Muchos rockeros famosos han llegado a un rango de edad en el que gente con menos factores de riesgo acumulados suele morir, y aunque el impacto de las malas noticias tiene picos emotivos cuando se trata de artistas especialmente destacados y queridos, como ocurrió hace poco en los casos de Lemmy Kilmister o David Bowie, los obituarios no llaman tanto la atención como lo hicieron, a fines de los años 60 y comienzos de los 70, los de figuras que fallecieron jóvenes, como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison y, décadas después, John Lennon, Kurt Cobain y Amy Winehouse. Hasta el 3 de febrero de 1959, en los albores del rock and roll, ninguno de los nuevos ídolos juveniles había muerto aún, y que fallecieran tres juntos causó un enorme golpe emocional. En aquella fecha, la misma de hoy, se dijo que había muerto la música.

Tal afirmación, sin dudas exagerada, se refería a la caída de un pequeño avión Beechcraft Bonanza poco después de haber despegado de Mason, Iowa, con destino a Fargo, Dakota del Norte. El siniestro, debido al mal clima invernal en Estados Unidos, les costó la vida a las cuatro personas que iban a bordo: el piloto, Roger Peterson, y tres jóvenes llamados Jiles Perry Richardson, Richard Steven Valenzuela y Charles Hardin Holley. Los tres eran cantantes, guitarristas y compositores que se presentaban con nombres artísticos: respectivamente, The Big Bopper, Ritchie Valens y Buddy Holly.

Richardson era el mayor, con 29 años de edad y dos de carrera como intérprete, marcados por el éxito de su canción “Chantilly Lace”. Valens, descendiente de mexicanos, era el menor, con apenas 18 años, había empezado a grabar ocho meses antes y estaba en la cresta de la ola con “La Bamba”, que hasta hoy le vale ser recordado como un precursor del rock en español. Pero el más famoso y de mayor estatura como creador era sin duda Holly, que tenía 22 años y había dejado una huella muy profunda con tres discos de larga duración y una seguidilla de canciones exitosas de alta calidad, entre ellas “That'll Be the Day”, “Peggy Sue”, “Oh, Boy”, “Rave On”, “Words Of Love”, “Not Fade Away”, “It's So Easy” y “It Doesn't Matter Anymore”.

Consolidó con su banda, The Crickets, el formato estándar con dos guitarras eléctricas (incluyendo su Fender Stratocaster), bajo y batería, aplicó técnicas de grabación innovadoras para la época y -en el terreno de los artistas blancos- definió la figura del músico que graba y produce sus propias canciones al frente de un grupo. Entre los innumerables artistas que reconocieron haber sido fuertemente influenciados por él estuvieron The Beatles y The Rolling Stones, lo cual equivale, obviamente, a decir que cuesta encontrar algún artista en el territorio del rock que no esté en deuda con Buddy Holly, aunque sea en forma indirecta. Por si no bastara con eso, la lista de sus fans confesos abarca desde Elton John a los integrantes de The Clash, pasando por Eric Clapton, Bruce Springsteen y, por supuesto, Don McLean, un compositor y cantante bastante olvidado, a diferencia de su megaéxito “American Pie”, lanzado en 1971 y del que salió la expresión “el día en el que murió la música”.

El 3 de febrero de 1959, como se ha contado muchas veces, Buddy estaba de gira con los ascendentes Valens y Richardson. Una gira extenuante, con largos desplazamientos en ómnibus en días de mucho frío. Por eso decidió alquilar un monoplano para acelerar la llegada a su próximo lugar de actuación, con el fin de disponer de tiempo extra para dormir y lavar ropa. Había sólo tres lugares, que en principio eran para Holly y los dos músicos que lo acompañaban en la gira, pero uno de ellos -el posterioremente muy exitoso cantante country Waylon Jennings (1937-2002)- le cedió el sitio a Richardson, que estaba engripado. El asiento restante se lo jugaron a cara o cruz el otro acompañante de Holly, Tommy Allsup, y Valens.