El comienzo de 2015 estuvo marcado por la tragedia: mientras Michel Houellebecq lanzaba su nueva novela Sumisión (en la que imagina a Francia gobernada por un partido islamista), 12 personas morían en el atentado contra Charlie Hebdo. Después de ese enero dolorido se destacaron varios títulos, reediciones, nuevas traducciones de clásicos, y más. La que sigue es una lista subjetiva y antojadiza. Como todas.

El Reino, de Emmanuel Carrère. De forma compleja, es a la vez narración ensayística, indagación erudita, diario íntimo, autobiografía y novela histórica, y trata a un tiempo los orígenes del cristianismo y el derrotero de la fe personal de su narrador. Con un estilo que se disgrega sólo para adensarse, El Reino se presenta como una obra total, que prueba distintos géneros y pasa, sin perder en concentración ni en calidad, del humor a la especulación teológica y de la anécdota a la reconstrucción de época. En ese vaivén estilístico, termina siendo una comprobación de las facultades literarias de Carrère. En octubre, Francisco Álvez lo definió como “el libro más importante del año (aunque tal vez no el mejor)” y reitera en enero aquella sentencia.

El inglés, de Martín Bentancor. Está bien, es cierto que El inglés no es el libro más arriesgado de la narrativa uruguaya reciente, pero es indudable que está magníficamente bien escrito. Bentancor brilla en su atención al detalle, su ritmo narrativo y su construcción del mundo de la Tercera Sección. La novela uruguaya mejor cincelada entre las publicadas en 2015, seguida de cerca por Los trabajos del amor, de Damián González Bertolino, y por el híbrido crónica-novela de Fernanda Trías La ciudad invencible.

De ganados y de hombres, de Ana Paula Maia. Una novela construida a partir de una escritura lacónica y precisa, que alterna el western, el sertón y hombres de campo. Este libro, exclusivamente de animales y hombres, está protagonizado por un marronero (encargado de desmayar a las vacas antes de que vayan al matadero), pero éste es un verdugo íntimamente relacionado con sus víctimas. En 120 páginas Maia logra una novela contundente, en la que no se juzga ni se critica, sólo se retrata de forma seca y directa, aunque, paradójicamente, es uno de los libros más conmovedores del año.

Las constelaciones oscuras, de Pola Oloixarac. Además de un bildungsroman -novela de aprendizaje, casi una marca registrada de la autora-, la segunda novela de Oloixarac mete en la máquina clonadora sampleos de posciberpunk, biopunk, ficción weird lovecraftiana y un toque de ucronía de la historia de la ciencia, no muy lejos de Ted Chiang y del Thomas Pynchon de Contraluz. Las 30 primeras páginas son, sencillamente, deslumbrantes: un ritual que recuerda a La sombra sobre Innsmouth, una historia posible de la antropología. Y después los años de aprendizaje de un hacker prodigioso, todo presentado con una prosa alucinógena y, en sus mejores momentos, incandescente.

Sumisión, de Michel Houellebecq. Este relato futurista retrata a una Francia convertida al régimen islámico en 2022, luego de la victoria del partido Fraternidad Musulmana. El ciudadano medio se muestra desencantado de la política y “galvanizado por su adoración a deportistas, modistas, actores y modelos”, y sólo ve reality shows sobre la obesidad. El protagonista, François, juega con otra mutación divina: la necesidad imperiosa de convertirse al islamismo frente a las circunstancias políticas que enfrenta el país, e incluso la Sorbona -donde trabaja-, una universidad islámica financiada por petromonarquías. Pero la verdadera protagonista parece ser la insalvable decadencia europea, que deriva en un inevitable retorno a lo religioso. Así, parece que tanto Sumisión como toda su obra y sus personajes integran un mapa del autor, que juega con un constante autorretrato deformado del mundo y del yo.

