En su última visita, este escritor de La Paternal presentó En cinco minutos levántate María, el cierre de la trilogía sobre Gabriel Reyes. Desde su primera colección de cuentos, Cuando lo peor haya pasado (2005), hasta sus novelas El origen de la tristeza (2004), La ley de la ferocidad (2007), En cinco minutos... (2010) y El sueño de los murciélagos (2009), las coordenadas se continúan. Gabriel no sólo es un pibe del viaducto de Sarandí que odia a su padre y lucha con el alcohol, la droga y las prostitutas, también es el protagonista de una obsesión. Ramos es narrador, poeta, músico y autodidacta. Ganó el Fondo Nacional de las Artes, el premio Casa de las Américas de Cuba y el Ópera Prima del Instituto de Cine Argentino para filmar El origen de la tristeza. Con él conversamos sobre su infancia trabajando en el puerto, la política y la angustia, además de los vaivenes de una obra que pareciera no dejar de reescribirse nunca.
¿Cómo llevás las giras del libro?
-No sé qué pasó, nena. Fue una explosión nuclear: vendí cuatro ediciones en dos meses, casi 20.000 ejemplares. Una demencia. Sabía que le iba a ir bien, porque hace cuatro años que no publico. Me había dedicado a Historia de un clan y a la película de El origen de la tristeza, que ya está terminada y se va a estrenar en el Festival de Berlín -y vamos a intentar traerla para acá-. Además, estoy con la segunda temporada del programa en Encuentro, Animal que cuenta [programa sobre cuentos argentinos escritos por autores contemporáneos, que cruza entrevistas, reflexiones y ficciones de los cuentos seleccionados].
Cuando recibiste el Martín Fierro por el guion de Historia de un clan se lo dedicaste a los compañeros de Tiempo Argentino y a todos los que se habían quedado sin trabajo. ¿Cómo estás viviendo estos primeros meses de gobierno macrista?
-Tremendo. Inventaron lo de la pesada herencia, cuando una persona que habla en español nunca piensa con el adjetivo antes del sustantivo. Eso no es un pensamiento puro. Es un pensamiento que deriva de una construcción literaria. ¿Quién dice “pesada herencia”? “Mi viejo me dejó unos quilombos”, no “unos quilombos me dejó mi viejo”. Pero ahí está la idiosincrasia argentina, porque la clase media es la que siempre traiciona a los proyectos de las clases populares. Es deprimente, porque el liberalismo también trae decadencia moral, decadencia económica, pérdida de valores, de sentidos. Son significativos los valores patrios que levanta el peronismo, si bien tienen un origen fascista, y si bien son dudosos, porque el peronismo es dudoso... Como dijo Borges, los peronistas no somos buenos ni malos, somos incorregibles. Y lo definió para siempre. Sin embargo, si entendés la frase de Eva Perón, “donde nace una necesidad nace un derecho”... ¿Dónde está esa mujer, para desenterrarla y clonarla? Con el kirchnerismo vinieron el matrimonio igualitario, los derechos del niño, la Ley de Medios. Mi mamá se jubiló por ama de casa. ¿Sabés la dignificación de la mujer que significa esto? De esta manera lo vivo, con impotencia y con militancia.
La última vez que nos encontramos decías que la diferencia entre Gabriel y vos era que sus aspectos oscuros se resolvían hacia un lugar luminoso, mientras que los tuyos no tanto. En algún punto, ¿Hasta que puedas quererte solo lo revierte?
-No lo sé. Es una pregunta dura en este momento, porque no sé si lo revierte o lo invierte. En el libro cuento el palo de mi hermano drogado, y ahora le acaba de pasar lo mismo, a los diez meses de limpio, y dos horas antes de que yo viniera a presentar el libro. Estoy confundido, ¿entendés? ¿Lo revierte? ¿Lo invierte? Cuidado con la escritura. ¿Y si inconscientemente quiso volver a autorizar el libro después de haberlo leído? Si pudiera, cambiaría todo lo que soy por cambiar cosas que no puedo. Creo que por eso escribo. A mi papá lo metieron preso cuando nosotros éramos muy chicos, y empezamos a trabajar juntos. Yo tenía diez y él, nueve.
¿En qué trabajaban?
