El 2 de febrero no sólo es el día de Iemanjá, sino también una festividad foránea -sobre todo para países australes como éste-, pero con una valiosa impronta para la cultura popular reciente: el Día de la Marmota. Este curioso acontecimiento se celebra en diversos pueblos de Pensilvania (una de las zonas estadounidenses con mayor ascendencia germánica, de donde proviene el basamento referencial de esta festividad) y especialmente en Punxsutawney, donde año a año se monta un gran escenario alrededor de la madriguera de una marmota, esperando que emerja a la superficie; si cuando sale el día está nublado, se considera que es el augurio de una primavera más cercana; si el día está soleado y la marmota, presuntamente asustada por ver su propia sombra, vuelve a meterse en su guarida, se esperan seis semanas más de crudo invierno.

No se trataría más que de otra de las miles de celebraciones folclóricas que solemos ver con cierto cariño y condescendencia si no fuera porque en 1993 una película tomó esa festividad como eje de su trama y se convirtió en una de las comedias de culto más queridas y reverenciadas en la historia del cine: Groundhog Day, de Harold Ramis, de la cual se estrenará este año, en el teatro londinense The Old Vic, una versión en formato de comedia musical, con miras a su presentación en Broadway en 2017. En El Día de la Marmota (nos atendremos a la traducción más fiel al idioma original y no a las estúpidas y explicativas “Atrapado en el tiempo” o “Hechizo del tiempo”), Phil Connors (Bill Murray) es un egocéntrico y amargado presentador del pronóstico del tiempo, que visita Punxsutawney para realizar la cobertura del evento, se acuesta esa noche en un pequeño y rústico hotel del lugar, e ingresa, cuando despierta, en un ciclo de repeticiones del mismo día. Su periplo comienza a las seis de la mañana, con el radio-despertador emitiendo “I Got You Babe”, y ciertas situaciones se reiteran cada jornada: la dueña del hotel ofreciéndole café y preguntándole por el clima, el ex compañero de la secundaria abordándolo de forma infumable, la pisada de un charco, los comentarios de sus compañeros, entradas y salidas de un diner, personas a las que que no conoce pero cuya presencia, con la repetición, comenzará a anticipar, o a evitar. Tras un comienzo caótico y enloquecedor, Connors adopta distintas maneras de afrontar lo que ocurre. Entre los fanáticos de la obra, y como una de las múltiples hipótesis barajadas, en las que más adelante nos adentraremos, varios han planteado que Murray recorre las conocidas cinco fases emocionales ante la muerte: al comienzo enloquece y niega, luego se deprime, después siente euforia por poder hacer lo que quiera sin consecuencias y luego vuelve la tristeza, pero mientras tanto, los esfuerzos por escapar de ese loop infernal, incluso apelando sin éxito al suicidio, comienzan a entrelazarse con su enamoramiento de la productora de su canal, Rita (Andie MacDowell), a quien quiere conquistar con sucesivas maniobras de acercamiento.

El Rubik de Murray

Lejos de funcionar meramente como una comedia romántica, el principal valor de El Día de la Marmota fue el artilugio de la trama, creado por el guionista Danny Rubyn y el director Harold Ramis, que terminó cosechando cultores entre los que se cuentan religiosos, economistas, políticos, científicos y fanáticos de la ciencia ficción. El film ha sido citado y discutido tantas veces que en algunos ámbitos se acuñó la expresión “Síndrome de Día de la Marmota” para referirse a un estado psicológico causado por el hastío en unidades militares de vigilancia en las que nunca pasa nada nuevo, un ambiente de purgatorio bastante bien retratado en la película Jarhead (Sam Mendes, 2005).

Una parte importante del éxito de la película se gestó tras una pulseada entre Rubyn y Ramis para decidir si había que asignarle una causa a lo que le sucede al protagonista. El director quería que su joven guionista ideara una “explicación”, y se llegó a barajar un efecto de loop generado por variables climáticas, la venganza de una ex novia de Phil y una maldición gitana. Afortunadamente, se optó por no explicitar ninguna teoría explicativa, y eso permite al público adentrarse en la paradoja de una forma más pura y vasta, al tiempo que le da mayor hondura cómica al paradigma kafkiano que gobierna el film (en cierto sentido, El Día de la Marmota es una fusión de La metamorfosis y El proceso, ya que cuando el protagonista despierta está en una situación absurda y enloquecedora sin saber quién lo puso en ella, por qué, o qué podría hacer para escapar de la rueda de repeticiones).

