Todavía puede haber alguna sorpresa en los estrenos cinematográficos de la última semana de 2016, pero bien puede decirse que el año está cerrado en cuanto a estrenos televisivos y se justifica hacer un resumen de lo más interesante. Aunque en 2015 se manejó a nivel crítico la impresión de que tal vez ya había pasado la oleada de creatividad desaforada que elevó a niveles insospechados la calidad de los productos televisivos a principios de este siglo (en lo que muchos definen como la edad de oro de la televisión), la irrupción hiperprolífica de Netflix y la decisión de canales un tanto tradicionales, como AMC o Showtime, de seguir los pasos innovadores de HBO han demostrado que -aun con muchos productos fallidos y apuestas desafortunadas- la televisión sigue siendo el medio más creativo y permeable a lo nuevo, y que la oferta de series interesantes sigue renovándose. De cualquier manera, mucha de la mejor televisión de 2016 fueron series como Unbreakable Kimmy Schmidt, Veep, la ya clásica Game of Thrones, Documentary Now!, BoJack Horseman o Black Mirror, que ya habían debutado en años anteriores y que en este alcanzaron nuevos picos de calidad que confirmaron su excelencia. Pero aquí preferimos concentrarnos solamente en algunas estrenadas durante los 12 meses pasados, con la esperanza de llamar la atención sobre productos que tal vez les hayan pasado por debajo del radar a muchos. Esto fue al menos parte de los mejores estrenos del año, en una televisión que sigue pasando un momento dorado de su historia.

Stranger Things: Tal vez no haya sido la mejor de las series estrenadas en 2016, pero sí fue de la que más se habló y la que generó fans más entusiastas e instantáneos. En un principio, esta historia de alienígenas de otras dimensiones y chicas superpoderosas creada por los hermanos Duffer no era mucho más que un homenaje fetichista a las películas con personajes juveniles de Steven Spielberg y el cine de horror y fantasía de finales de los años 70 y principios de los 80. Pero le metieron tanto corazón -ayudados por un elenco preadolescente de enorme carisma y talento- que lograron un producto absolutamente querible y entretenido, más allá de algunas irregularidades del guion. Adorada por varias generaciones de nerds cinéfilos, Stranger Things fue tal vez el mayor éxito logrado por Netflix desde que comenzó a producir contenidos propios, y ya se anunció una nueva temporada sobre la que hay especulación en las redes. La niña Eleven fue sin dudas el personaje televisivo del año.

Horace and Pete: De lo más jugado que haya hecho el siempre jugado Louis CK y una de las series más transgresoras -a pesar de no contener escenas de sexo o violencia física- que se hayan visto jamás, Horace and Pete fue más que nada un experimento televisivo que pocos vieron, pero que dejará una marca en la historia del medio. Producida y escrita por CK para ser emitida exclusivamente por su sitio web (una excentricidad de difusión que casi lleva a la ruina al autor), la serie era un drama trágico disfrazado de comedia -y explícitamente influenciado por el trabajo de brutalidad emocional del inglés Mike Leigh, incluso en su incorporación de la improvisación y de varios elementos propios del teatro- que reunía a un elenco de veteranos cinematográficos (Steve Buscemi, Alan Alda, Jessica Lange), exponiendo sus miserias humanas en un bar de Brooklyn. Muy dura en sus contenidos humanos y apelando a recursos radicalmente experimentales para la televisión, como un memorable monólogo íntimo de casi diez minutos con una cámara fija en el rostro de una actriz, la serie espantó incuso a algunos seguidores de Louis CK, pero en sus mejores momentos Horace and Pete es algo de una intensidad dramática nunca vista en la pantalla chica. Teniendo en cuenta el desastre económico que fue, parece muy difícil que tenga continuación, pero de algunas de sus escenas y diálogos perturbadores se seguirá hablando durante mucho tiempo.

Westworld: A pesar de haber mantenido la calidad general que es su marca de fábrica, el canal HBO venía pifiándole feo desde hacía por lo menos un lustro a la hora de generar alguno de sus éxitos-fenómeno al estilo de Los Soprano, Sex and the City o su caballito de batalla actual, Game of Thrones, y apostó todas sus fichas a esta serie de ciencia ficción basada en una película no del todo recordada de 1973 -escrita y dirigida por el novelista Michael Crichton- que narraba una rebelión en un parque temático del Lejano Oeste habitado por robots. Tomando aquella premisa básica y llevándola mucho más allá, hasta el mundo de las realidades virtuales y los conflictos existenciales acerca de la naturaleza de lo humano, HBO esta vez dio en el blanco y justificó su enorme inversión publicitaria y económica con una historia de ciencia ficción dura y filosófica, pero al mismo tiempo llena de aventura, violencia y sexo, con un trabajo de producción, interpretación y escritura generalmente deslumbrantes y muchos misterios aún por solucionar. Todo se puede arruinar, pero da la impresión de que Westworld vino para quedarse.

