández Aguirre, “su discurso refleja la idea del tránsito de una enseñanza en el plano abstracto, sin contenido de valores sociales, estéticos ni técnicos, propios de la composición Beaux-Art, a la aceptación de la técnica, la industria y los cambios en los modos de vida como motor de un arte nuevo”. Estos planteos alimentaron la discusión de los años siguientes, que tuvo un particular énfasis en los aspectos sociales de la disciplina.

Entre 1934 y 1936, Joaquín Torres García brindó una gran cantidad de conferencias en la facultad que vinculaban arte y morfología. Más allá de la importancia puntual de estos cursos dictados por Torres, es de destacar la influencia que tuvo el afamado pintor en arquitectos como Rafael Lorente Escudero, Ernesto Leborgne y Mario Payssé Reyes.

En 1936 comenzó a funcionar en la Facultad de Arquitectura el Instituto de Teoría y Urbanismo (ITU), dirigido por Cravotto, un año después de que una de sus principales figuras, el arquitecto Carlos Gómez Gavazzo, pusiera en relación la desorganización urbana de Montevideo con la falta de formación técnica específica en urbanismo, y un año antes de que el ITU publicara el primer número de su revista. Esta vinculación entre institutos, gremios y publicaciones propias signa la historia de la facultad, y se mantiene hasta nuestros días. Además del ITU, el pensamiento urbano tuvo en los Seminarios Montevideo y en la Maestría de Ordenamiento Territorial sus principales plataformas de reflexión.

Si pensamos en la Facultad de Arquitectura, pensamos inmediatamente en su edificio actual, obra de Román Fresnedo Siri y Mario Muccinelli, inaugurado en 1948. Actualmente saludable, fue preciso que transitara por varios procesos de recuperación edilicia y de su equipamiento, y, luego de pequeñas adiciones sobre la calle Mario Cassinoni, se proyecta una gran ampliación sobre ese sector. Además, en 2011 la facultad se hizo cargo del Museo Casa Vilamajó y adquirió su casa vecina para albergar al Centro de Posgrados, la Casa Centenario.

“El Plan de Estudios de 1952, parteaguas entre dos épocas, fue asumido como mito fundacional de un proceso que, teniendo un ancla en lo disciplinar, se proyectaba en un escenario político de signo progresista…”, resume el arquitecto Nery González. El viraje hacia una facultad más involucrada en los temas políticos (y posicionada ideológicamente en un contexto de Guerra Fría) estableció el marco para las discusiones sobre el perfil de formación del arquitecto de los siguientes 20 años, temas que volvieron a aparecer en la discusión de los planes de 2002 y 2014. El nuevo escenario a partir del Plan 52 trajo aparejado el alejamiento de importantes profesores (y excelentes arquitectos), como Cravotto, Octavio de los Campos e Ildefonso Aroztegui.

Resulta natural pensar en la época de la intervención de la Universidad, de 1973 a 1985, como una etapa oscura; sin embargo, el libro recoge testimonios de resistencia, algunos entrañables, otros jocosos, que resaltan la convivencia y, sobre todo, la creatividad. Los relatos cuentan sobre la búsqueda de espacios de libertad, el diseño de la libertad, ya sea en el ámbito privado de los estudios como en la militancia por la defensa de la ciudad, el Grupo de Estudios Urbanos, la edición de una nueva revista de los estudiantes (la mencionada Trazo) y el primer encuentro de estudiantes (también nombrado más arriba, el Encontrazo).

Finalizando la cronología, quedan muchos momentos por nombrar -en especial, del pasado reciente: las participaciones en la Bienal de Venecia, el premio Archiprix, la reciente creación del doctorado y todo lo relacionado con el intenso año del centenario-, algunos de éstos ya abordados con anterioridad en la diaria. Pero este espacio es acotado y este texto es una excusa; para todo lo demás está el libro.

Ahora, la FADU

A las 00.00 del 28 de noviembre, la facultad cambió su nombre por Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU). Hoy, la FADU recibe a 1.200 estudiantes por año en sus cinco carreras: Arquitectura, Diseño Industrial, Diseño de Comunicación Visual, Diseño de Paisaje y Diseño Integrado. Scheps cierra el libro con este texto: “Nuestra Facultad consolida un espacio completo y sinérgico, abocado a la investigación y formación en torno al proyecto y la transformación del hábitat. Para profundizar la incidencia social y cultural de nuestras disciplinas [...] buscamos adecuar y re-imaginar, con rigor y exigencia, creatividad y honestidad intelectual, sus valores, su identidad y su especificidad”.