Es una película extraña. Y tiene varias capas de extrañeza. La primera tiene que ver con su condición de cine de animación, un ámbito que normalmente asociamos con lo infantil o, por lo menos, con algún componente de inocencia. Este film, en cambio, lidia con las angustias existenciales de un hombre maduro, incluye desnudos frontales masculinos y femeninos y una escena de sexo que, sin ser lo más explícito que hay, lo es lo bastante como para que se la catalogue como “sexo explícito”.

Dentro de la animación, se trata de animación con muñecos (stop motion), en una época en la que hasta los principales exponentes de dicha técnica (el estudio Aardman) se pasaron a la técnica dominante de animación por computadora. Eso genera, para quienes ya asumimos la animación por computadora como estándar, una contradicción: los objetos tienen una calidad fotográfica muy superior a la que es obtenible actualmente con la computación (la textura de las telas de las ropas, algunos de los objetos escenográficos), pero la animación es poco fluida, las expresiones faciales son limitadas, la cabellera de los personajes es rígida y poco definida, la física de los objetos (su peso, su efecto, los esfuerzos realizados en relación con ellos) es ostensivamente artificial.

Hasta aquí, lo inherente al stop motion. Luego está el hecho de que todos los personajes tienen rostros fraccionados, como si fueran piezas de una máscara, con las juntas bien visibles. Al inicio tendemos a asumir esa opción poco común como un recurso de estilo visual, uno medio incómodo pero, en fin, hay gustos para todo. Es tan excéntrico el recurso que cuando Bella hace una referencia a que le cambiaron una de las placas faciales y no está segura de que hayan embocado con el color exacto -esto ocurre en la primera media hora de película- tendemos a desestimarla, a pensar que quizá no entendimos bien lo que dijo o que las leyendas están mal traducidas. Pero luego habrá un par de momentitos en los que Michael, el personaje principal, va a manipular expresamente la placa que incluye su nariz y boca: la ajusta y con ello contiene lo que parece un defecto electrónico: su boca se movía sola y espasmódicamente. Luego, en una escena de sueño, muy de paso, la placa se le cae, revelando debajo una estructura robótica. Pero son las únicas referencias a ello en toda la película: en ningún momento se dice que estamos en un mundo de robots ni nada por el estilo. A todos los efectos, son los Estados Unidos, la ciudad de Cincinnati y sus habitantes inteligentes y dominantes, como si fueran humanos.

Hay otro aspecto extraño sobre el que no se habla, pero al menos lidiamos con él de una manera más central (lo otro es más raro -dejar pasar lo extraño como si fuera normal y no ocuparse de su extrañeza-). Es el hecho de que, salvo por Michael (que tiene la voz de David Thewlis), todos los demás personajes que van apareciendo tienen la misma voz, la de Tom Noonan. Para que quede más claro: todos los personajes, hombres y mujeres, adultos y niños, jóvenes y viejos, tienen la misma voz de varón maduro. Al inicio, como en el caso de los rostros robóticos, tendemos a pensar que hay algo defectuoso en nuestra percepción: ¿será que esa persona que vemos en la imaginación de Michael (es Bella) es un joven peludo de look medio afeminado? ¿O un travesti? ¿Michael será gay? Pero de pronto, en un momento en el que ya absorbimos el recurso y lo asumimos como un elemento más de la textura extraña de esta película, ese recurso se va a hacer más saliente, se va a poner en evidencia. Eso sucede cuando aparece Lisa, un personaje que, como indica el título, es una anomalía: ella, y sólo ella, tiene la voz de Jennifer Jason Leigh, es decir, voz de mujer. No recuerdo si Michael hace una referencia específica a su voz, pero ésta implica una diferencia notoria para nosotros, que encarna la diferencia más amplia que Michael parece haber captado y que lo enamora. Michael va a fascinarse con varios aspectos de Lisa, pero en todos ellos la voz parece tener algo que ver: le pide que le cuente historias, que hable, que cante, que emita sonidos durante el sexo.

Pistas y claves

Excepto por la escena final, en toda la película estamos junto a Michael, la narrativa está restringida a lo que él conoce, ve y sabe. Por ahí él tiene una pesadilla y por unos minutos la película se asimila (como ocurre en tantas otras) a esa pesadilla, pero luego Michael se despierta. En algún momento vemos algo que es claramente su imaginación o su recuerdo (como la ya citada imagen de Bella cuando Michael lee la carta). Pero la narrativa nos da una pista (válida para el espectador muy erudito) de que todo lo que vemos puede estar filtrado por un proceso patológico, o casi. El hotel de Cincinnati en el que Michael está alojado se llama Fregoli. Hay una enfermedad neuropsiquiátrica conocida como síndrome de Fregoli (en honor a un transformista italiano famoso a comienzos del siglo XX) que se caracteriza por el hecho de que el enfermo cree que distintas personas son la misma pero con múltiples disfraces (el síndrome muchas veces tiene un viso paranoico).

