Habrá quien recuerde que David Foster Wallace (1962-2008) pasó buena parte de su adolescencia jugando tenis, y que La broma infinita (1996), su obra maestra, está centrada en una academia de tenis para jóvenes y niños. Leyendo Todas las historias de amor son historias de fantasmas, la biografía de Wallace publicada por DT Max en 2012, descubrimos que el joven David jugaba un tenis racionalizado, que le gustaba “calcular ángulos y tener en cuenta la velocidad del viento” y que por ello, y porque se desarrolló físicamente de manera tardía, sus compañeros más grandes y fuertes lo aventajaron de inmediato, desarrollaron instintos y memoria muscular, y David entendió que su juego basado en el pensamiento ya había dado todo de sí, de modo que no volvió a aspirar a convertirse en jugador profesional de tenis y sí, por suerte, en novelista. ¿Por suerte? Bueno, habrá también quien sepa poco y nada de tenis y se aburra sobremanera ante un encuentro que involucre a Margaret Court o a Roger Federer (acá es donde este reseñista levanta la mano) y que, por tanto, al abrir un libro como El tenis como experiencia religiosa, piense que su interés principal será constatar un pliegue más en la relación del tenis con la obra de un escritor tan admirado, y que lo importante, en última instancia, es cómo dialogan los dos ensayos incluidos en este libro (“Democracia y comercio en el Abierto de Estados Unidos”, de 1996; y “Federer, en cuerpo y en lo otro”, de 2006) con La broma infinita y, por qué no, con la biografía y la figura del autor.

Pero no es así. Basta con leer el segundo de esos textos para entender que no sólo se trata de un ejemplo maravilloso de ensayo sino que, además (para trascender esa actitud de quienes dicen preferir la “forma”, sea eso lo que sea, al “tema”), logra que incluso un lego en la materia como quien esto escribe llegue a interesarse (y diré más: a fascinarse) por el tenis. En “Federer...”, Wallace expone la belleza del deporte y su magia; al analizar el estilo de ese jugador (y de paso, la historia reciente del deporte, desde el paradigma del “juego de servicio y volea” hasta el más reciente de “juego de fondo”) habla de la técnica, del arte, del talento, el genio y la excelencia, tanto en términos abstractos o generales como anclados a lo concreto, a la batalla de los cuerpos, los brazos, los ojos y las raquetas. Hay cálculo de ángulos y velocidades del viento, por cierto, como si el ensayo, además, lograra contarnos entre líneas o en letra pequeña una historia (la historia, parte de la historia) de su escritor, y hacernos entender por qué el tema es urgente e ineludible para él; hacernos sentir, en última instancia, por qué se mira así al tenis y por qué se encuentra en el tenis lo que se encuentra. Se nos enseña, digamos, a leer el tenis.

El otro texto muestra a un Wallace más dado a la crónica y, por tanto, más cercano al inolvidable Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, el relato de una semana de crucero por el Caribe que publicó en 1997. Aparecen su sentido del humor y su inmensa atención al detalle, que lo hacían capaz de hallar una historia interesante, divertida y relevante hasta en el gesto más mínimo de un boletero del Abierto.

Es interesante constatar que ambos hacen un uso abundante y variado de las notas al pie, a tal punto que por momentos parecen convivir tres líneas de desarrollo: la del cuerpo central, la de las notas y la de un segundo grupo de notas o subnotas (sí, Wallace llega hasta el gesto barroco de incluir notas al pie de página a sus notas al pie, ¿y por qué no?) muchas veces entre paréntesis, como si implicasen otra forma de propuesta, de riesgo o incluso de tono de voz; todas esas líneas confluyen en una recreación magistral del Abierto, y el lector llega a sentir que estuvo allí, que lo vivió.

De todas formas, “Federer...” es el texto más importante, el verdaderamente ineludible. Y va una cita a modo de muestra: “Casi todo el mundo que ama el tenis [...] ha vivido durante los últimos años eso que se puede denominar Momentos Federer. Son ocasiones en que, mientras ves jugar al joven suizo, las bocas quedan abiertas y los ojos saltones y se hacen ruidos que hacen venir a esposas desde otras habitaciones para ver si estás bien. Los Momentos resultan más intensos si has jugado lo bastante al tenis como para entender la imposibilidad de lo que acabas de verle hacer [...]. Todos tenemos ejemplos. Aquí va uno. Se está jugando la final del Abierto de Estados Unidos de 2005 y Federer sirve ante [Andre] Agassi al principio del cuarto set [...]. Agassi va hacia la red siguiendo a la pelota en ángulo oblicuo procedente del lado del revés... y lo que Federer logra hacer ahora es invertir instantáneamente el impulso de su cuerpo y algo como saltar hacia atrás tres o cuatro pasos, a una velocidad imposible [...]. La pelota vuela en línea recta siguiendo la línea de banda, aterriza con precisión en la esquina de dobles del lado de Agassi y obtiene el punto; Federer todavía está danzando hacia atrás cuando aterriza [...]. Ha sido como una escena de Matrix”.

El tenis como experiencia religiosa

De David Foster Wallace. Random House, 2016. 111 páginas.