La escena transcurre en 1890.
Toda la familia está reunida en el comedor.
El señor Rodrigues escarba sus dientes con un palillo, bamboleándose en una mecedora. Acaba de comer como un abad.
Doña Bernardina, su esposa, está muy entretenida limpiando la jaula del canario belga.
Son dos los niños: un varón y una nena. Ella se distrae mirando al canario. Él, recostado a la mesa, con los pies cruzados, lee con mucha atención uno de nuestros diarios.
Silencio.
De repente, el niño levanta la cabeza, y pregunta:
-Papá, ¿qué es un plebiscito?
El señor Rodrigues cierra los ojos inmediatamente, para fingir que duerme.
El chico insiste:
-¡Papá!
Pausa.
-¡Papá!
Doña Bernardina interviene:
-Don Rodrigues, Manduca lo está llamando. No se duerma después de cenar que le hace mal.
El señor Rodrigues no tiene otro remedio que abrir los ojos.
-¿Qué pasa? ¿Qué quieren?
-Yo quería que papá me dijera qué es un plebiscito.
-¡Qué bien, muchacho! Vas a cumplir doce años, ¿y todavía no sabes qué es un plebiscito?
-Si supiera, no lo preguntaría.
El señor Rodrigues gira hacia doña Bernardina, quien sigue muy ocupada con la jaula:
-Señora, ¡el chico no sabe qué es un plebiscito!
-No me extraña que no lo sepa, porque yo tampoco.
-¿Qué dices? ¿Así que usted tampoco sabe qué es un plebiscito?
-Ni yo ni tú; en esta casa nadie sabe qué es un plebiscito.
-¿Nadie? ¡Un momento! ¡Creo haber dado pruebas de no ser ningún ignorante!
-No me vas a engañar con gestos. Ni con discursos. Vamos, ¡si lo sabes, dinos qué significa plebiscito! ¿Y? ¡Estamos esperando! ¡Adelante!...
-¡Lo que usted quiere es provocarme!
-Pero, hombre de Dios, ¿por qué no confiesas que no sabes? No es ninguna vergüenza ignorar una palabra. Ya el otro día pasó lo mismo cuando Manduca te preguntó qué quería decir proletario. ¡Te pusiste a hablar y el niño se quedó sin saber!
-Un proletario -sentenció el señor Rodrigues- es un ciudadano pobre que vive de un trabajo mal remunerado.
-Sí, ahora sabes porque consultaste el diccionario; pero ¡te doy el postre si me dices qué significa plebiscito sin moverte de la silla!
-¡Qué satisfacción le da dejarme en ridículo en presencia de los niños!
-¡Oh! Tú te encargas de hacer el ridículo. Sería tan simple decir: “No sé, Manduca, no sé qué significa plebiscito; ve a buscar el diccionario, hijo”.
El señor Rodrigues se levanta de un salto, y brama:
-¡Pero yo sé!
-¡Si lo sabes, dilo!
-¡No lo digo para no humillarme ante mis hijos! ¡No daré el brazo a torcer! ¡Quiero conservar la fuerza moral que debo tener en esta casa! ¡Vete al diablo!
Y el señor Rodrigues, muy exasperado y nervioso, deja el comedor y se dirige a su dormitorio, donde se encierra dando un portazo.
En el dormitorio estaba lo que más necesitaba para la ocasión: algunas gotas de azahar de naranja y un diccionario...
La niña toma la palabra:
-¡Pobre papá! ¡Se enojó después de cenar! ¡Dicen que es tan peligroso!
-¡Si no fuera obcecado -comenta doña Bernardina-, si confesara francamente que no sabe qué es un plebiscito!
-Bueno -interviene Manduca, muy apesadumbrado por haber sido el causante involuntario de la discusión-. Bueno, mamá, llama a papá; hagan las paces.
-¡Sí! ¡Sí! ¡Hagan las paces! -dice la niña en tono dulce y suplicante. ¡Qué bobada! Dos personas que se quieren tanto no pueden pelearse por causa del plebiscito.
Doña Bernardina besa a su hija, y se dirige al dormitorio. Golpea la puerta.
-Don Rodrigues, venga; no vale la pena enojarse por tan poco.
El negociante esperaba esta oportunidad. La puerta se abre inmediatamente. Vuelve, atraviesa la casa para sentarse en la mecedora.
-¡Está bien! -exclama el señor Rodrigues después de un largo silencio-. ¡Qué bueno! ¡Yo!, ¿Ignorar yo el significado de la palabra plebiscito? ¡Yo!...
Su mujer y sus hijos se acercan.
El hombre continúa con tono profundamente dogmático:
-Plebiscito...
Y mira hacia todos lados para ver si hay alguien más por ahí que pueda aprovechar la lección.
-El plebiscito es una ley decretada por el pueblo romano, establecido en elecciones.
-¡Ah! -suspiran todos, aliviados.
-Una ley romana, ¿se dan cuenta? ¡Y quieren introducirla en Brasil! ¡Un extranjerismo más!
Arthur Azevedo
Traducción de Pablo Rocca.