Ayer, a los 96 años, falleció la actriz francesa Michèle Morgan, considerada la Greta Garbo del cine galo previo a la Nouvelle Vague. Se distinguió por su rostro misterioso y su mirada desde que debutó a los 18 años, junto a Jean Gabin, en El muelle de las brumas (1938), dirigida por Marcel Carné, con un gran guion de Jacques Prévert y un primoroso blanco y negro. En 1946 ganó el premio a mejor actriz de Cannes por La sinfonía pastoral, adaptación de una novela de André Gide.

Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Francia fue ocupada por los nazis, probó suerte en Hollywood con una de las majors, RKO, pero pasó por allí sin pena ni gloria. Uno de los proyectos en los que participó fue el musical Higher and Higher (1943), junto al entonces principiante Frank Sinatra. Hace unos años reflexionó sobre esto diciendo que “RKO esperaba un estereotipo de la French girl, morena, desvergonzada, sensual y picante, pero vio llegar a una rubia de ojos azules, una actriz dramática que hablaba inglés sin acento, y eso me perjudicó”, según reprodujo El País de Madrid.

En su larga carrera, Morgan no siempre identificó las buenas apuestas. Rechazó protagonizar, por ejemplo, Senso (1954), de Luchino Visconti, y La noche (1961), de Michelangelo Antonioni. Y había sido la primera opción para Casablanca, pero la leyenda cuenta que finalmente se eligió a Ingrid Bergman porque aceptó cobrar la mitad de lo que ella pedía. Sí trabajó luego, con Bogart y gran parte del elenco de Casablanca, en la menos recordada Pasaje a Marsella (1944). La actriz siguió trabajando hasta una edad avanzada, y tuvo su último papel cinematográfico en la recordada Estamos todos bien (1990), junto a Marcello Mastroianni y con dirección de Giuseppe Tornatore.