Ante una historieta que adapta un clásico de la literatura universal, cualquier descuidado podría concluir que tiene una excusa para entrarle a una obra cuyo original no está dispuesto a leer. O que puede utilizar el cómic para que un niño o adolescente empiece a leer. En un encuentro casual con Don Quijote, del británico Rob Davis, un lector descuidado podría caer en ese preconcepto, pero afortunadamente es mucho más que una excusa para entrar al mundo de don Miguel de Cervantes Saavedra.
Esta adaptación de la novela fue realizada a lo largo de casi seis años, y con ella Davis afrontó un doble desafío. Por un lado, el de convertir la prosa cervantina al lenguaje de la historieta, descomponiendo larguísimos párrafos y frases extensas en secuencias de viñetas y textos ajustados. Por otro, el de un proceso de traducción en varias etapas: del español del siglo XVII al contemporáneo, de este al inglés en que Davis leyó el Quijote, de este a un inglés más ágil, acorde a los cánones actuales de la historieta, y de este nuevamente al español, para la edición del cómic. No es por casualidad que el traductor y filólogo José C Vales figura con destaque junto al autor en la portada interior, ni que el nombre de Cervantes aparece en la tapa del libro.
Davis arranca planteando juegos verbales para establecer los vínculos sinuosos entre el autor, el traductor, la realidad y la fantasía. “Sin duda, en los tiempos venideros, el autor que ponga sobre el papel mis aventuras comenzará la historia en este punto, con una prosa florida, repleta de alusiones mitológicas y astrológicas que abrumarán las mentes de los más excelsos filósofos”, dice Don Quijote algo después del comienzo de la historieta. “Afortunadamente para ti, amable lector, no ha comenzado así este libro”, comenta Cervantes a continuación.
El autor original habla pero no aparece en persona; sólo vemos sus globos de diálogo, que cada tantas páginas salen desde una ventana enrejada, inconfundiblemente la de una celda, en alusión a la de Sevilla en la que Cervantes engendró su mayor obra. Davis utiliza esta presencia para comentar las desventuras de Alonso Quijano y Sancho Panza, a medida que se van cruzando con otros personajes. Y lo hace con respeto por el humor y la ironía del texto original, aunque convirtiendo muchas veces la prosa en gags visuales, más adecuados a la historieta. El libro se divide en dos partes, como la novela, aunque los capítulos son menos y sintetizan, con creatividad y mucho ritmo, una historia contada desde varios puntos de vista, como en el original.
La trama se desarrolla con globos de diálogo, cuadros con textos breves y, sobre todo, viñetas. Cervantes narra mediante un párrafo de una sola frase, que tiene 157 palabras, el momento en que Don Quijote decide llamar Rocinante a su caballo; Davis da cuenta de ese episodio con una sola imagen acompañada por 24 palabras, y logra que mantenga la gracia.
El trabajo del historietista británico despliega una gran diversidad de recursos e ideas para mantener el ritmo del relato, pero sin salirse del tono gráfico ni apelar a golpes de efecto. Por momentos cambia el estilo de dibujo para contar historias breves (una de ellas, con imágenes al estilo cubista), incluye graciosas dramatis personae u ocupa páginas enteras con las cartas que se envían los personajes entre sí, pero nunca abusa y siempre lo gráfico se ajusta a lo que se cuenta. La historieta, como la novela de Cervantes, es autoconsciente.
Entre las numerosas formas en que se puede adaptar a la historieta una novela, con dificultades adicionales si se trata de un gran clásico, Davis optó por una con la que se puede apropiar del original sin traicionarlo. En librerías es fácil encontrar ejemplos de adaptaciones mal hechas, que apelan a alternar enormes bloques de texto con secuencias de imágenes, en una combinación de aburrida lectura. La de Huckleberry Finn, de Mark Twain, realizada por el italiano Lorenzo Mattotti (editada por Norma) es una excepción. Y este Don Quijote, más que una adaptación, es una obra que vale por sí misma.
Don Quijote
Adaptación de Rob Davis. España, 2016. Ediciones Kraken, 288 páginas.