Cuando HBO anunció su intención de hacer una serie basada en la película Westworld (dirigida por Michael Crichton y basada en uno de sus textos) de 1973, no pareció que fuera la historia más adecuada para remontar la creciente pérdida de relevancia del canal. Es decir, con un éxito como Game of Thrones en su programación, HBO sigue a la cabeza de sus cada vez más jugados y creativos canales competidores como Netflix o AMC, pero la saga de los dragones ya tiene fecha de caducidad (un par de temporadas más) y las apuestas más jugadas y caras del canal en los últimos años -Vynil, The Leftovers- nunca llegaron a interesar al gran público, o su éxito fue efímero -como el caso de True Detective-. No era un problema tanto de la oscilante calidad de dichos programas, sino más bien de cierta incapacidad para recrear la cualidad más valiosa del canal, que era su capacidad de explorar nuevos territorios y enganchar al público simultáneamente. Tal vez esta capacidad aún estuviera presente en programas humorístico-periodísticos como el de John Oliver o el de Bill Maher, pero incluso la nutrida cartelera de comedias del canal rara vez consigue superar un nivel de interés medio, sin tener nada que realmente se oponga en plan de igualdad a Brooklyn Nine Nine, Atlanta, Ash vs Evil Dead y los programas producidos por Louis CK (a quien HBO dejó ir sin darle más que una breve oportunidad).

Pero la comedia y las series de producción económica nunca fueron el fuerte de HBO, sino sus grandes inversiones, como la aún saludable Game of Thrones, por lo que, al jugársela ahora a lo grande, con un enorme presupuesto y un elenco digno de la pantalla grande con algo como Westworld, la elección, antes que nada, dio la impresión de ser una concesión a la nostalgia retro, pero, curiosamente, apelando a una obra que no la genera. Westworld, una película de 1973 que contaba la historia de un parque de diversiones ambientado en el Lejano Oeste y animado por autómatas que se rebelaban contra sus operadores, fue un razonable éxito de crítica y público en su momento, pero a pesar de la fidelidad histórica y el fetichismo de los fans de la ciencia ficción, no fue una película alrededor de la cual se creara un culto. Más allá de sus elementos envejecidos, tal vez parte de la culpa fue del mismo autor de Westworld, Michael Crichton, que recicló el concepto base varios años después para elaborar Jurassic Park -editada en 1990 y llevada al cine tres años después por Steven Spielberg-, que básicamente era la misma idea de Westworld, sustituyendo a los autómatas homicidas por dinosaurios voraces.

Hoy en día, con Jurassic Park convertida en una franquicia aún popular, ¿había realmente necesidad de resucitar Westworld? Bueno, con sólo dos episodios emitidos es muy temprano para hacer un juicio al respecto en términos de respuesta de la audiencia, pero en términos artísticos, Westworld ha tenido el debut más deslumbrante de una serie que se haya visto desde que los Lannister y los Stark comenzaron su juego de tronos y dragones hace ya casi una década.

Títeres y titiriteros

La historia comienza en algún momento indeterminado de un futuro no demasiado lejano, pero en el que ya han pasado 30 años desde la apertura del que en su momento fuera el más moderno y elitista de todos los parques. Se trata de Westworld, una reproducción de un pueblo del oeste estadounidense a fines del siglo XIX poblado por robots completamente antropomórficos -hasta el punto de que son indistinguibles de los humanos por medio de los sentidos-, que día tras día comienzan una rutina en la que los visitantes del parque pueden introducirse (interrelacionándose con sus habitantes), aumentando el grado de dificultad de las acciones y de violencia cuando más se alejan del pueblo. Como en los juegos de rol más avanzados, estos visitantes (que la serie da a entender que pagan precios altísimos por la experiencia, y que no pueden ser heridos por los robots) pueden cazar forajidos, emborracharse en el saloon y hacer lo que deseen -incluso asesinar o violar a los habitantes- durante 24 horas, cuando las historias se resetean y el círculo vuelve a comenzar. Para lograr esto hay un gigantesco equipo de producción que mantiene al parque funcionando, hace reparaciones luego de que los visitantes lo destartalan (a pesar de ser artificiales, los robots sangran y mueren en forma completamente realista), introduce nuevos personajes y líneas narrativas, y realiza periódicas actualizaciones de las programaciones de los habitantes del pueblo. Todo igual que en un gran videojuego, pero con personajes de carne y hueso, artificiales pero completamente palpables.