A estos elementos se les agrega un detalle que suele ser la insignia de grandes películas (especialmente las vinculadas a la ciencia ficción): plantear una premisa que se desmonta en muchísimas variables, de tal modo que éstas terminan excediendo el film en sí mismo, ofreciéndose y ampliándose a las inquietudes y expectativas del público. El elemento central que ha generado un culto alrededor de Star Wars, Star Trek o Dr. Who no es precisamente su calidad cinematográfica o televisiva, sino la curiosa densidad de un mundo capaz de crecer más allá de los confines de la obra; en el mismo sentido, El Día de la Marmota es un modelo para armar en el que uno puede fantasear con posibilidades de causa y efecto más allá de lo que aparece en la pantalla. ¿Por qué Connors no se queda despierto hasta que sean las seis de la mañana? ¿En alguna ocasión se pudo haber propasado con Rita, sabiendo que eso no tendría consecuencias? -y en tal caso ¿en qué situación moral lo dejaría ese incidente?-. Quizá una de las que más fascinan a los fanáticos: ¿Cuánto tiempo pasa Connors en el loop, sumando la repetición de días 2 de febrero? Esta pregunta emerge porque el personaje aprende de cero a tocar el piano como los dioses (hay un antecedente en Bill & Ted's Bogus Journey -Peter Hewitt, 1991-, en la que los protagonistas viajan en el tiempo justo antes de un concierto y entran en un retiro intensivo de 18 meses de práctica de guitarra), a esculpir en el hielo, a hacer trucos de cartas (“lo aprendés en cinco meses, si te dedicás a él cinco horas al día”, le dice Connors a Rita, con total naturalidad) y a conocer la vida de todos los personajes del pueblo. Ramis calcula que fueron alrededor de ocho años, ocho meses y 16 días, mientras que otros (con esquemas de tiempo y cálculos sesudos) manejan la cifra de 33 años y 350 días, y algunos, la de cerca de 100 años.

Parte central del humor infalible de El Día de la Marmota radica en eso: lo gracioso no es lo que sabemos, sino lo que no sabemos. Cuando termina el film no tenemos una idea precisa sobre la cantidad de veces que Bill Murray tuvo que pasar por lo que pasó, pero lo intuimos en su rostro, que parece haber visto todo; algo que parece, superficialmente, sencillo, pero que implica un gigantesco tour de forcé actoral, para interpretar qué le ocurriría a alguien que pudiera manejar de antemano conocimientos y sensaciones relacionadas con todo lo que se le presenta y, sobre todo, un pasado múltiple y lleno de recovecos.

El dispositivo es incluso lo suficientemente amplio para que la película panee en un montón de registros distintos al de la comedia. Cuando Connors empieza a sentirse desdichado pese a las ventajas de sus viajes en el tiempo, se dedica a ayudar a distintas personas del pueblo. Entre ellas hay un viejo que muere la misma noche del 2 de febrero y, a pesar de todo lo que haga el protagonista, nada tiene resultado (en determinado momento le pide a una enfermera información médica sobre ese fallecimiento y, pese a que es la primera vez que lo vemos afrontarlo en pantalla, el fastidio de su expresión nos permite inferir que ya ha intentado salvar al moribundo varias veces), lo que delinea ciertas hipótesis sobre la unidireccionalidad del destino.

La marmota de Sísifo

El Día de la Marmota ha sido teorizada desde múltiples escuelas filosóficas, incluyendo las que manejan la teoría del eterno retorno nietzscheano, la alegoría del mito de Sísifo esgrimida por Camus (la jornada repetida por Connors equivaldría a esa roca que la humanidad debe empujar una y otra vez pendiente arriba), e incluso el concepto cristiano del purgatorio y el concepto budista del samsara, un ciclo constante de renacimiento del que la gente trata de escapar (y en el que desempeña un papel importantísimo el karma).

Quizá lo más interesante de la película es, más que su lado más explícitamente metafísico (en el que el punto central y crucial es que el protagonista no tiene que resolver algo en el mundo, sino algo en sí mismo, para dejar de repetir ese ciclo), el vinculado con la historia amorosa, uno de los terrenos menos revisados de la obra. Connors trata una y otra vez de conquistar a Rita, a veces realizando extensísimas investigaciones para adaptarse exactamente a lo que ella quiere, pero nunca lo logra del todo. En algún punto esto retrotrae a las relaciones de pareja a lo largo de nuestras propias vidas: podemos atravesar sucesivas experiencias en ese terreno, tratando de pulir errores anteriormente cometidos, y pese a que logremos avanzar en cierto sentido, o por lo menos ajustar nuestros parámetros, puede persistir algo de fondo, en la elección de objeto amoroso o en nuestra forma de ubicarnos ante él, que siempre haga agua. Así, nuestra vida amorosa puede convertirse en una especie de Día de la Marmota privado, a la espera de hallar algo o alguien que nos permita romper el ciclo.

Como se puede ver, las interpretaciones son variadísimas, tanto que la premisa ha sido utilizada múltiples veces en otros films, como en Como si fuera la primera vez (de 2004 y no centrada en un problema temporal, sino en un problema de memoria de la protagonista), Al filo del mañana (de 2014, en la que Tom Cruise, como en un videojuego, tiene que luchar una y otra vez en la misma batalla), Repeaters (de 2010, que es como El Día de la Marmota con cinco capas agregadas de negrura), Cuestión de tiempo (de 2013, en la que las aproximaciones del personaje principal a su amada se dan en el mismo formato de ensayo y error, mediante viajes en el tiempo), o un famoso capítulo de Los Archivos X en el que Mulder tiene que enfrentar una y otra vez un trágico atraco a un banco.

Ante tanto fanatismo, parece que El Día de la Marmota, fiel a su trama y premisa, es discutida y revisitada una y otra vez, lo que nos hace sentir que, de alguna manera, también sus fans y nosotros volvemos a vivir innumerables veces ese 2 de febrero.