Un chico invisible. Una pelirroja que prende fuego todo lo que toca. Una niña con una mandíbula devoradora en la nuca. Dos hermanos que usan una máscara de tela para ocultar un poder similar al de Medusa. Un tipo que puede animar cualquier muñeco o autómata que construye. Una señora pájaro que puede crear loops de tiempo. Una niñita con fuerza sobrehumana. Una chica que no conoce la ley de la gravedad, y tiene que usar unas botas de plomo para no perderse en el aire como un globo sin cordel. Uno hace la sumatoria y aquello no podría calzar mejor en el universo de Tim Burton, tal como parecía a priori cuando adaptó en 2010 Alicia en el país de las maravillas.
El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares está basada en un libro juvenil de culto del estadounidense Ransom Riggs, editado en 2011. Pensado originalmente como un álbum ilustrado, funcionaba por el equilibrio entre lo oscuro y lo amable, un efectivo nicho de mercado en el que los niños juegan a ser adultos y viceversa, que puede explicar el éxito intergeneracional de otras sagas como la de Harry Potter.
Lo perturbador de aquella obra se apoyaba en lo evocativo de algunas de las fotos de los niños del hogar, imágenes trucadas como de principios de siglo, que tomaban prestada cierta estética de los freak-shows de antaño, generando el tipo de suspensión de la incredulidad que se asocia con el documento fotográfico. Por otro lado, la historia de Riggs parecía apuntar a temas más serios y reales que los planteados en lo más epidérmico, y era posible ver un paralelismo entre el nazismo y los monstruos que intentaban acceder a esos “niños peculiares”. Uno podía incluso ir un poco más lejos y pensar el loop temporal en el que vivían esos huérfanos (Miss Peregrine crea un bucle temporal a lo El día de la marmota, en el que se reiteran una y otra vez las 24 horas previas al momento en que el hogar fue bombardeado por los nazis) como un determinado efecto del estrés postraumático de guerra, que lleva a algunos sobrevivientes a quedar embotados, fijados en la repetición de alguna escena vivida.
Ese tipo de equilibrio entre contenidos maduros e infantiles no necesariamente se traslada bien a las adaptaciones cinematográficas, que siempre se pueden exceder o quedar cortas con un elemento o el otro, pero la versión de Burton tiene la extraña peculiaridad de fracasar en ambos flancos.
En primer lugar, intenta hacer todo más grande, más monstruoso o más terrorífico, como en el caso de los seres devoradores, que, a diferencia de los del libro, parecen un pastiche entre Slenderman y el monstruo sin ojos de El laberinto del fauno. Sin embargo, se pierde un elemento importante del universo creepy que tanto le gusta a los lectores de Riggs: la sensación inquietante generada por los niños héroes de esa historia. En un acto incomprensible para una sensibilidad estética como la de Burton, todo el juego de las viejas fotografías pasa como una mención a vuelo de pájaro en el primer acto del film. En ese momento se pierde toda la herencia gótica o a lo Diane Arbus de las fotografías en blanco y negro, y se opta por trazar a los niños peculiares como una especie intermedia entre los estudiantes de Hogwarts y los X-Men.
La misma forma en que son presentados los personajes deja esa sensación como de cosa al pasar, sin que se pueda encontrar en ellos nada auténtico, sino más bien una función reducida a asistir al protagonista, casi como si fueran personajes estáticos de un videojuego de rol. La chica de los pies de plomo se enamora de él porque sí, como a su vez el chico que anima muñecos lo odia antes de que pronuncie una sola palabra. Casi todos, en definitiva, son el poder que poseen, con dos o tres gimmicks adjudicados en torno a él (en los casos más generosos), pero sin nada que haga interactuar ese poder con la interioridad de quien lo tiene. Incluso el mismo hecho del loop temporal en el que están instalados los personajes no parece afectar en absoluto la subjetividad de ninguno de ellos. Nada de plantearse la futilidad de vivir una y otra vez el mismo día. Nada de vínculos que podrían haberse desarrollado de una manera imprevista durante las décadas que llevan conviviendo como una familia. Nada sobre la compleja sensación de mantener el cuerpo de un niño pero haber vivido la cantidad de años de un anciano.
Aun si no nos pusiéramos tan serios y dijéramos “vamos a calmarnos, que no deja de ser un cuento para adolescentes”, tampoco genera el móvil infantil de seguir la trama como una serie de personajes que se suceden, como quien llena un álbum de figuritas (o, poniéndonos más a tiro, como quien caza pokemones), debido a que sus peculiaridades se diluyen en algo que pretende ser más, pero queda a mitad de camino.
Hay, además de esto, una serie de viajes en el tiempo que en el último acto revela agujeros de trama tan grandes como el de la capa de ozono. Es como si en el epílogo, quizá intentando salvaguardar el portal a una posible franquicia, se apretujara una hora más de película en 15 minutos, poniendo en fast forward un montón de referencias y replanteando temporalidades a lo Dr Who (pero sin el carisma de esa serie británica).
Entre todos estos errores éticos/estéticos, tal vez lo más grave, lo más anti-Burton del film, es lo poco interesantes que resultan los momentos cruciales de acción, algo íntimamente ligado con cierta irrelevancia inherente a los villanos. Los nazis, que podrían presentarse como la fuerza oscura detrás de la narración aparente, casi son borrados de la trama, y cuando se interrumpe el loop temporal, el bombardeo a la casa es filmado de una manera que falla en lo dramático. Lo mismo ocurre con el enfrentamiento al personaje de Samuel L Jackson y con la pelea de esqueletos contra monstruos, en la que nunca queda claro si es épica o si está jugándose en un marcado bajo perfil (sobre todo a nivel de sonido).
El film, a fin de cuentas, parecería creado más por un algoritmo combinatorio de referencias burtonianas que por el propio Burton. Si las cosas no van bien con Helena Bonham Carter, pongamos a Eva Green y maquillémosla en forma similar para que haga de ella. Si tenemos que recurrir a una relación compleja interfamiliar, mejor démosle una vichada a El gran pez, cuyo vínculo padre/hijo se adapta perfectamente al de abuelo/nieto en eso de la credibilidad o no de las historias. Y si alguien se queja de que falta imaginería burtoniana, metamos unos setos recortados como homenaje al Joven Manos de Tijera. Todo parece acumular una referencia tras otra, pero lo que nos queda es un álbum de figuritas que se despegan ni bien uno las coloca en su debido casillero.
El hogar de Miss Peregrine para los niños peculiares (Miss Peregrine's Home for Peculiar Children)
Dirigida por Tim Burton. Estados Unidos/Reino Unido/Bélgica, 2016. Con Asa Butterfield, Ella Purnell, Eva Green, Samuel L Jackson y Terence Stamp. Life Cinemas Costa Urbana y Punta Carretas; Movie Montevideo, Nuevocentro y Portones; shoppings de Punta del Este y Rivera.