Aunque su nombre fuera poco conocido fuera de los ámbitos de la música experimental y académica, Pauline Oliveros fue una gigante de una concepción musical focalizada en lo tímbrico y lo ambiental, una de las mayores figuras de la vanguardia en la música electrónica, y una pionera femenina en un terreno que hasta su llegada había estado dominado por los varones. Nacida en una familia de músicos de Texas, Oliveros comenzó a estudiar acordeón durante la moda de ese instrumento -al que sería fiel toda su vida, aunque dominó varios instrumentos más-, a fines de la Segunda Guerra Mundial. Pero ya de muy joven se interesó por la composición y por los soportes de registro de esta en cintas y magnetófonos. Volcada a la docencia en la Universidad de San Diego, conoció la obra de contemporáneos interesados en el uso del silencio y las repeticiones, como John Cage, Terry Riley y LaMonte Young, y comenzó a desarrollar un trabajo teórico sobre el sonido ambiental que precedió en más de una década a los de Brian Eno sobre la importancia del entorno sonoro y la experiencia de escuchar.

Aunque su trabajo compositivo fue de una importancia crucial, Oliveros, autora de cinco libros, se destacó especialmente como teórica y filósofa de la música, y como una experimentadora práctica de notable inquietud. Estuvo entre los pioneros del trabajo con osciladores de sonido y con los primeros sintetizadores como el Buchla, y en el uso de cintas de grabación para la improvisación. Tan importante como fue el conocimiento del zen para John Cage resultó, para Oliveros, el estudio de disciplinas aparentemente tan alejadas de la música como el karate -con nivel de cinturón negro- y la física teórica, que la ayudaron a desarrollar sus trabajos sobre la disciplina de la escucha y los distintos grados de atención que se pueden dedicar a ella. Eno -que difundiría muchas de sus teorías, reconociéndola siempre como autora de estas- la destacó como la persona que supo diferenciar entre oír (hearing) y escuchar (listening).

Fue a partir de esta diferencia que Oliveros estructuró sus dos teorías principales, la de la deep listening (escucha profunda), que proponía que el músico respondiera en sus improvisaciones al contexto ambiental, entablando un diálogo con este, y la de la sonic awareness (conciencia sónica), focalizada en la atención y que su autora definía como “una síntesis de la psicología de la conciencia, la fisiología de las artes marciales y la sociología del movimiento feminista”. Esto último no era algo meramente cosmético en la teoría artística de Oliveros, quien además de haber sido una lesbiana asumida, en tiempos de mucho mayor intolerancia que el actual, trabajó como compositora de piezas musicales en compañía de Annie Sprinkle, actriz pornográfica y teórica feminista (en la línea que jerarquiza la importancia de la libertad sexual), en un continuo de coherencia que -fiel a los preceptos de la avant-garde- consideraba la experimentación artística como una búsqueda ética, ideológica y existencial que superaba el ámbito de los talleres y las conferencias.

Mujer afectuosa, con un gran sentido del humor y una energía que la mantuvo lúcida y en plena actividad hasta sus últimos días, Oliveros solía decir que había descubierto que los alumnos aprendían más de su interrelación personal que de lo que tuvieran para decirles sus profesores. Una opinión por lo menos llamativa, viniendo de una de las docentes más influyentes de fines del siglo pasado, figura esencial en la historia de la música electrónica y conceptual, además de una auténtica revolucionaria. El sábado, sus parientes y amigos dieron la noticia de la muerte de Pauline Oliveros, a los 84 años, por causas que no se hicieron públicas.