Su cara en remeras, pósters, tazas, marcalibros; su nombre en miles de canciones, libros, películas. Sigmund Freud se convirtió pronto en una de las referencias más citadas del siglo XX y su poderío simbólico se extiende aún en el XXI. Es muy difícil que alguien no tenga aunque sea una vaga idea, un preconcepto acerca del maestro vienés, porque a través del planeta la sola mención de ese apellido es una clave para la broma, la argumentación o la polémica, cada vez que se habla de sexualidad se lo invoca y, al menos en forma de introducción, su doctrina (el psicoanálisis) es estudiada en todas las orientaciones humanísticas. Este año se cumplen a la vez 160 años de su nacimiento y 130 de la apertura de su consultorio para el tratamiento de la histeria. Freud en su tiempo y en el nuestro, publicado originalmente en 2014 por la historiadora y psicoanalista Elisabeth Roudinesco (autora de Historia del psicoanálisis), y en 2015 en cuidada traducción de Horacio Pons, se ofrece como un pretexto para introducirnos de lleno en el mundo y la obra de uno de los pensadores más geniales, controvertidos y vigentes de todos los tiempos.

Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Freud y nunca se atrevió a preguntarle a Slavoj Žižek

Desde los novelistas Thomas Mann y Stephen Zweig, que lo admiraron y fueron sus amigos, hasta cineastas como Woody Allen, cuya obra se ha convertido en gran parte en un subtexto freudiano, la influencia de Herr Professor en las artes es tan abrumadora y su presencia en la cultura popular tan obvia que sin ella no podemos pensar, prácticamente, el arte del siglo XX, desde el surrealismo a John Banville o David Cronenberg, pasando por HD (Hilda Doolittle) y Gustav Mahler, que fueron sus pacientes. A favor o en contra -en la segunda posición, por ejemplo y repetidamente, Jorge Luis Borges y Vladimir Nabokov-, poetas, músicos y pintores acusaron las marcas de una teoría de profundidad inagotable y de alcance removedor. David Bowie, sin ir más lejos (y yendo, a la vez, lo más lejos que se puede ir con respecto a lo humano), sostenía, teorizando un neopaganismo que tiene su inicio más claro en el disco conceptual 1.Outside (1995) pero que consolida en el luminoso Heathen (2002), que al triunvirato conformado por Friedrich Nietzsche, Albert Einstein y Freud le debíamos la destrucción de las bases de nuestra concepción tradicional del hombre y del mundo.

Es que hay una inmensa complejidad en esas tres figuras centrales, y la habilidad de Roudinesco es, justamente, señalar la contradicción vital que movía a Freud y que se volvió centro expansivo de su personalidad. Así, presenta a un hombre que vivió, como su admirado Doctor Fausto, en continuo debate. Que, siendo adepto de la Austria imperial y opositor ferviente al Tratado de Versalles -que dio fin a la Primera Guerra Mundial humillando a los vencidos y sobre todo a Alemania, con los resultados que ya conocemos-, patriarca de una familia numerosa y hombre de costumbres e ideas conservadoras (aunque, sin embargo, fue siempre contrario al sionismo y previó los peligros de la creación de Israel), que practicó y recomendaba la abstinencia y el reencauzamiento de la libido, contribuyó como ninguno antes a la destrucción del sistema familiar patriarcal y dio inicio a una revolución sexual sin precedentes, que tempranamente tuvo sus primeros ecos en el llamado Círculo de Bloomsbury, en el que participaban, entre otros, intelectuales tan dispares como el economista John Maynard Keynes y los escritores Virginia Woolf, EM Forster y Lytton Strachey, a cuyo hermano James debemos la Standard Version (la traducción al inglés de las Obras completas de Freud, publicada por la editorial Hogarth Press, del matrimonio Woolf y difusora de trabajos de los integrantes del Círculo). El padre del psicoanálisis, así, pudo ver en vida el afecto y el respeto que le tenían las principales mentes de su siglo, de HG Wells a Albert Einstein, y también el odio y el resentimiento de otros, que no se cansaron de llamarlo estafador y brujo o que, como Adolf Hitler, intentaron destruir su legado y su vida (de hecho, tres de sus hermanas murieron, ya ancianas, en Treblinka).

Tan fácil es saber “quién fue” Freud que se vuelve difícil, porque, en la misma medida en que sus libros saturan los anaqueles destinados a psicología de las librerías (compitiendo en volumen con los de su hijo rebelde, Jacques Lacan) y su figura se ha convertido en un comodín retórico (para el elogio o la denostación), su vida y su obra se han ido deformando, como en esos espejos raros de los parques de atracciones.

Freud y el Otro

En este contexto, Roudinesco ha logrado con Freud en su tiempo y en el nuestro un trabajo monumental que conjuga rigor científico, erudición y talento literario. Abre metafóricamente las puertas de Berggasse 19 (dirección de la casa vienesa de Freud) y, valiéndose del archivo de la Biblioteca del Congreso estadounidense, analiza, con un estilo muy cuidado y por momentos de gran belleza (sobre todo cuando se abandona a largas listas), la intimidad del hombre que cambió nuestra noción del ser. No cae, en ningún momento, en el chusmerío ni en la polémica infundada (y en este sentido parece un libro escrito contra Freud: el ocaso de un ídolo, de Michel Onfray), pero tampoco en la depuración de “inconsistencias” y de ciertas tradiciones presentes en su pensamiento (y, así, se contrapone a la pionera biografía escrita por Ernest Jones y al trabajo de edición de sus herederos, sobre todo en lo referido a las cartas), ni, afortunadamente, en la hagiografía que lo quiere una especie de semidiós que se dio a luz a sí mismo.

