Cuando Gasoleros estaba en un muy buen momento, a muchos les pareció una locura que te distanciaras e incluso te fueras a filmar una película independiente a Salta. ¿A qué respondió aquello?

-No fue casual, sino más bien una determinación. Yo tomo con pinzas la televisión. Es un medio que respeto y disfruto mucho, pero nunca trabajo dos años seguidos. Me desconecta del universo en el que necesito estar, porque se crea una burbuja medio ficticia, y estás muchas horas grabando en un estudio. Se crea una realidad paralela y yo lo tomo con mucha precaución. Sobre todo porque es muy difícil que te ofrezcan algo distinto si lo anterior funcionó. La televisión te da más de lo mismo, y a mí eso me aburre. La verdad es que necesitaba cambiar ese paradigma, y por eso me fui a un proyecto independiente con una directora novel. Ahí me encontré con una mujer sensible, inteligente, particular. Compartimos muchas cosas porque ambas fuimos niñas de provincia. Pero recién me di cuenta de la dimensión de Lucrecia como artista cuando empezamos a dar vueltas con la película.

Años después dijiste que nunca ibas a olvidar que directores como Roman Polanski se rendían ante su talento en los festivales. ¿Cómo viviste las experiencias de La ciénaga y La niña santa [2004, también de Martel]?

-Siempre me pareció una gran directora. Pero creo que entre ser una gran directora y una artista hay una diferencia. Para mí fue una suerte tremenda haber ingresado al cine de esa manera. Las viví con mucho amor. La verdad es que esas dos películas -y muy pocas más- son las que me pongo bajo del brazo, porque han resistido el paso del tiempo, puedo tener con ellas una ajenidad interesante y me gustan como películas, algo que no me pasa con todas. Lucrecia es un caso excepcional, y algo similar me pasó ahora con Larraín.

Él viene haciendo un trabajo interesantísimo sobre la historia reciente chilena. No [2012], por ejemplo, es uno de los grandes sucesos del cine latinoamericano reciente. ¿Cómo llevaste, en Neruda, el personaje de esa argentina que lo introduce en el mundo cultural comunista?

-Es raro, este año me tocó hacer dos mujeres reales en cine. Eso implica una responsabilidad diferente, porque hay una necesidad de hacerles justicia a esos personajes. Fue una experiencia fantástica. Cuando empecé a enterarme de cosas de esta mujer me fascinó, me cautivó. Fue una mina muy invisibilizada por la época, por Neruda, por su familia, por ella misma. Era una gran artista plástica que se enamoró perdidamente de Neruda y que sufrió las consecuencias de enamorarse de semejante ego. Era una mujer de la alta sociedad argentina que murió en la pobreza más grande, porque le regaló toda su guita al Partido Comunista y a Neruda. Después de la muerte de Neruda, la que se encargó de invisibilizarla fue la viuda. Creo que la película le hace justicia porque queda muy claro el amor y el tipo de vínculo que tenían; eran una especie de rockstars de la época; unos superficiales profundos. De verdad, parecía la gira de dos rockstars más que la escapada de un poeta y su mujer. Neruda, Picasso y Dalí eran muy conscientes de su posteridad, viviendo como celebrities, con una excentricidad absoluta, y construyendo esa posteridad, en un momento muy jodido del mundo. Y bueno, Luis Gnecco, el actor que interpreta a Neruda, es un grande. Viste que llegás a la filmación y en tres días tenés que construir una relación con un actor, pero si el actor es Neruda... Además, la película tiene esa irreverencia propia de Larraín que, la verdad, se agradece.

Hace interesante volver sobre esas figuras.

-Sí, la verdad es que este Neruda que descubrí a partir de la película es mucho más interesante que el que yo conocía. Aquel de las poesías románticas y el Canto general, que llegó a la escuela.

Has dicho que Larraín y Martel se parecen en el modo de llevar el rodaje. ¿A qué te referís?

-Entran en un estado de inspiración que, en el rodaje, genera una energía muy particular. Para bien o para mal, el tiempo deja de existir. Son rodajes muy duros, pero a la vez te das cuenta de que es algo fantástico, porque estar en ese portal que abre un artista cuando está tomado por la inspiración es un privilegio.

Yendo a Ay amor divino, ¿qué te impulsó a escribir este unipersonal?

-Lo estoy descubriendo ahora, después de tres o cuatro meses de hacerlo. Fue una decisión más bien pragmática, porque quería tener un espectáculo portable, para poder seguir haciendo cine y acompañar a las películas. Primero pensé en un unipersonal, y después de qué tenía ganas de hablar. De hecho, hablo de lo que me propuse: lo que me pasa a mí con la edad, con el paso del tiempo, con el sexo. Pero se convirtió en un epílogo. Entonces, dije: “Bueno, ¿cómo se construyó esta mujer?”. Fui a la infancia y ahí empecé a escribir muchas de las cosas que viví, después lo fui organizando. Pero yo le decía a Claudio que de ninguna manera quería que sonara como una invitación al público a un recorrido de mi vida, o de la vida de la actriz, o de una vida extraordinaria. Quería hacer un viaje personal que sirviera como disparador para que el público hiciera su viaje. Siento que esta es, un poco, la función del teatro, que el espectador salga modificado, que haya tenido una experiencia. Esto me pasa a mí como espectadora, cuando el espectáculo me revela algo inesperado. Así que estoy muy contenta, y seguramente fue una necesidad de correr riesgos, de salirme del formato de la comodidad.

