La historia de Pau O’Bianchi y la banda Tres Pecados fue tan fulgurante como trágica, y si se les prestara al menos un poco de bola a los proyectos musicales que no son promocionados por los medios masivos ya se les habría asegurado un lugar destacado en el ámbito musical uruguayo, lugar que, por otra parte, tendrán cuando se supere la actitud actual de introducirse hortalizas en los oídos mientras se repite: “Yo quiero música para divertirme”, “yo quiero música para divertirme”. Tres Pecados surgió hace una década como una barullenta formación de estridencia catártica. Apenas un año después de su debut discográfico, Pesadillas para niños y travestis dadaístas (2007), editó un segundo disco (Liu y las dificultades graves en el aprendizaje, 2008) que demostró que su líder, el multiinstrumentista y vocalista Pau O’Bianchi, era un diestro compositor de temas de un pop muy personal y fracturado, para luego volver a las dificultades conceptuales en Dios salve a la muerte (2009) -más que nada un proyecto experimental de O’Bianchi- y luego retornar a las canciones, más elaboradas que nunca, en el EP La ingenuidad fue la que nos hizo aprender (2010). A esa altura ya estaba claro que Tres Pecados era uno de los proyectos más interesantes de lo que puede considerarse el under uruguayo (eufemismo para denominar a las bandas ritualmente ignoradas por los medios y el gran público) y se rumoreaba que su siguiente disco iba a ser decisivo.
Mientras ese esperado trabajo se cocinaba, O’Bianchi, un personaje de una asombrosa productividad, editaba discos en proyectos paralelos como Relaciones Sexuales y Millones de Casas con Fantasmas, que lo mostraban tan cómodo en los formatos acústicos y melodiosos como en los vendavales sónicos que Tres Pecados solía conjurar. Pero cuando en 2011 salió Diciembra, el esperado álbum de Tres Pecados, fue la confirmación del potencial que se adivinaba en las obras anteriores y en los recitales de la banda; era un disco ineludible, conmovedor y perfecto en su balance entre experimentación y sensibilidad pop, uno de esos discos que se adivinan consagratorios y que marcan un antes y un después en la escena, un disco distinto. Cuando apenas habían realizado un puñado de recitales asombrosos en ambas márgenes del Río de la Plata, el jovencísimo, talentoso y carismático tecladista Diego Martínez enfermó de un raro tipo de cáncer y murió en pocos meses, dejando a la banda quebrada musical y espiritualmente.
Fue un golpe enorme que no sólo terminó con las carreras de Tres Pecados y Millones de Casas con Fantasmas, sino que replegó al hiperproductivo O’Bianchi, que permaneció tres años sin hacer ninguna edición discográfica, dedicado a recobrarse del golpe y a armar pacientemente una nueva serie de proyectos, que vieron la luz en forma casi simultánea en 2015. El primero de ellos, el disco psicodélico colectivo Fernando Henry, Lucas Meyer, Pau O’Bianchi, en colaboración con los dos compositores mencionados en el título, ya fue comentado en estas páginas, por lo que vale la pena hablar de los proyectos María Rosa Mística y Alucinaciones en Familia, y sus debuts homónimos editados a fines del año pasado.
Postales íntimas
El primero en editarse fue María Rosa Mística, denominación que engloba al álbum y al conjunto musical formado por O’Bianchi y Renata Castellano para la ocasión, y que se presenta como un objeto puntual sin ulteriores desarrollos futuros o presentaciones en vivo.