Ésta sería una clave posible de apreciación: como en El gabinete del doctor Caligari, se trataría de una narrativa desde la mente de un enfermo mental. También podría verse como un tratamiento metafórico de la narrativa: Lisa está dotada de una voz distintiva para que los espectadores sintamos de una manera más potente su diferencia, como un caso extremo de una opción narrativa común (por ejemplo, es usual que cuando el protagonista de una película de amor no encuentra mucha gracia en nadie pero de pronto se enamora de una mujer, suene una música extradiegética distintamente envolvente, o que la tipa aparezca en cámara lenta o con determinado tratamiento fotográfico). Por ese lado, lo de los robots también podría ser parte del extrañamiento de Michael en relación con el mundo: él se siente a sí mismo como una máquina -y por algo es que su “defecto” se manifiesta por única vez en la escena en que está frente al espejo, luego de haberse bañado, desnudo (la imagen del afiche)-. En ese sentido, la propia opción por la animación con muñecos puede ser una extensión de esa operación metafórica, que permite a la mayoría de los personajes tener rasgos emparentados, artificiales, “de muñeco”. Es una de las explicaciones posibles para que se haya hecho con animación una película tan adulta y “psicológica”.

Michael parece ser realmente una persona enajenada. La combinación de ennui existencial, comprensible aburrimiento de alguien muy inteligente que se gana la vida escribiendo libros que son una especie de autoayuda para mejorar la eficacia corporativa, dosis masivas de alcohol, desgaste matrimonial y crisis masculina prevejez parece haber fatigado su capacidad de registro del otro (véanse la escena de su reencuentro con Bella y la situación del regalo para el hijo).

Pero la película pega otra vuelta de extrañeza, completa los 360 grados y se reconecta de pronto con lo “normal” cinematográfico (es decir, con la empatía emocional) en el momento en que Michael conoce a Lisa. La larguísima escena entre los dos, entre que se quedan a solas y que caen dormidos, transcurre casi en tiempo real. Cada uno de ellos es desvalido a su manera: él que parece perdido en su mundo de Fregoli y de pronto encuentra a la que parece ser la única mujer-mujer del universo. Ella, tímida, algo traumada, con serios problemas de autoestima y acentuadas diferencias de clase y cultura con Michael. Créanme, esa escena de atracción, seducción y sexo filmada con dos muñecos es de lo más conmovedor que se haya visto en mucho tiempo en el cine. Entre otras cosas, es raro y grato ver una escena de sexo tan frontalmente antipornográfica. Quiero decir que es incluso menos pornográfica que escenas más mainstream y pudorosas, porque, justamente, carece de vergüenza y, por lo tanto, de ese morbo que se asocia con lo prohibido. La película nunca nos dice: “¡Miren, sexo!” Son cuerpos “comunes”: él barrigón, ella un poco gordita. La cámara nunca se desvía para no mostrar aquello que hará que los censores prohíban la película para determinada franja de edad, pero tampoco se inmiscuye para mostrar especialmente lo que suele ser tabú. Es sexo tierno, amoroso y rico.

Lo visual a posteriori

Es curiosa la historia de este proyecto: Charlie Kaufman, el muy famoso autor de una serie de guiones excéntricos y muy creativos (¿Quieres ser John Malkovich?, Eterno resplandor de una noche sin recuerdos) escribió esta historia con el seudónimo Francis Fregoli en 2005 para un proyecto del compositor Carter Burwell (es suya la música de la película), de teatro para ciegos. Thewlis, Noonan y Leigh leían sus textos sin moverse, Burwell tocaba la música en vivo y había un equipo de efectos sonoros. Recientemente surgió la idea de “visualizarla”, y Kaufman asumió directamente la dirección junto al animador Duke Johnson, especialista en stop motion. Pusieron el proyecto en Kickstarter (una plataforma de crowdfunding, o sea, de mecenazgo colectivo mediante pequeñas donaciones) y, luego de levantar medio millón de dólares, llamaron la atención de productores que completaron el presupuesto relativamente modesto de nueve millones. Al parecer, el texto es prácticamente idéntico al de la obra original, así que toda la parte visual es un agregado a una obra hecha para funcionar perfectamente sin imágenes. Esto es increíble, porque la película tiene un visual difícil de olvidar y, uno diría, esencial. Es todo un virtuosismo eso de tornar esencial lo que inicialmente podía ser “superfluo”, o dicho de otro modo, trascender la mera ilustración del texto y construir realmente una obra más grande con lo visual, una que contiene la pesadilla paranoica y la ternura en dosis muy especiales. El trabajo musical y vocal también es extraordinario, y vale observar que la cartelera yuxtapone dos trabajos magníficos y totalmente distintos de Jennifer Jason Leigh (el otro es el de Los ocho más odiados).