Los tiempos en que cada película del Universo Cinematográfico de Marvel (UCM) era esperada como el acontecimiento cultural del año parecen estar terminando, y con ellos las expectativas de que marcaran alguna clase de hito popular o sorprendieran de alguna forma a alguien. Sin embargo, Doctor Strange, el film número 14 del UCM, permitía albergar algunas inquietudes, ya que el personaje siempre fue una creación integrada al universo de los cómics de esa editorial, pero al mismo tiempo algo marginal y difícil de combinar con el resto. Para arrancar, no es propiamente un superhéroe, sino un hechicero, y uno de nobles raíces psicodélicas, como explica la nota contigua, por lo cual, en manos de algún cineasta inquieto, podía convertirse en algo tan refrescante y original como lo fue la inesperada Guardianes de la galaxia. Y puede decirse que Doctor Strange cumple, al menos parcialmente, con esa premisa.

A pesar de las millonadas de dólares que las películas de superhéroes de Marvel invierten en efectos especiales, siempre ha parecido que su objetivo ha sido más que nada crear cierta verosimilitud de los sucesos fantásticos que se ven en pantalla, buscando la excelencia en tal sentido por encima de la innovación o lo creativo. En ese aspecto, Doctor Strange cambia las reglas del juego para ofrecer el que tal vez sea el más interesante de los films de Marvel en lo visual. Por lo pronto, en vez de destruir ciudades, las reacomoda, desarmando su lógica arquitectónica y física como en un grabado de MC Escher. Desde los créditos iniciales se alude al efecto de los caleidoscopios, para luego utilizarlo en la geografía urbana donde combaten los hechiceros y la ley de gravedad queda suspendida, mientras los edificios se pliegan y se desdoblan como abanicos hechos de espejos. La alteración de los planos convencionales, las irrupciones interdimensionales inesperadas y las geometrías imposibles recuerdan bastante a los paisajes oníricos de Inception (Christopher Nolan, 2010) y, por transitiva, a los de Paprika (2006), el genial film de anime de Satoshi Kon en el que Nolan evidentemente se inspiró. En Doctor Strange estos recursos están al servicio de una concepción de la acción tal vez menos artística, pero sin duda muy divertida. Para mejor, el director Scott Derrickson no se olvida de la herencia cultural del personaje, e introduce un par de viajes psicodélicos al estilo del legendario túnel de colores de 2001, odisea del espacio, aunque mucho más moderados y breves que aquella locura de Stanley Kubrick. Para que no queden dudas, desde la banda de sonido se escucha “Lucifer Sam”, de Pink Floyd. La película se desarrolla en varias dimensiones, pero también en ciudades concretas como Londres, Katmandú, Nueva York y Hong Kong, donde se localiza uno de los santuarios de los hechiceros, probablemente como excusa para filmar una escena en China, algo que parece ser imprescindible en todos los blockbusters para asegurarse el estreno en el gigantesco mercado del Lejano Oriente.

Entre los aciertos también cabe señalar la elección del protagonista. Benedict Cumberbatch ya había mostrado -sobre todo en su rol en la serie inglesa Sherlock- una enorme capacidad para los papeles alienados y arrogantes (dos características muy propias del Doctor Strange), y ser lo bastante dúctil como para introducir matices humanos entre esas características poco simpáticas. Pero, empezando a ver el lado medio vacío del vaso, bastante más discutible es la decisión de darle a Tilda Swinton el rol de Ancestral, una decisión seguramente tomada con sanos propósitos inclusivos -el personaje original era masculino- pero que les terminó saliendo por la culata. Swinton es una gran actriz y hace lo posible para darle calidez a su personaje, pero es demasiado joven y occidental para interpretar a alguien que originalmente era un anciano con rasgos asiáticos. Doctor Strange no es un film muy afortunado con sus personajes femeninos, ya que el otro de cierta relevancia, la enfermera nocturna (aquí ascendida a médica) Christine Palmer (Rachel McAdams), parece estar sólo para darle al mago algo parecido a un interés sentimental.

Sin embargo, el principal problema de la película no son sus decisiones de casting, sino el apuro con que se desarrollan las escenas en las que no hay combates o actos mágicos. Toda la génesis del personaje, su cambio ético y moral, sus relaciones con sus compañeros y el aprendizaje de sus nuevas habilidades se dan a una velocidad absurda y más increíble que los hechizos, que parecen ser lo único importante para sus realizadores. El agregado de un sentido del humor irregular y por momentos algo pedante no colabora para nada con la credibilidad de un proceso de crecimiento personal que, aunque sea más o menos fantástico, no debería ser ridículo o indolente.

Estos fallos no llegan a estropear un film que resulta atractivo cuando eso es necesario, pero más irrelevante de lo que merecería un personaje tan bueno. De cualquier forma, la escena en la que los hechiceros combaten en una Hong Kong que se va reconstruyendo en lugar de destruirse bajo las fuerzas de los magos alcanza para recomendar esta película, que en cierta forma promete secuelas con un mayor desarrollo de sus aspectos más adultos.

Doctor Strange

Dirigida por Scott Derrickson. Estados Unidos, 2016. Con Benedict Cumberbatch, Tilda Swinton, Rachel McAdams y Mads Mikkelsen.