Poesía vegetal

Arriba en las ramas fue editado con el apoyo de los Fondos Concursables del Ministerio de Educación y Cultura, y recibió este año el premio Bartolomé Hidalgo, que otorga la Cámara Uruguaya del Libro, en la categoría álbum infantil. Se trata de la ópera prima de Eloísa Figueredo y Genoveva Pérez Volpe, que definen este trabajo como “un libro de sensibilización para iniciar a los más pequeños en el conocimiento de los árboles de la ciudad”. El texto hibrida elementos de información con otros de ficción, y hace un fuerte énfasis en los recursos del lenguaje poético.

Beti y Atilio, los niños protagonistas de esta historia, recorren los espacios verdes de su barrio -jardines, plazas, parques y veredas-, y en ese paseo se destacan cinco árboles: el plátano, el ombú, el timbó, el jacarandá y la palmera pindó. Cada uno es presentado a partir de la singularidad de la mirada infantil, apelando a las imágenes visuales, la fantasía, el uso de metáforas y comparaciones y, sobre todo, la personificación como recurso para dar vida y proponer un vínculo con esos gigantes silenciosos; cada árbol se ofrece, en definitiva, como un posible lugar de disfrute y de juego, un disparador de la imaginación. En el caso del timbó, las autoras recurren a una leyenda guaraní, en diálogo con la tradición oral ancestral de esa etnia y su particular interpretación de la naturaleza, con la que establecía una relación muy estrecha.

Todos los sentidos se ponen en juego al presentar a los árboles, incluyendo el oído (al escuchar el canto de los pájaros que suelen habitarlos). Así se propone un vínculo de cercanía con los objetos que remeda la experiencia infantil, sobre todo la de los más pequeños. Recorrer las páginas de Arriba en las ramas es recorrer el barrio de Atilio y Beti, y también acompañarlos en el transcurso de una jornada, llevados por el impulso de jugar, conocer e imaginar.

En las últimas páginas se invita al lector a sumarse al paseo: las páginas en blanco esperan a otros árboles y otras historias. En definitiva, se trata de una bienvenida primera entrega de las autoras, que invita a conocer, disfrutar de la lectura y plasmar el producto de la imaginación propia.

Una metamorfosis

Imposible no evocar La metamorfosis, de Franz Kafka, al comenzar a leer Julián es un pulpo, de Félix Bruzzone. Pero no hay mucho de pesadillesco ni de oscuro en el despertar de Julián, más allá de la extrañeza y del temor a la mirada de los demás, cuando una mañana descubre que se ha convertido en un pulpo azul. Quizá esa naturalidad se deba a que quien experimenta la metamorfosis es un niño y no le resulta difícil sumergirse en la fantasía más inverosímil.

El cuento recorre 24 horas exactas en la vida de Julián, desde ese despertar en el que descubre su cambio -a partir de un primer indicio: el olor a mar- hasta que, a la mañana siguiente, todo vuelve a la normalidad. O casi. El periplo del niño como pulpo coincide con una rutina que es la de siempre pero transformada: comienza con un desayuno con la abuela Elsa, continúa en la escuela y termina en su casa, con el resto de la familia; en cada instancia se asiste al descubrimiento de las ventajas infinitas de su nueva condición, que lo convierte en el mejor golero posible y en un ayudante singular para las tareas más variadas, que resuelve con celeridad gracias a la abundancia de brazos.

Si bien el texto admite una lectura que apunta a la aceptación de las diferencias, la problematización de la identidad y la exploración de las posibilidades que ofrece aquello que a primera vista parece un problema, afortunadamente no es el ánimo aleccionador el que habita estas páginas. Desde el principio se instala un orden fantástico, inverosímil, en el que aceptamos meternos de buen grado. La tónica del texto está dada por el humor y la ternura; por esa candidez infantil, alejada de la tontería, en la que se pasa con naturalidad de un estado a otro y es posible amanecer pulpo, oler a mar, tener una abuela cómplice que disimula cualquier extremo.

Una mención aparte merecen las ilustraciones de Magdalena Sayagués. Con una clara referencia en la escuela del argentino Istvansch, escenificó mediante papeles recortados un universo submarino-cotidiano lleno de color y cuidado hasta el mínimo detalle, que recrea desde el lenguaje de la imagen la particular mirada infantil. Parece que Sayagués viera el mundo con ojos de niña y así lo llevara al papel: en la simpleza de las formas, en la propia actividad -por siempre ligada a la mesita de jardinera- de recortar y pegar, en la atención puesta en detalles ínfimos, en el capricho de crear seres que son así porque sí. Al mismo tiempo ensaya perspectivas, texturas y volumen, y el resultado es muy disfrutable.

Un título bienvenido que seguramente acompañe el sueño sin temor a mutar en pulpo o en cualquier otro bicho.

"Arriba en las ramas" y "Julián es un pulpo"

Arriba en las ramas, de Eloísa Figueredo y Genoveva Pérez Volpe. Tunita Ediciones, Ministerio de Educación y Cultura (Fondo Concursable para la Cultura), 2016. 24 páginas. Julián es un pulpo, de Félix Bruzzone (textos) y Magdalena Sayagués (ilustraciones). Topito Ediciones, 2016. 32 páginas.