2016 fue un año peculiar para la música internacional, con una serie de muertes dolorosísimas dentro de la iconografía del pop y el rock, y un año tímido para la industria musical uruguaya, con pocos discos editados por grandes sellos en comparación con años pasados, a lo que se sumó una cada vez más presente autoedición y circulación de sellos independientes (algo que se puede ver en la presente lista). Sin contar la inmensa e importantísima reedición del material de Jaime Roos en compactos, estos son algunos de los discos más importantes que dio este año que se acaba.
10) Eli Almic & DJ RC, Hace que exista (independiente). Toda su belleza se puede encontrar en el primer corte de difusión, “Ese lugar sin forma”. Con una base exquisitamente construida a partir de sampleos jazzeros (el principal fuerte de DJ RC, el beatmaker más amplio y atmosférico que haya dado el hip hop nacional) y platillos que reverberan como haces de luz entre caireles, la cadencia sensual, melancólica y misteriosa de Eli Almic se acopla a la perfección, presentándola como una de las voces más dúctiles y más musicales de la escena rapera actual. De los discos más elegantes que haya dado el hip hop uruguayo.
9) O’Neill, Baja fidelidad a todo (Feel de Agua). Bardero y emocionante hasta la manija, todos sus temas son irresistiblemente coreables, con letras reducidas a tres o cuatro detalles que, sin embargo, pintan un cuadro mucho más grande. Quizá no sea algo a lo que hayan llegado conscientemente, pero O’Neill terminó de dar voz a una camada de pibes vagos o con trabajos lumpenizados, una especie de oda slacker a la uruguaya. Si no son una banda generacional de acá a cinco años, es porque el partido está arreglado.
8) Contra las Cuerdas, Al sur de la ciudad (independiente). Diez años y varias mutaciones en formación y sonido le llevó a Contra las Cuerdas lanzar su segundo disco, Al sur de la ciudad. Con César alternando el scratch con el mic, y Marcelo ampliando sus habilidades de MC con la guitarra acústica, los hermanos Gamboa construyeron un interesantísimo ensamble de músicos, en el que el sample casi pasa inadvertido en el contraste con las composiciones instrumentales cargadas de swing y candombe. No es poco común, en los últimos tiempos, la incursión en el candombe de bandas de otros géneros, pero Contra las Cuerdas demuestra en este disco que es una de las que lo supieron acoplar a su repertorio de forma más orgánica y cadenciosa. Lo más cercano a hip hop criollo que se haya hecho por acá.
7) Mario Villagrán, Mapa al extraviado (Perro Andaluz). Por alguna razón, Mario Villagrán siempre pasó un poco por debajo del radar, pero desde hace varios discos viene realizando composiciones de orfebrería pop redondísima. Quizá este sea el disco donde esta seña cancionera se muestre más abiertamente, con temas de excelente gancho melódico como “La la la la” y “Frente vital”. Lo peculiar de Villagrán y compañía es la manera en que hacen que lo complejo parezca sencillo, con un armado minucioso sostenido en un tratamiento casi impresionista. El extraño eslabón perdido entre el pop y el Choncho Lazaroff.
6) Diego Janssen, El hijo de (independiente). Estrictamente no es de este año (la info del álbum indica que fue lanzado el 21 de diciembre de 2015), pero tanto por la tiranía de la fecha limítrofe como por la calidad del trabajo de Diego Janssen y su colectivo, es pertinente incluir este álbum. Con un estilo cambiante, en el que diversos géneros van mutando y solapándose entre sí, predomina un trabajo sobre lo tribal y ritualístico en la música, con instrumentos variadísimos como el tam-tam, el water gong o el australiano didgeridoo, que aparecen con toda naturalidad en un candombe o una milonga. Sin embargo, más allá del imponente arsenal sonoro, lo que más se destaca es la camaleónica guitarra de Janssen, una gigantesca turbina que devora un montón de géneros, amplificados y acústicos, para convertirlos en otra cosa. El disco más lúdico que se haya hecho en un 2016 levemente ampliado.
