Hacia 1950 -el número es redondo- la crítica literaria argentina consiguió una rara floración múltiple. Entre el nacionalismo timorato crecido a la sombra del largo gobierno peronista y el lenguaje automatizado que se refugiaba en la revista Sur, entre la oscura Universidad oficialista y la prosa brillante y poderosa de Borges, los jóvenes de entonces (HA Murena, los hermanos Ismael y David Viñas, Noé Jitrik, Ramón Alcalde, Juan José Sebreli, Oscar Maso- tta...) buscaron la diferencia. Un nuevo profeta, llamado Jean-Paul Sartre, les reveló el camino que les permitía apartarse para encontrar otros modelos existenciales y otras escrituras, que encontraron para siempre en Roberto Arlt, en el magisterio vivo del inconformista Ezequiel Martínez Estrada; en suma, en la literatura como profesión y como apasionada práctica. Entre todos ellos, el joven rosarino Adolfo Prieto se animó a escribir un pequeño libro titulado Borges y la nueva generación (Buenos Aires, Letras Universitarias, 1954), a medio camino entre la ordenada monografía y los agresivos modales de la crítica parricida, como con éxito publicitario la llamó Emir Rodríguez Monegal. Borges, ese “literato sin literatura”, como lo califica el joven Prieto, ese imponente pero falso dios, debía ser negado para que se pudiera hacer una literatura comprometida con la escritura y sobre todo con la vida en-el-tiempo. Sus colegas de Contorno y de otras revistas que ellos mismos hacían u ocupaban (Centro, Ciudad, Ficción) tratarían de atraerlo. De hecho, Prieto colaboró en alguna oportunidad con esas publicaciones ardorosas y ásperas. Pronto se dio cuenta de que su vocación más fuerte estaba en el estudio reposado; de que había otro frente posible de lucha, consistente en leer lo cercano que configuraba ese presente de liza literaria en medio de zozobras políticas.
Radicado siempre en Rosario -hasta que la turbonada de la dictadura de Juan Carlos Onganía lo obligó a salir, en 1966, con destino a Montevideo-, Prieto construyó una obra breve pero imprescindible, título a título. Sociología del público argentino (Leviatán, Buenos Aires, 1956) fue un trabajo algo discipular de las lecturas del francés Robert Escarpit, pero inauguró una línea de estudio descuidada en América Latina. Luego vino una investigación con sus estudiantes que ordenó aspectos de un fenómeno clave y casi intocado: Proyección del rosismo en la literatura argentina (Universidad Nacional de Rosario, 1959). Más tarde publicó un volumen que nació clásico, Literatura autobiográfica argentina (Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1966) y que, en los años que corren, renovó su actualidad gracias a la fiebre de las escrituras del yo (recuérdese que Alberto Giordano, el más notorio especialista argentino contemporáneo en la materia, se formó en Rosario, donde trabaja y ha publicado casi toda su obra). En paralelo, y con pausas, aparecieron algunos estudios sobre obras y autores que Prieto fue difundiendo en publicaciones académicas. Este fue el caso de un modesto y potente folleto impreso a mimeógrafo sobre los grupos de Boedo y Florida, que en 1968 sacó el Departamento de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Humanidades, dirigido por Ángel Rama, cuando la Universidad uruguaya asiló generosamente a los perseguidos por el régimen militar argentino. Prieto fue profesor de Literatura Hispanoamericana en Montevideo, información que debería retenerse. La hora de los prepotentes -hay que saber esperar- también pasa. Volvió a Rosario, su prestigio creció y asumió responsabilidades de gobierno académico, pero en 1973 se lo apartó de la Universidad Nacional y Popular y en 1976, debido a otro golpe de Estado en Argentina, debió exiliarse nuevamente, ahora en Estados Unidos. Esta vez aguardó largo tiempo hasta que se despejaran en su país las amenazas más visibles.
En la última época de su obra, la experiencia y la escritura elegante, aliada al ingenio y a los reflejos ocurrentes del joven espadachín de la crítica, desembocaron en dos piezas extraordinarias en las que se cruzan historia cultural y social con lectura refinada de las obras y con la indagación de la vida material de los textos: El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna (Sudamericana, Buenos Aires, 1988) y, en 1996, Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina, 1820-1850, de la misma editorial. Lejos de toda estridencia y ajeno a la publicidad -su gloria y su condena-, Prieto construyó una de las obras más perdurables de la crítica rioplatense y de su generación, junto a las que, cada uno a su manera, han hecho David Viñas y Jitrik.
Josefina Ludmer entró a las clases de Prieto, pero a diferencia de su profesor, o quizá porque siguió el mejor de los legados -que consiste en continuar al otro en el desvío-, se acopló al trabajo más atento sobre el análisis del discurso, siguiendo la fuerza del estructuralismo desde una comprensión profunda y elástica. Cuando las lecturas de la obra de Juan Carlos Onetti habían llegado a un callejón sin aparente salida, distribuidas entre la postulación de la autonomía del mundo ficcional y la teoría del reflejo, en Onetti: los procesos de construcción de los relatos (Sudamericana, Buenos Aires, 1977), Ludmer acudió al psicoanálisis y a otros recursos más al día para atraer nuevas posibilidades en el examen de La vida breve y del cuento “La novia robada”. Con idéntico arrojo siguió este rumbo en Cien años de soledad: una interpretación (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1985), tratando de esquivar la consagrada lectura mítica y sociológica. Como Prieto y tantos otros que lograron salvar su vida, Ludmer debió exiliarse. Como Prieto, lo hizo en Estados Unidos y terminó heredando la cátedra en la Universidad de Yale que, paradojas de la vida académica de aquellas latitudes, había pertenecido a Rodríguez Monegal. Entonces produjo un libro perturbador, El género gauchesco. Un tratado sobre la patria (Sudamericana, Buenos Aires, 1988), que relee una literatura y sus expresiones conexas en un discurso incómodo, con un afán experimental quizá demasiado ambicioso. En 1999, El cuerpo del delito. Un manual (Libros Perfil, Buenos Aires) volvió sobre lo criollo y lo urbano primitivo de Buenos Aires en un merodeo de los estudios culturales, pero con una potencia interpelante que la salvó del lugar común, en especial en su estudio sobre Juan Moreira y la deriva del crimen en la cultura argentina. Ya de regreso en su país, difundió algunos artículos que provocaron debates, como el que dedicó a las literaturas “posautónomas”. Muchos circularon por internet -signo de los tiempos- y varios fueron reunidos en la miscelánea Aquí, América Latina. Una especulación (2010), editada, como varios de sus títulos anteriores, por Eterna Cadencia.
Dos formas de la crítica representan Prieto y Ludmer; dos formas hasta cierto punto complementarias: el rigor académico y la ansiosa inventiva; la visión del pasado que procura descorrer los velos del presente y la relectura de lo viejo desde una textualidad nueva que acucia; el archivo que se abre y enriquece la teoría, y la teoría que termina reclamando el archivo y lo expande. Sin sus aportes costaría mucho entender el fondo y las formas de la literatura y la cultura rioplatense del último siglo y medio.