En 2005 se publicó el libro El emperador y el lobo, de Stuart Galbraith, sobre la legendaria contribución a la historia del cine realizada por el director Akira Kurosawa (1910-1998) y el actor Toshiro Mifune (1920-1997), ambos japoneses, quienes trabajaron juntos en 16 películas que incluyen algunos de los mejores títulos del siglo XX, como Rashomon (1950), Stray Dog (1949), Los siete samuráis (1954) y Yojimbo (1961). Además de revelar que Kurosawa intentó suicidarse después del rodaje de Tora! Tora! Tora! (1970, en cuyo guion colaboró), el libro registra el impacto de la cooperación entre el cineasta (el emperador) y el hipnótico Mifune (el lobo), que le abrió al cine japonés las puertas de Occidente y del resto del mundo (en 1951, Rashomon fue la primera producción japonesa en ganar el Oscar al mejor film no hablado en inglés, seguida en 1954 por La puerta del infierno, de Teinosuke Kinugasa, y en 1955 por Miyamoto Mushashi, de Hiroshi Inagaki y también protagonizada por Mifune). Aunque el vínculo entre Kurosawa y Mifune se truncó debido a algunos agravios personales, el director llegó a confesar que no se sentía orgulloso de nada de lo que había hecho sin ese enorme actor.

Ahora Mifune ha vuelto a ser noticia, porque ayer se inauguró una estrella póstuma con su nombre en el Paseo de la Fama de Hollywood, en una ceremonia en la que participaron el director Steven Okazaki, responsable del documental biográfico Mifune: el último samurái (2015), y el nieto del actor, Rikiya Mifune. Quizá lo más llamativo de la noticia sea el carácter tardío del homenaje, casi 20 años después de la muerte de este símbolo del cine japonés de posguerra, que filmó más de 150 películas y que durante su vida recibió numerosos premios, tanto en Japón como en el resto del mundo, consolidándose como un referente internacional.