La expansión internacional del universo de la serie británica Doctor Who ha sido tal vez la más lenta de la historia de la televisión: a pesar de que el programa existe (con algunas interrupciones) desde hace 53 años, durante la mayor parte de este tiempo fue de consumo casi exclusivamente endogámico en Reino Unido, como si fuera una especie de Estadio Uno con extraterrestres y viajeros del espacio-tiempo. Algo bastante extraño, ya que fue una serie original y entretenida desde sus comienzos (o desde lo que se conoce de sus comienzos, ya que muchos episodios se perdieron), pero en comparación con productos similares -y en algunos aspectos inferiores-, como Star Trek, Doctor Who fue durante décadas (al menos fuera de Inglaterra) un objeto minoritario y de culto. Esto cambió notoriamente a partir del relanzamiento de la serie -rejuvenecida y actualizada pero muy fiel a su espíritu- en 2005, cuando el productor y guionista Russell T Davies aprovechó las mayores posibilidades actuales de difusión y el Doctor Who conquistó el mundo, o por lo menos la parte del mundo que consume series de ciencia ficción.

De hecho, el éxito del nuevo Doctor Who fue tan grande que su universo (el Whoniverse, como suele denominarse) comenzó a ramificarse en spin-offs, es decir, series derivadas del programa madre y protagonizadas por algunos de sus personajes menores. El propio Russell T Davies fue el ideólogo de los dos primeros de esos desprendimientos, Torchwood y The Sarah Jane Adventures, la primera basada en Jack Harness, un estafador inmortal cuyo camino se había cruzado con el del Doctor en varios episodios, y la segunda en una de las más populares de las numerosas companions (ayudantes humanas que comparten las aventuras del Doctor, generalmente sin ninguna clase de relación romántica). Inteligentemente, Davies orientó ambas series hacia fragmentos etarios muy distintos, aprovechando que el carisma de Doctor Who le otorgó la rara cualidad de ser una serie consumida simultáneamente por niños y adultos. Torchwood introducía elementos de sexo y violencia mucho más fuertes (además de un poco frecuente personaje central bisexual), además de consideraciones existenciales y político-sociales bastante intensas. The Sarah Jane Adventures, en cambio, reducía la parte más terrorífica y violenta de la serie del viajero espacio-temporal, para adoptar un tono deliberadamente orientado hacia el sector más pequeño de la audiencia, con lo que el Doctor y sus derivados cubrían prácticamente toda la cancha etaria.

Este espíritu algo especulativo está presente en Class, el más reciente spin-off de Doctor Who lanzado por la BBC en el mundo entero, que está claramente orientado hacia otro público específico: el de los adolescentes tardíos o adultos muy jóvenes, y los estudiantes en general. Class se desarrolla en la Coal Hill Academy, un instituto educativo ficticio que suele aparecer en la serie del Doctor, y se centra en un grupo de cuatro o seis alumnos (es variable, aunque hay cuatro centrales), entre los que se encuentra el último príncipe sobreviviente de un imperio galáctico y una antigua enemiga de este, convertida ahora en su guardaespaldas y su profesora. Ya sea por la presencia de estos personajes galácticos, o más bien porque la Academia de Coal Hill presenta una inusitada concentración de criaturas raras, la vida estudiantil de estos jóvenes es interrumpida por diversas criaturas provenientes de distintos planetas, tiempos y dimensiones, con las que deben enfrentarse.

El tono es, más que adolescente y aventurero, muy conversado, bastante sentimental y ligado a las angustias juveniles, como si fuera una especie de El club de los cinco (John Hughes, 1985) con unos cuantos alienígenas en la vuelta. Aunque no está orientada hacia un público específicamente adulto, la serie es aun más gráfica en sus escenas de violencia y sexo que la transgresora Torchwood, y esto causa ciertos desbalances entre las conversaciones confesionales de los jóvenes protagonistas y algunas explosiones sanguinolentas que parecen haberse colado de otra serie.

Muy ajustada a estos tiempos diversos, Class parece estar ambientada, más que en Inglaterra, en la ONU, ya que hay un personaje de cada etnia posible (en lo que respecta a la raza humana, y a ellos se suman los alienígenas), y se incluyen también personajes homosexuales, así como mujeres en roles de plena acción y cero pasividad. En fin, todo lo que hoy en día es casi obligatorio en una serie orientada hacia los jóvenes, suponemos que con la intención de que luego sean adultos tolerantes e inclusivos. Esta seriedad de formas y contenidos no siempre combina bien con los marcianos que abren portales interdimensionales y, sobre todo para un derivado de Doctor Who, hay en la mayoría de los personajes juveniles una alarmante carencia de sentido del humor, algo esencial para tomarse en serio un programa proveniente de un imaginario en el que se viaja por las galaxias dentro de una antigua casilla telefónica policial, y hay criaturas tan parecidas a un pimentero como los Daleks. Afortunadamente, esta ausencia de humor está suplida por un personaje fantástico (en todas las acepciones del término): la escéptica, malhumorada y ocasionalmente lujuriosa profesora de origen extraterrestre Miss Quill (Katherine Kelly), bastante amoral en el marco general de sentimentalismo que ofrece la serie, y que suele robarse el protagonismo de los episodios, con la excepción del primero, que era salvado (literalmente) por la aparición del mismísimo Doctor Who (actualmente, Peter Capaldi).

A pesar de sus ocasionales desnudos y despellejamientos, Class parece un tanto mojigata en su emotividad moral, sobre todo si se recuerda otra serie inglesa de fantasía con personajes recién llegados a la mayoría de edad: la notable Misfits, que contaba la divertidísima historia de un conjunto de delincuentes juveniles a los que se les concedían superpoderes. De hecho, Class parece un tanto conservadora en comparación con la ya cincuentenaria -y siempre chiflada- Doctor Who, pero aunque parezca una paradoja -luego de tantas observaciones sobre sus aspectos más molestos-, se deja ver con agrado e interés, sobre todo en las escenas en las que los chicos no se están contando sus inseguridades. Y sobre todo cuando está en pantalla Miss Quill, un personaje a la altura del Whoniverse.