La sección Relato Gráfico de los Fondos Concursables del Ministerio de Educación y Cultura (para los que, conviene aclarar, he sido jurado en varias ediciones) permite, entre otras cosas, que se publiquen compilados retrospectivos de autores con obra acumulada, histórica y valiosa, pero no suficientemente difundida. Fue el caso de Carlos María Federici hace tres años y es el de Álvaro Rodríguez (Montevideo, 1956), que el año pasado pudo así editar De Margarito a Sandalio, una recopilación de su trabajo de cuatro décadas como historietista (con interrupciones forzosas: afiliado al Partido Comunista del Uruguay, durante la dictadura se exilió, volvió clandestinamente y pasó seis años encarcelado), que sigue desarrollando junto a su labor en docencia y publicidad.
Lo de la dictadura, en realidad, es más que material para un paréntesis. No sólo porque los últimos años del régimen son el marco de muchas viñetas de Margarito, sino también porque esta recopilación ayuda a pensar qué fue la dictadura en el ámbito cultural. Más concretamente: en los debates del año pasado acerca de la naturaleza de lo que pasó a partir de marzo de 1985 surgió la disyuntiva acerca de si se había tratado de una “restauración democrática” en sentido lato o si en verdad había comenzado un nuevo pacto colectivo que no retomaba el sistema previo a 1973. Hubo y habrá argumentos fuertes en ambos sentidos y seguramente el consenso sea mixto, pero sin duda leer las tiras de Margarito deja la sensación de que, al menos en ciertos ámbitos, en los años 80 se percibía una fuerte continuidad con la situación previa a la dictadura.
Para los que nunca lo vieron, Margarito sería, en la terminología actual, un clasificador de residuos que, descalzo y con la compañía de una rata como mascota, recorre la ciudad (y en especial un innominado barrio periférico). Evidentemente, es parte de una familia de personajes, a la que pertenecen Cantinflas y Condorito, que ha poblado la cultura popular de toda la región a lo largo del siglo XX y configuró una línea narrativa humorística de la pobreza. Tal vez el más ilustre representante de ese linaje en Uruguay haya sido Peloduro, la creación de Julio E Suárez, y de Peloduro (tira y personaje) es reconocido descendiente Margarito. Aunque la historieta fue publicada en dos momentos distintos de la revista Guambia (y además tuvo algunas apariciones en otros medios), Margarito es primordialmente, como lo era Peloduro, humor de crisis.
Que esa crisis se percibe como prolongación de una anterior no es sólo un comentario acerca del tipo de humor que ejerce Álvaro (así firmaba sus tiras Rodríguez), sino un hecho documentado en la propia recopilación: la tira Margarito llegó a aparecer durante 1972 en la revista Misia Dura, que en ese momento salía como suplemento del diario comunista El Popular. Desde las primeras páginas de este compilado de 2015, entonces, queda clara la conexión con aquel humor que, a fines de los 60, había sumado a la crítica de los padecimientos económicos la denuncia del creciente autoritarismo político. La última tira de ese proto Margarito es paradigma de las estrategias con las que se buscaba burlar a la censura y también de lo compleja que se volvía esa simple codificación en los albores de la dictadura -en una especie de espejo de lo que ocurriría una década después, cuando crecía el atrevimiento contra los inspectores del régimen-, porque el personaje, después de dar vueltas, se rinde en el último cuadrito: “Por más que pienso no se me ocurre nada pa’ dicir sin dicir nada que no se pueda decir. ¡Me cacho n’ dié!”.
Cuando Margarito vuelve, en 1983, está un poco cambiado: el trazo de Rodríguez es ya el de un profesional, y si bien el entintado evidencia que la deuda con Suárez es no sólo conceptual, sino también gráfica, hay una vitalidad y un alejamiento de la geometría y la “dureza” que marcan una distancia saludable respecto del maestro. En los años 80 Margarito se mueve esperanzado entre hitos del fin de la dictadura (la concentración en el Obelisco de 1983, el diálogo entre políticos y militares, el retorno de Wilson Ferreira y las elecciones de 1985) mientras exclama una consigna, “¡Hoy co-memo!”, que expone la bancarrota, en sentido literal, del régimen cívico-militar tras la debacle económica de 1982. En los años siguientes, sin embargo, volverá el pesimismo redondo: la victoria del Partido Colorado (el mismo que, aunque bajo otra orientación, gobernaba antes de 1973), la insuficiencia de la recuperación de ingresos para la población en general y la desactivación de las investigaciones sobre violaciones de los derechos humanos seguramente provocaron en vastos sectores la sensación de que, excepto por la violencia explícita, mucho no había cambiado respecto de 1973. Tal vez la tira que mejor represente ese zeitgeist sea una en la que Margarito dialoga con Cantalicio (su compinche afro, que por fidelidad al Partido Colorado acusa de “desestabilizadores” a los quejidos de su estómago) acerca del inminente destape: ambos coinciden en festejar el fin de las “tiritas negras·”, pero mientras uno se imagina tetas y colas al aire, el otro piensa en que se revelarán las identidades de los torturadores. Ya para su regreso a principios de los 90, Margarito perderá el encanto de la alusión política -ya no había censores con los que divertirse- y se ocupará de revivir viejos chistes sobre la escasez, la carestía y la inflación.
La recopilación de Margarito es el grueso de esta publicación (160 páginas en formato grande), pero no es lo único. Además del Sandalio del título, hay otras historietas que dan cuenta de la versatilidad (y de la capacidad de crear belleza) de Rodríguez, como Puertorrín & Verdolino, realizada desde la cárcel para entretener a su hijo pequeño, y Motivos de Proteo Sosa. Esta última, única incursión en el color y deliberadamente “moderna” en su trazo, es, como explica el autor, un intento de actualizar su estilo en relación con las tendencias del momento. Aunque no se explica el motivo del fracaso de esa tira, cabría suponer que no es por su gráfica, sino por el lenguaje: Rodríguez, como Suárez, buscaba recoger el habla popular en sus aspectos más coloquiales, y en esa transcripción no transó con la elegancia noventera.
En ese nivel lingüístico, Sandalio, la obra que cierra la recopilación, es una especie de escape bandido. Ambientada en los años de la independencia, la tira recrea el lenguaje de la literatura gauchesca, lleno de contracciones, interjecciones y frases hechas, y se pone así a salvo de la pretensiones realistas que podían molestar (o cansar) en Margarito. Sandalio es, además, un agradable salto gráfico, que Rodríguez atribuye a la influencia del gran dibujante y pintor argentino Florencio Molina Campos, pero en el que podría verse también algo del cómic under estadounidense (especialmente de Gilbert Shelton, el de los_ Freak Brothers_) en su desprolijidad y en el empleo de algunos recursos de contraste propios de la técnica del grabado.
Hay alguna que otra joya más escondida en esta publicación lujosa (“La llamada” es un señor cuento de ciencia ficción política) a la que sólo podría criticársele un bajón de calidad en la impresión del tramo medio (curiosamente, no son páginas donde se reproduzcan obras “antiguas”) y en la que hay que destacar la atención hacia el lector no empapado de la historia reciente: todo está debidamente contextualizado y no faltan discretas notas explicatorias al pie de las tiras originales. Esas aclaraciones valen, porque de algún modo apuntan que, si bien muchas otras cosas pasaron en los 80 y los 90, Álvaro no fue el único en ver y sentir de esta manera.