Outcast: Creada por Robert Kirkman -autor de la exitosísima The Walking Dead- y basada en uno de sus cómics, Outcast fue una aproximación al universo del horror muy distinta a la de la saga de los muertos vivientes, y casi prescindió de elementos de gore o violencia explícita para contar una historia sobre una serie de posesiones demoníacas que se van extendiendo como plaga y a las que sólo un hombre parece tener la capacidad de contener. Esta primera temporada tuvo algunos excesos de dramatismo y redundancia que disminuyeron su impacto inicial, pero en sus mejores momentos alcanzó un grado de ominosidad siniestra que la volvió genuinamente terrorífica. Su inclusión en esta lista es más por lo que puede llegar a ser que por lo que realmente demostró, pero su potencial es enorme y hay muchas ganas de ver hacia dónde se desarrolla su oscura premisa.

3%: La única entrada latinoamericana en esta lista -aunque producida por la internacional Netflix- resultó una inesperada y agradable sorpresa. Una distopía futurista (pero sin grandes avances tecnológicos, en apariencia) que describe un mundo dividido en forma tajante entre las masas empobrecidas y una pequeña elite dirigente que sólo permite el ingreso a esta de 3% de los aspirantes anuales, mediante una serie de tests y pruebas. Mucho más elaborada que fantasías de clase simplistas como la popular Los juegos del hambre, esta serie dirigida por el uruguayo César Charlone discute sin bajar línea explícita conceptos sobre la meritocracia, el libertarianismo, lo revolucionario y la igualdad, ofreciendo al mismo tiempo un producto atrapante, en el que la competencia y la tensión no se establecen por la comparación de capacidades violentas, sino mentales. Elaborada además con un presupuesto muy escueto para el género, 3% es un triunfo de la inteligencia sobre el dinero de producción y una forma de acercarse a la ciencia ficción televisiva mundial sin renegar de nada en términos de identidad profundamente brasileña.

Atlanta: Posiblemente demasiado localista y sutil para ser del todo apreciada por el público rioplatense, esta creación del joven actor y músico Donald Glover (también conocido como artista de hip hop, con el nombre artístico Childish Gambino) fue -a la callada- el debut televisivo más deslumbrante de 2016. Atlanta es una comedia más orientada a la sonrisa que a la carcajada, que sigue los pasos de tres semidesocupados negros de la ciudad que le da nombre a la serie que tratan de hacerse camino en el mundo del hip hop. Llena de observaciones socioétnicas sobre el Estados Unidos actual, la serie nunca cae en el didactismo -o el victimismo- habitual en esta clase de productos, sino que es más bien una inmersión intimista en una cultura y en unos personajes fascinantes, complejos y maravillosamente interpretados, que en cierta forma puede considerarse similar a lo que hizo Louis CK en Louie, pero que se focaliza en un segmento muy distinto de la vida estadounidense. Y con una gracia y una sensibilidad tan poco evidentes como profundas.

Preacher: Adaptando un recordado y transgresor cómic de los años 90, obra de los británicos Garth Ennis y Steve Dillon (otro de los numerosos artistas fallecidos este año siniestro), Preacher es un producto inclasificable, con elementos de horror, western e historieta de superhéroes. Cuenta la historia de un predicador de Texas que incorpora a una entidad sobrenatural que le otorga el poder de que sus órdenes sean inevitablemente cumplidas por quienes las reciben. Esto lo enfrentará con varios enemigos mundanos y sobrenaturales, ayudado por una asesina a sueldo y un vampiro irlandés. Producida por el actor Seth Rogen -gran fan del cómic original en su juventud-, la versión televisiva de Preacher fue criticada por haberse desviado bastante de la desmesura (tanto en términos de violencia como discursivos) de las recordadas historietas originales, pero en cierta forma resultó ser un modelo de adaptación a los tiempos actuales, al eliminar algunos de los aspectos más chillones, pero también cierto tono efectista que no había envejecido bien. Inclasificable, graciosa, profana y presentando a un conjunto de actores hasta ahora desconocidos pero de gran personalidad, Preacher no tuvo la repercusión que merecía, pero ya se ha confirmado una segunda temporada a la que valdrá la pena echarle el ojo.

The Night Of: Otro acierto de HBO, pero esta vez aparentemente sin posibilidades de continuidad, ya que se trató de una miniserie con desenlace, escrita por el brillante guionista y novelista Richard Price, sobre un joven neoyorquino descendiente de pakistaníes que es acusado de un brutal asesinato. Borrosa acerca de la culpabilidad o la inocencia del posible homicida, The Night Of es un retrato hiperrealista del funcionamiento de la maquinaria legal-penal de Estados Unidos y sus enormes falencias y espacios vacíos, pero también de las delicadas relaciones culturales y étnicas que se desarrollan en ese país en el siglo XXI. Un producto robusto y excelentemente escrito, en el que John Turturro interpreta a un abogado diferente de cualquiera de los modelos habituales en el cine de tribunales, y en el que las categorías de héroes y villanos desaparecen por completo para ofrecer una pintura social compleja y llena de matices, con una energía dramática poco frecuente.