Por el contrario, el inmenso valor de la obra de Roudinesco estriba en la presentación de un Freud profundamente contradictorio, no sólo en su pensamiento con respecto a su accionar, sino dentro de su propia obra, fruto, en muchos sentidos, de la paradoja. De este modo se constituye en él un principio agónico (de lucha de contrarios) vivo e irresoluble, que es ni más ni menos que el gran motor del pensamiento humano. Toda la obra, desde un punto de vista literario, se puede pensar entonces planteada sobre ese eje temático, y la vida de Freud puede entenderse como una permanente dialéctica, no sólo en el sentido de Heráclito, sino también en el platónico de diálogo (y como prueba está su inmensa correspondencia, por ejemplo con su primer compañero de aventuras y luego enemigo Wilhem Fliess, con su discípulo disidente CG Jung, con su predilecto Sándor Ferenczi o con su admirada Lou Andreas-Salomé).

Hubo en Freud una matriz de pensamiento compleja y densa, en la que coexistieron la tradición de la Ilustración alemana (y, en algún sentido, también de la francesa), por un lado, y, por el otro, la del Sturm und Drang y el Romanticismo, pero también el espíritu del Renacimiento italiano (con su amor por Grecia), la fiebre de la egiptología despertada tras las conquistas napoleónicas, y el consecuente desarrollo teórico de la arqueología, la influencia siempre presente de la tradición judía, su fascinación por la obra de Charles Darwin y la zoología, así como su pasión por el ocultismo y lo esotérico y por la literatura y los mitos. Roudinesco rastrea el desarrollo de esa matriz, incorporando en él hechos biográficos que nunca son presentados meramente como causas o efectos, sino que se muestran en toda su complejidad. Así, a la vez que crea un retrato intenso y conmovedor del padre del psicoanálisis, en una edición sin fotografías que incluye 100 páginas de notas, una extensísima bibliografía (que en esta edición viene acompañada, cada vez que es posible, de una mención a la existencia de traducciones a nuestra lengua), la lista de pacientes, un detallado árbol cronológico y un útil índice onomástico, la autora presenta un mapa de la turbulenta historia en el período de la vida de Freud (1856-1939) y, en el Epílogo, un poco más allá, delineando los destinos de sus descendientes, entre ellos su hija Anna, psicoanalista que tuvo un papel central en el estudio de la infancia, y su nieto Lucian, uno de los pintores figurativos más interesantes del siglo XX.

En este sentido de idas y vueltas, de antagonismos y complementariedades, el penúltimo capítulo cobra una importancia fundamental porque opone, con habilidad, la figura de Freud con la de otro austríaco, su auténtica némesis: Hitler. Sin ser en ningún sentido indulgente, Roudinesco, que cuestiona al maestro su definición del psicoanálisis como una ciencia y, en un sentido estrecho, como “ideológicamente neutral”, opone no sólo dos hombres, dos cosmovisiones y dos vidas; opone dos posibilidades de lo humano. Una, basada en el amor a la cultura y en la creencia de que un mayor conocimiento supone un acercamiento a la verdad y a la libertad; la otra, apoyada en la pulsión de muerte y de destrucción, que se abandona al instinto de la horda y se consume en su perversión. Así, mientras la biógrafa psicoanalista traza una vida particular, la historiadora que también es Roudinesco plantea un contexto de relaciones, de acontecimientos históricos, de tradiciones y legados, en un sinuoso recorrido que toca varios de los puntos más altos del pensamiento universal.

(Re)leer a Freud

Con su obra Freud se propuso explorar el lado oscuro, subterráneo y prohibido del ser humano y crear, por medio de figuras clásicas (Edipo, Hamlet, Moisés), una mitología para el hombre moderno. Consecuentemente, esa obra (como las de Karl Marx y la de Nietzsche, por citar dos casos más o menos contemporáneos) tiene, más allá de su valor científico o filosófico, una inmensa calidad literaria, que ha hecho que el crítico Harold Bloom postule a su autor, por su prosa y su alcance popular, como el mayor de los escritores modernos. Así, en ninguna lista de libros básicos deberían faltar los fundacionales La interpretación de los sueños (1900) y El chiste y su relación con lo inconsciente (1905); el inagotable Tótem y tabú (1913); Más allá del principio de placer (1920), Psicología de las masas y análisis del yo (1921) y El yo y el ello (1923) -que pueden funcionar casi como una trilogía sobre la anatomía estructural de la psique-; el fundamental El malestar en la cultura (1930) y el final e inmenso Moisés y la religión monoteísta (1939); ensayos literarios que deben ser leídos con los inmensos reparos necesarios ante las lecturas psicoanalíticas del arte, como Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910), El Moisés de Miguel Ángel (1914) y Dostoievski y el parricidio (1928); o artículos como “Sobre los recuerdos encubridores” (1899), “Introducción del narcisismo” (1914), “Duelo y melancolía” (1917), “Lo ominoso” (1919) y “Fetichismo” (1927); y, por supuesto, descripciones de casos clínicos, como su “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” y “A propósito de un caso de neurosis obsesiva” (1909), o “De la historia de una neurosis infantil” (1918).