-Nos fuimos a bobinar motores de barcos al puerto de Dock Sud, por eso no terminé la primaria. Nos pagaban la mitad de un sueldo a cada uno. Entonces, entre los dos bobinábamos mientras uno le sostenía la escalera al otro. De ahí viene mi tendinitis. No es de la máquina de escribir, es de los alambres de los motores de barco. Y mi padre cayó preso por una estafa. Con esta historia vas a entender lo que es un peronista: mi papá era un genio con las manos, y trabajaba en un taller. Éramos trabajadores acomodados, porque el peronismo no es lumpen, es del trabajador que lee el diario. Para que se entienda, las bobinas se sueldan y se tapa con tiza lo que vos no querés que suelde, se pone estaño a hervir, y se sumerge una a una. Esos vapores van directo a tus pulmones y se convierten casi que en agujeros. Mi papá, preocupado por eso y por la agilidad del trabajo, inventó una máquina en la que vos ponías la bobina e ibas pisando. Era la primera soldadora de punto del país. En ese momento pidió un préstamo y vino la tablita. Cuando iba pagando la mitad del préstamo y no pudo seguir haciéndolo, no alcanzó ni la casa ni la camioneta para pagarlo. Para salvar un terreno en Santa Teresita, donde mi viejo soñaba con hacer una casa, intentó hacer una transferencia. Pero el tipo se avivó: le sacaron el terreno y se comió un año preso. Ahí salimos a trabajar con mi hermano. Y a los 31, cuando logré volver a comprar la casa, le hablé a mi padre sobre cuánto habíamos perdido, y él me respondió: “Pero viste que la máquina funcionó”.
Si La ley de la ferocidad es la aventura del lenguaje, ¿Hasta que puedas quererte solo es la aventura de la supervivencia?
-Sí, es la aventura de la supervivencia y la construcción de la estructura del lenguaje. Es el superviviente que se transformó en escritor. Yo era consciente de eso, y quise mostrar cómo de la supervivencia construí una estructura para bancarme esa supervivencia: “La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. O la vergüenza de los supervivientes. Hay mucha gente que sobrevivió a la dictadura y que se sintió traidora por eso. No por una pulsión de muerte, sino por esa sensación de “¿por qué él y no yo?”. A mí me pasa esto con mi hermano. Con el tiempo me convertí en un organizador, en un desconfiado, y después me solté. Pero esa armadura del que sobrevivió es pesadísima cuando ya estás libre. No la necesitás más y no la podés soltar. En este libro eso es lo que intento. ¿Sabés qué estoy escribiendo ahora?
El evangelio según los otros.
-Estoy escribiendo el evangelio de nuevo: arranqué con Baltasar en Babilonia, y algunas escenas, como cuando Jesús le arregla una silla a María, la traición de Pedro desde el punto de vista del mismo Pedro, el pesado regalo de la mirra desde el punto de vista de Baltasar. Es el negro el que lleva la mirra. Y la mirra es la muerte. A Cristo le regalan oro, incienso y mirra: oro al rey, incienso al Dios, y mirra al muerto (es con lo que se cubría el cuerpo de los muertos en esa época). Porque la estrella de Belén es una mala estrella, y es un cometa, cuando los cometas siempre se vieron como estrellas de muerte y desgracia. Acá hay un gran libro con un título que envidio mucho, La puerta de la misericordia. Un librazo. Es lo mejor que escribió [Tomás de Mattos]. ¿Cómo es él?
Vivía en Tacuarembó, pero murió en marzo.
-Puta madre con la muerte. Me hubiera encantado conocerlo. En ese libro elige un punto de vista raro: un judío que no le cree. El primer converso. Es brillante eso, y lo hace con una calidad envidiable. Es de esos escritores que hacen brillar el sonido rioplatense. Nuestra manera de hablar no brilla, es opaca, es gris. Y este tipo de escritores la hace brillar.
En cuanto a la escritura, Hasta que puedas quererte solo también podría leerse como el proceso de un escritor que empieza a sudar su verdad.
-Sí, está bueno porque ese es un acto de secreta generosidad. Si uno escribe lo que tiene que escribir, si uno escribe lo propio, tiene una gran garantía. Porque si hacés el camino contrario no tenés la garantía de haber escrito lo propio, y tampoco te garantiza ninguna especie de éxito falso. En definitiva, si creés en el arte, lo propio va encontrando su camino. Empecé a escribir a los 35 años, a los 37 dejé la empresa. Me dijeron “pero nadie vive de la literatura”, y yo les respondí que lo iba a lograr, porque no podía vivir de otra manera. No puedo hacer dos cosas al mismo tiempo. Cuando empecé a escribir le dije: “todo lo anterior le pasó a otro”, a Pablo Pettito. A partir de ahora soy Pablo Ramos [su apellido materno]. Después fui al taller de Abelardo [Castillo] y arranqué. Y acá estoy, aunque también podría no estar.