¿Siempre pensaste en Tolcachir?

-Sí, absolutamente. Porque nos llevamos muy bien, nos entendemos mucho, a esta altura somos muy amigos, además de que lo admiro. Ya tenemos un grado de honestidad y entendimiento que es muy tranquilizador. También compartía con Fidel [Sclavo, pareja de Morán y responsable del diseño de arte de Ay amor divino] el criterio estético, porque para mí era muy importante que contara con una estética particular, quería correrlo del unipersonal convencional, del muestrario de dotes; hacer algo muy minimalista, y que toda la comunicación, la gráfica y las intervenciones de sonido y de imagen sobre el escenario tuvieran ese criterio.

En los últimos tiempos se ha comenzado a dar como algo natural el tránsito entre lo comercial y lo off.

-Siempre sufrí mucho esa estigmatización de las clasificaciones. Hay buen y mal teatro comercial o independiente. Y siempre me gustó alternar entre esos mundos, tanto en el cine como en el teatro, y en lo posible llevarme conmigo a alguien de un lado para el otro. Hace unos años eso era totalmente impensado, sobre todo convencer a un productor de la calle Corrientes para que el espectáculo lo dirigiera [Daniel] Veronese, Tolcachir o [Alejandro] Tantanian. Por suerte, ahora empezó a entenderse, y enriquece por todos lados. Soy una gran espectadora de todo el campo del teatro independiente de Buenos Aires, y no he encontrado algo así en otro lugar.

La ciénaga y La niña santa comparten el mundo de la familia, y en eso se asemejan a las obras que compartiste con Tolcachir, en las que, a partir de la familia, se trabajan los vínculos y otras temáticas. En ese sentido se puede leer una continuidad, aunque las historias vayan por lados distintos.

-Sí, creo que sí. Todos los buenos textos teatrales giran alrededor de los vínculos, no hay mucho más. Pero sí, es un concepto que, de algún modo, a mí también me funcionó cuando pensamos en Claudio para dirigir Agosto. Hace poco leí una nota suya en la que decía que etiquetarlo como alguien que retrata “familias disfuncionales” era empobrecedor, y yo concuerdo. Soy una convencida de que, en general, los personajes se construyen desde la forma en que se vinculan. Somos como nos vinculamos. Si veo cómo es una mujer como madre, como novia, como hija, empieza a conformarse un carácter. Los vínculos son la base para crear cualquier historia. Pero sí, es verdad que en los tres espectáculos en que trabajé con Tolcachir, de algún modo, se tocan esas teclas. Porque todo este viaje que hago con mi vida es absolutamente vincular. Aunque también tenía muchas ganas de hablar de cosas políticamente incorrectas como la edad o la sexualidad a una determinada edad, porque me rebelo contra el silencio. Basta de ese discurso de mierda, y de los mandatos por los que todo sigue siendo igual. La negación nunca es un cimiento válido. En este momento me siento muy vital, siento que estoy descansando de algunos afanes y de esa necesidad de conquista de cuando sos joven, que viví profundamente, pero que ahora estoy feliz de no tener más.

Sin militar, has sido muy activa en la política: defendiste ciertas orientaciones del kirchnerismo y te integraste al colectivo Artistas por la Libertad [que ha realizado campañas y movilizaciones contra políticas del presidente Mauricio Macri], por lo que fuiste muy cuestionada en algunos sectores. ¿Cómo estás viviendo este proceso?

-Mirá, yo soy una sobreviviente de una época en la que decir lo que pensabas te costaba la vida, así que nada de lo que pago ahora me parece excesivo. Siento que celebrar mi libertad diciendo lo que pienso es una manera de profundizar la democracia. Lo que me molesta son las operaciones mediáticas, sobre todo cuando hay una gran desigualdad de condiciones. Y me molesta la falta de cultura de la gente, cuando piensan que vos decís lo que decís, o apoyás lo que apoyás, o criticás lo que criticás, no porque estés ejerciendo tu libertad, sino porque te pagan. Es muy básico. Sí, yo apoyé muchas de las medidas kirchneristas, apoyé a algunos candidatos, y también en su momento apoyé algunas cosas que hizo [el ex presidente Raúl] Alfonsín. A él y a Cristina Kirchner tuve la posibilidad de conocerlos, de hacerles preguntas, de agradecerles como ciudadana algunas cosas que habían hecho, sobre todo lo vinculado con la política de derechos humanos. Pero no pertenezco a ningún partido, porque quiero tener la libertad de disentir, de criticar y de apoyar. Al macrismo no lo voté ni lo apoyo. Son los mismos que se rasgan las vestiduras con el tema de la inseguridad, que decididamente no creo que se solucione con represión. Estas políticas no contribuyen. Pero bueno, estaba esa cuestión latinoamericana que empieza a derrumbarse, y eso me apena, porque no conocemos cine latinoamericano, por ejemplo. No vemos cine brasileño, ni peruano, ni mexicano. Y creo que algo de eso podría haberse modificado. Ojalá suceda.