Cuando cerrábamos esta edición llegó la noticia -antes rumor desagradable- de que había muerto Leonard Cohen. Su nombre había vuelto a sonar en las últimas semanas, no sólo por la aparición de su disco número 14, You Want It Darker, sino por el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, con quien se lo ha comparado a menudo por la calidad poética de sus letras. Si el premio iba a ser para un músico con textos de alto nivel, ¿por qué no Cohen?, argumentaron muchos, y lo cierto es que su carrera como escritor precedió una década a su lanzamiento como músico en 1967, con el álbum Songs of Leonard Cohen, en el que figuraba el primero de sus temas clásicos, “Suzanne”, el del estribillo que comparaba tocar cuerpos y tocar mentes perfectas. A partir de entonces, Cohen se transformó en uno de los cantautores más influyentes de su época, versionado por infinidad de artistas, desde Dylan a The Pixies. Aunque lamentada, la muerte de Cohen, un judío practicante que exploró al máximo las posibilidades poéticas de su tradición religiosa, no es exactamente sorpresiva: al modo de David Bowie, preparó un “álbum despedida”, repleto de claves sobre su partida. Por ejemplo, el estribillo del tema que da nombre a You Want It Darker, en el que Cohen, más grave que nunca, dice algo así como “Aquí estoy, Señor, estoy pronto”. Y en una de sus últimas entrevistas había sido todavía más explícito: “Estoy listo para morir. Espero que no sea muy incómodo”.