5) Carmen Sandiego, Mapas anatómicos (Bola de nieve / Fuego Amigo / Feel de Agua). Desde su pequeña obra maestra de lo-fi Vida espiritual, editada hace diez años, la existencia de Carmen Sandiego siempre se debatió en las distintas capas de apertura que permitía su minimalismo, no sólo en el sonido y la producción, sino también en las letras y el subsuelo emocional. Este es el disco en el que la tensión entre minimalismo y maximalismo tiene lugar de forma más paradójica y fecunda, con unas letras que reducen el humor cáustico de la banda a un detalle cada vez más pequeño (como en la descripción pomposa y anticuada, cual folleto de la Costa de Oro, de un hotel viejo en “Hotel Mediterráneo”) y unas composiciones cada vez más épicas y cinemáticas (como “Iluminada”, de diez minutos, uno de los covers más personales y peculiares que se hayan hecho de un tema de Fernando Cabrera). Es uno de esos extraños casos en los que lo que podría ser visto como una traición a la premisa original termina ampliando y profundizando el universo propio de una banda.
4) Antonino Restuccia Candombe Banda, Océano (Domus). Antonino Restuccia es uno de los músicos jóvenes más polifacéticos que haya dado Uruguay en los últimos años. Tan dúctil en bajo como en guitarra, capaz de diluirse en complejos y atmosféricos temas arpegiados o en versiones más estrictamente jazzeras detrás del contrabajo, su amplitud lo lleva a deconstruir géneros y armar extraños puzles con retazos de diferentes mapas sonoros. Por momentos cercano al cool jazz, por otros entrando en terrenos arábigos, otras veces más cerca del jazz rock de The Grand Wazoo (1972), de Frank Zappa, es uno de los discos uruguayos en los que la fusión entre jazz y candombe se produce en forma más sólida y libre de clichés, planeando de modo completamente libre por todas las riquezas que ofrece el género.
3) Mux, Mux (Feel de Agua). Se dice que, en una posición estratégica y cierto estado de equilibrio, uno puede encontrar comodidad hasta en una cama de clavos. Lo mismo puede decirse de la placidez y el swing de las composiciones de Mux, una banda que arma, con lo sincopado y anguloso de la construcción de sus melodías, una superficie que, en su extraño equilibrio de opuestos, logra una impensable suavidad, una extraña trenza de elementos improbables enredándose entre sí. Este es el disco que más ahonda en la capacidad envolvente de esas superficies filosas, y el que -sobre todo a partir de sus presentaciones en vivo- los erigió como la banda más complejamente calibrada del indie actual.
2) Matador, Matador IV (independiente). Lo interesante de seguir la personalísima carrera de Santiago Bogacz es descubrir cómo va radicalizándose su premisa original, como si, en vez de ampliarse a nuevos registros, estuviera haciendo un zoom cada más mayor sobre las capacidades expresivas de su proyecto. En este cuarto disco parece haberse desprendido casi totalmente del lenguaje, haciendo de su voz -o más que de su voz, de su boca- un instrumento más, con un tratamiento similar al que le da a su guitarra, que se nos aparece ante todo como cuerdas, su reverberación metálica y el extraño mundo de timbres impensados que se les pueden extraer, ya no desde la suavidad del ejecutante sino desde el aporreo de quien rompe un objeto para ver qué tiene adentro. Más allá del blues y del folk primitivista, es difícil encontrar en Uruguay una guitarra que haya sonado así.
1) Los Buenos Modales, Los Buenos Modales (Pure Class Music). En un 2016 en el que el hip hop parece haber tomado forma definitiva como escena y movimiento a escala nacional, el disco debut de dos pibes desconocidos de Colonia pareció ocupar la función de instantánea y coagulante definitivo de todo lo que está sucediendo. Como si fuera un puente generacional entre la vieja y la nueva escuela, el disco no sólo presenta a invitados de los primeros tiempos del rap y a otros que difícilmente llegan a la mayoría de edad, sino también una producción que pasa del estilo más clásico del hip hop a la construcción más electrónica y cargada de densos bombos y hi-hats del trap. Con participaciones como las de Hache Souza, Arquero, Berna, Quito, DJ Sapo o Eli Almic, Los Buenos Modales se conformó como una especie de dream team del género, una foto para enmarcar en los años venideros. Nunca se escuchó en Uruguay un disco de hip hop tan suelto de ataduras, tan fiestero y tan actual.