Pero acá Pablo Ramos comparte la herencia: “Recuerdo que en cuanto los vi [al padre y sus amigos en el casino], pensé: así quiero ser yo cuando sea grande”.
-Sí, soy yo. Pero con el tiempo aprendí, de a poco, cómo escriben los grandes escritores. Y yo no quiero ser un escritor mediocre. Trabajo mucho mis libros porque quiero ser un buen escritor, quiero contar cosas. Onetti, Borges, Arlt, Felisberto y Faulkner no escriben desde una persona, sino desde una mitología. Crean una mitología propia y desde ahí escriben. Ahí se explican las cinco palabras [de sus títulos], la máquina de escribir. El primer título fue El origen de la tristeza y salió así porque me gustó, no era consciente del número de palabras. Después lo fui decidiendo, y son ladrillos de una mitología. La diferencia es entre andar en bicicleta o en camión. La mitología te da cuerpo, te vuelve un Pablo Ramos más ancho que ese tipo tan vulnerable que sos. La realidad me vulnera, y cuando afuera está todo mal, mi instinto me hace quedarme quieto. Es el instinto que tuve en la calle, en la cárcel. Pero eso ya no está en mi vida. Es irreal. Acá iluminé, un poco, lo inconfesable. Por eso son crónicas, y por eso Pablo es el protagonista.
Y hay pistas para decodificar a muchos de tus personajes, como Gabriel, Andrea, Rolando.
-Esa es la estructura. Si el otro es la aventura del lenguaje, este es la aventura de un sobreviviente hacia la estructura. Y a partir de ahí, el lenguaje se vuelve una consecuencia. Un buen escritor no trabaja desde el lenguaje sino hacia el lenguaje. El 80% del trabajo es la estructura, es modificar algo. Si yo entro acá y digo, “cuando entré al bar El Quijote gobernaba la pared”, o “El Quijote allá en la pared”. Quizá “El Quijote allá en la pared” sea la gramática de un escultor, y “allá en la pared, El Quijote” sea la de un arquitecto, porque es más importante el espacio. Y fijate que son dos Quijotes distintos; hasta el tamaño es distinto. Ya ese hombre, el que eligió el espacio antes que la escultura, no necesita describir mucho el bar. Ahí, desde la estructura, empieza a construir un lenguaje como consecuencia. Como la frontera exterior de la forma literaria. Por eso la máquina de escribir, o escribir a mano, es bueno. Porque si uno escribe en computadora ya todo parece muy publicable. ¿Y qué hace cuando lo lee? Está en la boludez. ¿Sabés qué dijo Abelardo Castillo de Roberto Arlt? “Es el escritor que cualquier maestra de escuela puede corregir, y que ningún otro escritor argentino puede igualar”. Es genial. Pasaron cuatro años, el libro de las crónicas estaba escrito, pero no hubo libro hasta que entendí la estructura, que eran los dos espacios: la reflexión y la crónica. Hasta que no había estructura, las palabras no significaban nada. ¿Te gustó Matrix? A mí me partió la cabeza. Y lo que le dice el programa cuando está en el ferrocarril, “¿los programas aman?”. ¿Qué es el amor? Una palabra. El tema es lo que conecta esa palabra. De hecho, “te quiero mucho” dice mucho menos que “te quiero”. “Te quiero mucho” es un amor asexuado. Por eso la literatura es un arte de trazos gruesos. La supuesta finura de Alan Pauls, por ejemplo, es mentira. Es un escritor de segunda categoría. El “indefectible cepillo”... Si leés el principio de Historia del pelo, ves que el tipo tiene menos huevo que el flan de La Serenísima.
Seguís pensando lo mismo de Pauls... Pero venís a Montevideo con un libro que se lee como una reconciliación.
-¿Te acordás de La ley de la ferocidad? Estas son las palabras de mi reconciliación. No con mi padre -eso es imposible-, con las palabras. Las que no dije, las que dije y se fueron. Escribir es reconciliarse con las palabras, y esto es una profunda reconciliación. Entender realmente, porque escribir es lo contrario de hablar. Cuando tanto hablé, tanto hablé, tanto hablé. Frente a cosas fuertes te volvés incapaz de hablar. En internet hay un pequeño ensayo de María Zambrano, una filósofa del año 30, que es hermoso. Es sólo una carilla y se llama Por qué se escribe. Es brillante, porque te demuestra que escribir y hablar son acciones contrarias. De hecho, en el libro más sagrado de los judíos -después de la Torá- se dice que Dios hizo al mundo con tres elementos: la palabra, la escritura y el número. Es tan distinta la palabra de la escritura como la palabra del número. Son tres entidades propias y relacionables. Un libro muy hermoso y cortito de hace 3.000 años. Y nosotros estamos acá hablando de esto.