El problema es cuando una de estas actualizaciones produce una serie de desarreglos en las conductas de los robots y genera algo más que un simple error de funcionamiento: parece la génesis de un subconsciente, de los vestigios de una memoria que recuerda los abusos diarios a los que los robots fueron sometidos e, intuimos, el principio de una violenta respuesta.

Como decíamos antes, Westworld es el caballo al que HBO le ha apostado la mayor parte de sus fichas, lo cual se nota simplemente al ver la lista de sus responsables y el elenco. En primer lugar está su adaptador -y casi podría decirse que su creador, ya que se toma sólo el concepto básico de la película original de Michael Crichton- Jonathan Nolan, quien no sólo es el hermano del afamado director de la trilogía del Batman oscuro, sino que también es el autor de la serie Person of Interest y ha sido coguionista de casi todas las películas del hermano antes mencionado, Christopher Nolan. Un nombre bastante llamativo, pero avalado además por sus coproductores, entre los que está el Rey Midas actual de las remakes y relanzamientos relacionados con la fantasía y la ciencia ficción, JJ Abrams. Por su parte, el elenco también presenta una combinación de nombres muy conocidos de diferentes generaciones, entre los que se encuentran Evan Rachel Wood, Thandie Newton y James Mardsen, junto a dos pesos pesados de la vieja guardia como Anthony Hopkins y Ed Harris, y algunos actores de origen extranjero que son estrellas en sus países natales, como el brasileño Rodrigo Santoro y la noruega Ingrid Bolsø Berdal.

No sólo en los nombres se ve la calidad de producción, sino también en cada escena de los episodios ya emitidos y los tráilers, que combinan impactantes locaciones naturales con efectos especiales de primera calidad, y un diseño visual tan cuidado a la hora de reproducir un Viejo Oeste cinematográfico como el trasfondo futurista que se esconde detrás. Esta combinación de épocas disímiles es representada también en la banda de sonido, que incluye versiones instrumentales en pianola de temas de grupos de rock como Soundgarden y The Rolling Stones. Pero todo esto habla más que nada de los costos y ambiciones de la serie, no de su calidad o interés artístico que, con más o menos marketing, existe e incluso asombra.

Yo, robot

Si algo hizo del primer episodio de Westworld un comienzo impactante, no fue precisamente su originalidad. No sólo se trata de una remake emparentada directa o indirectamente con la obra de Crichton, sino que sus agregados temáticos sobre robots que adquieren autoconsciencia y se preguntan por su identidad tienen infinitos antecedentes, pudiéndose encontrar con facilidad ecos de la obra de Isaac Asimov, Philip K Dick y toda una literatura -y cinematografía- dedicada al tema. Algunos de sus recursos formales más notorios, como el comienzo reiterado de la misma secuencia de acontecimientos con leves variantes, recuerdan inmediatamente a la ya clásica comedia Hechizo de tiempo, o la reciente fantasía de Al filo del mañana, e incluso sus paralelismos de interacción al estilo de los videojuegos con una realidad virtual que no tiene nada de virtual y que ya ha sido un tema bastante tratado por la ciencia ficción reciente.

Pero Westworld amalgama todo con energía y una convicción que se niega a caer en el guiño cómplice de la referencia cultural, y que pretende -al menos en este comienzo- armar el tinglado de un gran drama lleno de violencia (y sexo, algo inevitable siendo HBO), pero también de aliento épico y reflexivo acerca de la condición humana. Aún es temprano para saber si la serie se orientará hacia el simple entretenimiento o buscará metas un poco más ambiciosas y dignas de los mejores programas del canal. De momento, una serie capaz de sonar sombríamente bíblica y amenazante con tan sólo hacer que un autómata recuerde y cite a Shakespeare es algo a lo que hay prestarle mucha atención.