María Rosa Mística no es un disco privado (obviamente, desde el momento en que fue editado y difundido por sus autores), pero da la rara -y, en definitiva, falsa- sensación de ignorar por completo a los escuchas y de haber sido concebido exclusivamente como un diálogo íntimo de pareja, ligeramente emparentado con el que John Darnielle (The Mountain Goats) establecía en el ya clásico disco Tallahasse (2002), aunque desprovisto de la agresiva negatividad de aquél. En este caso, todo el disco parece narrar las vacaciones de O’Bianchi y Castellano en San Francisco (Maldonado) durante las que fue grabado en su mayor parte (“nuestra luna de miel en el interior”), el contacto con la naturaleza, la geografía local y posiblemente los alucinógenos, además del descubrimiento mutuo y (aparentemente) la serena separación posterior. Es decir, es una acumulación de canciones que parecen referir a anécdotas muy puntuales, cuyo desarrollo no llega a ser explícito, en unas letras poéticas que parten de una imaginería concreta y rural para llegar a climas más bien abstractos y herméticos. Por otra parte, María Rosa Mística introduce un elemento lírico muy raro en las letras de compositores uruguayos, pero que ya estaba presente en trabajos anteriores de O’Bianchi y, notoriamente, en el excelente y poco atendido disco de Pancho (Coelho) El alta: una espiritualidad que bordea lo religioso, imbuida de más misterios de los habituales en los laicos textos de la canción popular urbana uruguaya.
La conceptualidad no es sólo temática o poética, sino que también impregna la instrumentación de guitarras acústicas, percusiones, efectos de sonido ambiente y baterías programadas. Todo esto conforma un sonido más acústico que los experimentos previos de O’Bianchi en este plano llevados a cabo con Millones de Casas con Fantasmas, pero ocasionalmente deriva en planos de puro ruido (escaso, pero ruido al fin) propios de sus otros proyectos. Sin embargo, es en las voces donde está la decisión más estrictamente personal y (perdón por repetirme) conceptual: todas las canciones están cantadas al unísono por O’Bianchi y Castellano, como si intentaran generar una voz única y andrógina.
El disco es representativo de la progresiva aproximación a las raíces “uruguayas” (las comillas van en el sobreentendido de que toda la música producida y compuesta aquí es uruguaya) de las composiciones de O’Bianchi, algo señalado desde el ya lejano primer disco de Tres Pecados. El mejor ejemplo -y el punto más alto del disco- es el primer tema, “María Rosa Mística”, que bien podría haber sido obra del Jaime Roos de Siempre son las cuatro (si Jaime fuera más afecto a las progresiones de acordes del folk que a los de inspiración jazz-rockera). Apoyado en un poderoso rasgueo de guitarra acústica, deja entrar un tembloroso órgano y termina en una coda percutiva que no puede ser considerada sino un homenaje al autor de “15 abriles”; no sólo el espíritu de Jaime sobrevuela algunos arreglos, también el de Jorge Lazaroff, presente en esa sexta cuerda de guitarra utilizada en forma más bien percutiva en “Los auténticos”.
El resto del disco carece de melodías tan definidas y adherentes, pero alcanza buenos momentos melódicos en “Noche sin luna”, “Bosques” y en el tema que cierra el disco, “Fuente Venus”, en el que, por primera y única vez, la voz de Pau queda sola para entonar la breve letra de la canción, que puede considerarse un resumen de intenciones de todo el disco: “Cuando la gente les canta a los corazones / y le creo, y no me cae tan mal”. De esta manera cierra este disco afectuoso y romántico, que se parece a un álbum de fotos de las vacaciones de una pareja a la que tal vez no conocemos tanto, pero que nos invita a hacerlo.