¿Y lo tuyo sigue siendo el boxeo y la fórmula uno? Acá incluís un epígrafe de Sebastian Vettel.
-Es que a mí el fútbol me gusta...
Maradona te gusta.
-Diego es lo más grande que hay. Yo sé que a veces lo odian. Pero es latinoamericano, y hace lo que puede. [Lionel] Messi, para mí, es perfecto. Pero Víctor Hugo definió a Maradona de una manera extraordinaria: él dice que la diferencia con el gol de Messi es que vos sentías: “y, se la van a sacar”; pero cuando Maradona la agarra a la mitad de la cancha y hace la bicicleta, él piensa: “se mete en el arco con la pelota”. Dice que lo vio como quien tiene una visión. Y se mandó: “Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste para dejar por el camino a tanto inglés?”. Eso es poesía pura del relato. Es impresionante. Maradona es eso. Y Suárez es un gran crack... ¿Pero sabés por qué me gusta Suárez? Porque muerde. Si no aguantás más, a uno lo mordés. No hay otra. Y la fórmula uno... No puedo ver un documental como el de [Ayrton] Senna sin llorar. Lo primero que me gusta es eso, la hazaña. Se le traba la caja en sexta y se le rompe la butaca, pero tiene que ganar Brasil [el campeonato de Interlagos de 1991]. ¿Sabés lo que es manejar 800 caballos de fuerza con la caja trabada en sexta? ¿Lo que es aguantar los sacudones de la salida? Cuando llegó se desmayó, y cuando lo llevaron al hospital descubrieron que se había sacado de lugar la cadera. Y fue a levantar la copa. O Muhammad Ali con Ken Norton. Norton le rompe la mandíbula en el primer round. Pero el tipo pelea 14 rounds más con la mandíbula rota, cuando dicen que es un dolor tan fuerte que si te da el viento no lo podés soportar. Pero a él le seguían pegando trompadas, mientras pensaba que todavía podía ganar. Esos tipos, ¿de dónde salen? Muhammad Ali, el tipo más lindo, el macho más macho, no va a la guerra porque dice que es inmoral. Así es como pierde la licencia y todos los bienes, casi queda en la indigencia. En medio de la guerra de Vietnam, mientras daba un discurso [frente a estudiantes de Harvard], hizo el poema más corto, “Yo. Nosotros”. Es increíble, porque es lo contrario al sueño americano. El yo se transforma en nosotros, es lo contrario al individualismo.
Vos reivindicás mucho tu origen obrero. En definitiva, ¿eso es lo que cuenta?
-Eso tiene que ver con mi manera de ser. Quizá hoy tengo una vida burguesa, pero mi origen es proletario. Y mi manera de escribir, las metáforas y los recursos, son simplemente herramientas. Yo no puedo hacer nada para volver el tiempo atrás. “El estaño de los peces” [último capítulo de El origen de la tristeza] es una metáfora que tiene que ver con cuando estaba todo el día con estaño. Lo tengo en los pulmones. Por eso también me considero un escritor moral: tenía que escribir este libro. Porque si tengo la capacidad de escribirlo, y si pasé por ahí, eso da como resultado la responsabilidad de hacerlo. Ahí está mi moral del lenguaje. Existe una moral del lenguaje. Es esa. John Gardner tiene un libro muy bueno -con prólogo de [Raymond] Carver-, Para ser novelista, en el que dice: “en la constante de leer lo que escribo, encontrar lo que quiero escribir”. Después de lograr eso, ya tenés un buen libro. Ahora, en el constante leer lo que quisiste escribir, encontrarte lo que debés escribir. Lo más hermoso que tengo en este momento es que, con estos libros que vengo publicando, le estoy dando a mi escritura una dirección que pinta bien. Hoy soy un tipo más controlado. Y creo que voy hacia la evolución de soltar el control, para volver a retomarlo cuando quiera. Si logro eso voy a ser un buen escritor, y voy a ser recordado bien. Y eso es lo que me importa.