Denis Villeneuve hace un cine de decodificaciones, cuyas piezas fundamentales están dentro de sus protagonistas, un juego en el que estos suelen darse cuenta de que las respuestas estaban ante sus narices, y de que ya estaba prefigurado un destino del que sólo eran piezas, meros desvíos y espirales hacia el embudo final.

La protagonista de La mujer que cantaba (2010) es una profesora de matemática avanzada que, tras la muerte de su madre, debe lanzarse, junto a su hermano, a despejar las incógnitas de una vida con un pasado casi vaciado de información. El desciframiento del pasado y la súbita muerte materna se terminan representando en una fórmula algebraica que involucra a los tres, redefiniendo los vínculos que los unían. Sicario (2015, una de los films más ásperos y descorazonadores de los últimos años) parte de la etimología del término que le da nombre, concentrando en esa definición algo que se revela en la última parte y que, nuevamente, parte de la noción de un enemigo interno.

Algo similar podría decirse de La sospecha (2013), en la que el ánimo de lograr justicia por mano propia lleva a un padre a secuestrar al supuesto causante de la desaparición de sus hijas. En este caso, el desciframiento al que tienen que someterse los protagonistas no tiene que ver sólo con qué pasa en la cabeza del presunto secuestrador, sino también con cómo juega en la psiquis de ellos el desdoblamiento entre víctima y victimario.

La idea misma de este desdoblamiento también se jugaba en El hombre duplicado (2014, inspirada libremente en la novela homónima de José Saramago), en la que el protagonista se lanza a la pista de una persona físicamente idéntica a él, y la trama del adentro y el afuera es más tramposa de lo aparente.

La llegada es quizá la película en la que Villeneuve se arroja de forma más abierta sobre el tópico del desciframiento. Llegan a distintas regiones de nuestro planeta 12 naves extraterrestres, y desde el vamos hay un doble acierto en cómo se presenta la información. Para empezar, los lugares elegidos por las misteriosas inteligencias alienígenas no caen en el cliché de ser la puerta de la Casa Blanca o la Torre Eiffel, sino que son menos reconocidos y asociados a centros de poder. Por supuesto, están Estados Unidos, Rusia y Japón, pero las extrañas naves también llegan a países menos previsibles, como Venezuela y Sudán. Por otro lado, ya en el inicio se plantea el drama original de la protagonista (Amy Adams, impecable como siempre), con una serie de imágenes sobre la crianza y pérdida de una hija. Lo interesante es cómo el film hace jugar el notición de la llegada de una inteligencia extraterrestre en una vida devastada por el duelo: hay un mundo donde todo parece haber quedado congelado, como el interior de la elegante casa vidriada de la protagonista y los campus universitarios sin estudiantes (todos pendientes de la noticia), con ella deambulando en salas desiertas, como si, desde su dolor, fuera impermeable al acontecimiento.

Esa especie de ingravidez emocional es sacudida cuando Louise (experta en lenguas) es contactada por el ejército de Estados Unidos para decodificar el lenguaje de esa inteligencia extraterrestre que intenta hacer contacto con los humanos. La protagonista deberá adentrarse en el mundo militar (en un trayecto similar al de la agente del FBI en Sicario), tratando de hacer valer su rol de lingüista en un entorno en el que el acercamiento a estas nuevas inteligencias está más orientado por criterios bélicos que por la fascinación.

A partir de ahí hay algunos lugares comunes -no por ello poco fecundos-, como el de la investigadora que se fusiona con su objeto de estudio y causa desconfianza en sus superiores, pero el primer elemento que hay que mencionar sobre la brillantez de La llegada es la forma en que se escenifican esos encuentros y, más que nada, el diseño artístico y conceptual detrás de ellos.

El silencio de la nave

A no ser en maravillas como Les enfants du Paradis (Marcel Carné, 1945), casi nunca vemos obras dentro de obras (ya sea en teatro, artes plásticas, canciones o libros) que estén a la altura de la que los contiene. Sin embargo, Villeneuve, el guionista Eric Heisserer -quien se inspiró en el cuento “Story of Your Life”, de Ted Chiang (1998)- y el impecable trabajo de su equipo de dirección artística logran extraterrestres fascinantes, originales y lo suficientemente distintos de los humanos, con un lenguaje tan intrigante como complejo. Los heptápodos con quienes interactúa Louise están a medio camino entre elefantes, arañas y seres lovecraftianos, sin rostro ni boca evidente, y se comunican mediante pictogramas circulares, hechos de un gas que guarda varias similitudes con la tinta que expiden los calamares. A su vez, la nave que pende verticalmente a pocos metros del suelo es uno de los objetos voladores interestelares más fascinantes que se hayan llevado a la pantalla. Por su forma ovoide, parece contener la promesa simbólica de un nuevo nacimiento, pero su estructura asimétrica (con un costado más chato) no nos hace tan fácil esa asociación. Por otro lado, la opción de que la nave no parezca hecha de un material pulido o cromado, sino que muestre una superficie exterior rugosa e “imperfecta”, como una roca o tótem de incalculable antigüedad (tiene algo de El castillo en el cielo, de Hayao Miyazaki -1986-), logra un perfecto balance entre lo tecnológico y lo orgánico, algo que no se llevaba a tal grado de perfección desde el diseño de HR Giger para la saga Alien. Pero lo verdaderamente cautivante de las naves es su colosal indiferencia, la ominosa manera en que permanecen a escasos metros de la superficie terrestre, convirtiéndose, desde su silencio, en un lienzo blanco donde se proyectan todas las ansiedades de los humanos.

Leitmotivs

La película, más que seguir el derrotero clásico de films de encuentro entre fuerzas militares y entidades alienígenas, se convierte (como la subvalorada Contacto -Robert Zemeckis, 1997-) en la historia de una decodificación, pero así como en otras obras de Villeneuve un tema presentado al comienzo se convertía en leitmotiv y centro invisible (“Caos es orden aún sin descifrar”, en El hombre duplicado; la idea del álgebra avanzada en La mujer que cantaba), en La llegada prevalece la idea del lenguaje como algo que estructura no sólo nuestra posibilidad de comunicación, sino también lo que podemos pensar. Esta idea ya es un cliché, pero Villeneuve elige, como con todos sus leitmotivs, ir hasta el hueso: aprender el lenguaje de los heptápodos altera la manera de ubicarnos en el espacio y el tiempo. Explicar esto sería contar demasiado, pero cabe decir que la forma orgánica en que las temporalidades se ponen en juego hace ver a la compleja e intrincada Interstelar (Christopher Nolan, 2014) como algo lineal y torpe.

Sin el interjuego de alteraciones temporales, La llegada no sería demasiado diferente de Gorilas en la niebla (Michael David Apted, 1988) con alienígenas (sin menosprecio: dos horas de intercambio romanticón y bienpensante entre Louise y los fabulosos heptápodos valdrían más que el grueso de las películas actuales de ciencia ficción).

Es tentador apelar a un cierre de nota clásico hablando de la definitiva consolidación de Villeneuve como un todoterreno fuera y dentro de Hollywood, pero en el fondo lo que persiste tras La llegada es la fascinación de esos ideogramas en forma de aro, el deseo casi ingenuo de que el libro que Louise se dispone a escribir realmente exista, como una Piedra de Rosetta caída del espacio exterior.

La llegada (Arrival)

Dirigida por Denis Villeneuve. Estados Unidos, 2016. Con Amy Adams y Jeremy Renner. Grupocine Ejido; Life Cinemas Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; shoppings de Paysandú, Punta del Este y Salto.