M, de Amir Hamed. En alguna galaxia no tan lejana, entre la poesía, el ensayo y la ficción, brilla la supernova que escribió Hamed como cierre de su Trilogía del relato. Y si hubiera que elegir -por cuestión de espacio, digamos- apenas una de sus virtudes, podemos quedarnos con su densidad, propia de una estrella de neutrones o de algún objeto estelar aun más exótico. Lo que logra Hamed en un párrafo le demandaría páginas y páginas a cualquier otro escritor. En su libro se entrelazan y se muerden la cola la historia de Moisés, la deriva de las letras, los mitos y la historia de los pueblos. Todo en menos de 100 páginas.

La noche tiene mil ojos, de María Negroni. Su edición significa el cierre de un ciclo que comenzó en 1998 con Museo negro y continuó diez años después con Galería fantástica. Si el primero indagaba los orígenes europeos de la estética gótica (fundamentalmente en la literatura pero también en algunas películas, sobre todo de ciencia ficción) y el segundo, su pervivencia en la literatura fantástica latinoamericana (y en las adaptaciones de algunos textos), Film Noir, la incorporación novedosa de este volumen que incluye los tres libros, rastrea esa supervivencia en el cine policial clásico hollywoodense. Con una prosa poética, bacherlardiana, y una inteligencia delicada, Negroni crea un universo de conexiones que se multiplican, espesando connotaciones y relaciones que claman por relecturas y revisiones.

Morir por pensar, de Pascal Quignard. Siguiendo con los ensayos, es imposible no nombrar el trabajo que realiza la editorial El Cuenco de Plata, abocada a editar todo Pascal Quignard, quizá el más genial de los autores contemporáneos. Este año fue en ese sentido un éxito, con la publicación de su último libro hasta la fecha, Morir por pensar; del primero, El ser del balbuceo, su tesis sobre Sacher-Masoch, ambos en excelentes traducciones de Silvio Mattoni; y, este mes, del tercer volumen de la serie Último Reino, Abismos.

Ulises, de James Joyce. Cómo no hablar de los mejores libros de 2015 sin hacer referencia a la traducción de Marcelo Zabaloy del Ulises. Del mismo modo, son ineludibles dos ediciones de la obra narrativa de Felisberto Hernández: la propuesta por Alfaguara y la -acaso completa- de El Cuenco de Plata (responsable asimismo del Ulises de Zabaloy). También en el terreno de las reediciones, a mitad de año la editorial Penguin relanzó en un único volumen Songs of a Dead Dreamery Grimscribe, los primeros libros de Thomas Ligotti, un nombre indispensable para empezar a leer la narrativa de horror contemporánea.

La imaginación invisible, de Eduardo Espina. En materia poética es difícil obviar las ediciones de tres libros fundamentales. Por un lado, dos antologías: Retahíla, de Aldo Mazzucchelli, y La imaginación invisible, de Espina, que abarcan extensos períodos de producción. Mazzucchelli optó por hacer una selección más temática que cronológica y organizó en secciones su libro, reuniendo en cada una, en plano de igualdad, textos nuevos y viejos, para lograr atmósferas poéticas magnéticas y luminosas; Espina, por su parte, seleccionó obras de algunos de sus poemarios más importantes y agregó dos ediciones nuevas e íntegras que no sólo alcanzan en calidad a los trabajos anteriores, sino que además aportan perspectivas y facetas a una obra inasible, en mutación permanente. Por otro lado, la publicación del primer tomo de las Poesías completas de Roberto Appratto significa una oportunidad de releer libros ya difícilmente conseguibles, en un volumen que sorprende por su gran concentración y densidad poética y por sus prodigios verbales, que van desde ciertos juegos con la oralidad a períodos de influencia neobarroca y de versos que bordean la rima a recortes de prosa compleja, sin nunca perder la fuerza de una voz imprescindible.

El invierno del lobo, de John Connolly. La saga protagonizada por el detective Charlie Parker se ha convertido en una explosión en el infierno. En las 14 novelas de esta serie policial negrísima se desata una lucha terrible entre el mal, el bien (o algo que se le parece) y la búsqueda de justicia para los desclasados, los débiles y los olvidados de siempre, con la particularidad de que cruza lo sobrenatural y lo más negro del policial. El que irrumpe en la calma de los poderosos es el maldito Parker, siempre dispuesto a compadecerse y vengarse, mucho más cuando la víctima es un paria.