En familia
Si María Rosa Mística o el disco junto a Lucas Meyer y Fernando Henry pueden considerarse, a pesar del evidente cuidado y empeño puesto en ambos, proyectos laterales de O’Bianchi, Alucinaciones en familia (una vez más, un disco de igual nombre que la banda) es decididamente la continuación del trabajo abruptamente inconcluso de Tres Pecados. En muchos aspectos líricos y musicales, Alucinaciones en familia podría entenderse como una segunda versión de Diciembra, pero como si este disco hubiera sido posproducido en forma maníaca y delicada a la vez. Una de las principales características y virtudes del Tres Pecados de Diciembra era, aun dejando de lado los numerosos invitados presentes en la grabación, cómo el trío base se las arreglaba para sonar como si se tratara de una formación mucho mayor, demostrando un gran dominio de sus dinámicas y relevos musicales, que hacían olvidar por completo la ausencia de un bajo. En Alucinaciones en familia estas dinámicas son sustituidas por una mayor instrumentación fija -ampliada a dos guitarras, bajo y hasta tres teclados-, lo que permite a O’Bianchi trabajar por un sistema de capas de arreglos que bordean lo barroco. Si el espacio y el silencio eran elementos compositivos esenciales en Diciembra, Alucinaciones en familia es de esos discos en los que cada escucha revela nuevos arreglos escondidos detrás de otros arreglos; de instrumentos que se permiten ingresar en una barra de acordes, citar “El hombre de la calle”, de Roos, y volver a desaparecer en el resto del disco; de gritos armónicos de fondo que arman colchones sonoros; de timbres inesperados entre los que la guitarra pierde el liderazgo y, a pesar de estar presente por partida doble, pasa a ser un instrumento más. Es decir, todo un trabajo de producción que llevó cerca de un año y en el que se nota una mano obsesiva y dispuesta a ofrecer una obra grande. Nada de underground minimalista y lo-fi, sino un modelo que está más cerca de los delirios maximalistas de Brian Wilson o, yendo más a lo local, una vez más, al Roos de Siempre son las cuatro.
Claro que todo este trabajo podría ser meramente anecdótico si no hubiera detrás una colección de canciones -apenas ocho, que en principio pueden parecer escasas si se tiene en cuenta el trabajo insumido en la creación del disco- que lo ameritara, y por suerte esas canciones están. Estructural y melódicamente continúan lo desarrollado en Diciembra (e incluso por momentos parecen citarlo), pero con un ánimo más jovial, que sorprende un poco, teniendo en cuenta las circunstancias más bien difíciles en las que fue generado. El recuerdo de Martínez está presente, más allá de la dedicatoria (que también aparece en el disco de María Rosa Mística y en el de Henry, Meyer, O’Bianchi), en la conmovedora “Cáncer pop”, un auténtico mensaje de profundis de Pau a su amigo ausente, pero incluso en ella sobresale cierta euforia vital, uno de esos ambientes de celebración que suelen suceder a las grandes tragedias. Por ejemplo, “Parodista”, que debería ser el hit del disco (ponemos “debería” porque a pesar de lo accesible del disco, sigue perteneciendo a esa clase de objetos “raros” que no parece interesarle mucho al gran público local), podría interpretarse como una mirada irónica y esnob a un mundo carnavalero que parece alejadísimo de la música de O’Bianchi y los suyos, pero en realidad termina siendo el reconocimiento a un entusiasmo que tal vez no sea propio, pero al que se puede ser permeable si no se ha decidido combatirlo en forma irreflexiva. El aire psicodélico y extraviado (digamos “alucinado”) del disco junto a Lucas y Henry vuelve a hacerse presente en los paseos lisérgicos de “Drones sobre Capurro” y en el final bombástico de “Trompas de Falopio”, que evoca la larga y magnífica coda de Diciembra (“Inútil es en español”, tal vez el mejor tema de Pau hasta ahora).
Todas las canciones están llenas de ganchos que no se repiten y de movimientos inesperados, pero -como decía antes- no opacan una cualidad pop general que vuelve al disco accesible a primera escucha, más allá de que se vaya enriqueciendo con las escuchas sucesivas. Incluso se puede notar algunas inflexiones más “latinas” en las melodías vocales, que refuerzan el ligero parecido de la forma de cantar de O’Bianchi con el Vicentico de hace algunas décadas; una similitud que a veces se le ha recriminado, olvidando que el cantante de los Fabulosos Cadillacs es uno de los vocalistas más expresivos del rock argentino, y en absoluto una influencia que debiera ocultarse.
Alucinaciones en familia no es un disco que marque una ruptura estética, un antes y un después, como lo fue Diciembra, pero no da la impresión de tener ese objetivo, sino más bien el de continuar aquella historia interrumpida y hacerlo con un mensaje de reencuentro y afecto. Una forma de decir en canciones amables y emotivas, tan válida como cualquier otra forma de expresarse, que la fuerza creativa y cooperativa que deslumbraba hace unos años sigue estando presente y generosa en este par de discos que merecen escucharse para que la comunión sea completa.