El espectáculo que está realizando Rubén Olivera en el Teatro Victoria (Río Negro 1477) tiene algunas características que fueron frecuentes, desde fines de los años 70 hasta mediados de los 80, en una parte especialmente valiosa de la música popular uruguaya, y que luego, por diversos motivos, se fueron perdiendo.
Es un ciclo, o sea una presentación que se repite durante varias semanas (en este caso los viernes de setiembre y octubre a las 21.00), y esto permite, entre otras cosas, que funcione el mecanismo de difusión y convocatoria “boca a boca” (hasta el momento en forma exitosa, ya que Memoria para armar se ha desarrollado a sala llena) o que una nota como esta no se refiera a un acontecimiento por completo irrepetible, sino que describa algo que el público todavía puede experimentar si le interesa, como sucede con las reseñas sobre películas que están en exhibición, o más precisamente con las de obras de teatro, en las que puede haber ajustes deliberados entre una función y otra, o diferencias debidas a que un intérprete esté más o menos inspirado cierta noche, pero lo que ocurre es básicamente lo mismo.
Hay otras semejanzas con ese tipo de espectáculos, ya que lo que se repite cada viernes no es solamente una secuencia premeditada de canciones con determinada “ambientación” de luces u otros elementos de escenografía, sino algo que tiene mucho de “obra”, en tanto no se limita a presentar un disco o una simple muestra del repertorio del artista, sino que plantea una propuesta articulada y guionada que incluye, además de composiciones propias y ajenas completas, construcciones realizadas con fragmentos de otras, grabaciones de voces y sonidos, filmaciones e intervenciones no musicales de Olivera, llevándonos en un recorrido por emociones e ideas a fin de provocar un resultado integral.
Por otra parte, queda clarísimo que lo que se busca no es “entretenernos”, y que a Olivera no le basta proporcionarnos una experiencia estética de alta calidad y mostrarnos sus admirables virtudes como compositor e intérprete. Ese resultado integral que procura tiene un fuerte componente de sensibilización y reflexión política, acerca de cuestiones duras y hechos trágicos relacionados con la llamada “historia reciente”, y en particular con el terrorismo de Estado y las desapariciones forzadas (como sugiere ya el nombre del espectáculo, tomado de una serie de libros con testimonios de ex presas políticas). No es la única temática de Memoria para armar, pero gran parte de lo demás tiene que ver con nostalgias y melancolías, y si bien hay momentos de humor, es difícil no conmoverse hasta las lágrimas en otros, como cuando le llega el turno a la canción “Visitas”, de modo que no se sale del teatro exultante y con ánimo festivo, pero quizá sea oportuno recordar que esa no es una consecuencia indispensable del contacto con el arte.
Y arte hay, en dosis abundantes. Si hubiera que elegir un componente aislado, sería -aunque no constituya una novedad- el desempeño de Olivera como guitarrista, que recorre una amplia gama desde la ejecución “a lo grande”, con una técnica lujosa (por ejemplo, en un pasaje adaptado del original pianístico de “Los dinosaurios”, de Charly García, quizá la canción ajena más inesperada) hasta experimentaciones con timbres “sucios” y usos no tradicionales del instrumento, pasando por el tipo de arreglos concisos y refinados que es una de sus marcas de fábrica, con una herencia bien integrada del trabajo de Daniel Viglietti. Pero la pericia de este maestro de guitarra no es lo único que reluce, ya que la acompañan, por ejemplo, su oficio depurado de cantor, con una voz que no ha perdido riquezas de registro y de inflexión, así como los resultados de una larga y bien informada reflexión -recogida en su labor como conductor de programas de radio y en el excelente libro Sonidos y silencios- sobre las relaciones profundas de significado entre formas y contenidos de la canción (no entendiendo “forma” por música y “contenido” por texto).
Olivera nunca ha sido, en términos estéticos, predominantemente un rupturista, y su producción suele mostrar cierto clasicismo (en el sentido de que ha estado, digamos, más cerca de Chico Buarque que de Caetano Veloso), pero dista muchísimo de ser un conservador, y en este espectáculo lo demuestra, retomando con creatividad e ingenio, entre otras sendas, las abiertas en 1983 por Jorge Lazaroff con su removedor espectáculo Dos, en el que cantaba a dúo con otro Lazaroff proyectado en una pantalla y discutía con él sobre los procesos de creación artística, sus trampas y sus riesgos. Ese legado recibe un homenaje explícito en Memoria para armar con una notable interpretación de la canción “De generaciones”, que suma la parte filmada del propio Choncho para Dos, otra contemporánea del grupo Asamblea Ordinaria (cuyos actuales integrantes, Carlos Giráldez, Guillermo Lamolle y Francisco Rey, estuvieron muy cerca de Lazaroff, por lo cual les debe haber resultado muy fuerte volver a “cantar con él”), y por supuesto a Olivera, quien a continuación “recibe” a otros invitados virtuales, Héctor Numa Moraes y el destacado guitarrista y cantor Freddy Omar Pérez, para compartir con ellos una sabrosa versión de “Yo no soy de por aquí”, el clásico con texto de Washington Benavides musicalizado por Viglietti.
Si a alguien le queda la idea de que Memoria para armar es un ejercicio anacrónico, no he sabido expresarme (aunque también puede incidir cierta caricatura de los peores exponentes del “canto popular”, que re-presenta a todo lo que llevó aquella etiqueta como una mezcla deprimente de panfleto, amargura y pobreza artística). El afiche del espectáculo utiliza un estupendo trabajo fotográfico realizado por Diana Mines en 1977, en el que vemos lo que parece un ser con dos edades simultáneas: hay un rostro apoyado en un puño, pero la mano es añosa y el rostro, de profunda mirada, infantil. Se nos muestra una postura típicamente asociada con la reflexión, pero presentarla de ese modo -que no sea la “parte vieja” de la imagen la que parece estar pensando- sacude prejuicios y activa la imaginación. Quizá es indispensable apoyarnos en el pasado para meditar, con ojos nuevos, sobre lo que tenemos por delante. Quizá nuestro pasado es joven aún, y podemos hacernos cargo de él, de una vez por todas. Quizá sólo así podremos dejar atrás lo que mantenemos de decrépito. Quizá de eso se trata Memoria para armar. Quedan dos viernes, no se lo pierdan.