Nos visitó en 2012 con el monólogo Molly Bloom, versión escénica de un texto del Ulises de Joyce, y en 2015 con Los caminos de Federico, un espectáculo creado por Alfredo Alcón. Vuelve a presentarse en Montevideo, del 5 al 21 de febrero en la sala Zavala Muniz, como directora de una versión rioplatense de La señorita Julia, realizada por Alberto Ure y José Tcherkaski sobre el original de August Strindberg, con Belén Blanco, Susana Brussa y el uruguayo Gustavo Suárez. Banegas, que además es cantante, docente de teatro y escritora, habló del proceso de creación y del momento político que atraviesa su país.

-¿Qué vigencia tienen hoy el original de Strindberg y esta adaptación? ¿Qué perfil le quisiste dar a tu puesta?

-La señorita Julia forma parte, junto con El padre y Acreedores, de una trilogía de Strindberg. Es una tragedia naturalista, un invento extraordinario que él hace en ese cruce de géneros. Como siempre, a los clásicos hay que resignificarlos o actualizar algunas cosas que tienen que ver, sobre todo, con las traducciones. La adaptación es de 1978, y desde entonces ha habido algunos movimientos de expresiones; además, hay que editar, “cortar y pegar”, porque las narrativas se sintetizaron mucho a lo largo del siglo XX. No queríamos que fuera excesivamente larga, porque la tragedia tiene que ver con el crecimiento y la precipitación de algo que se va agravando y que se vuelve vertiginoso. En este caso se hacía muy difícil de sostener ese crescendo, ese viaje infernal en la noche de San Juan en la que sucede la acción. Creamos una puesta de mucha intensidad, de un naturalismo un poco corrido a una actuación de trabajo físico más intenso con respecto a la acción y los cuerpos en el espacio, además del alcohol y la celebración de esa noche dionisíaca. La obra tiene unidad de tiempo y de acción como la tragedia aristotélica, pero es también de cámara, muy íntima. El mundo de Strindberg es perturbado, paranoico, y esto implica un trabajo actoral de mucho riesgo. La pieza es muy sutil e inteligente. Creo que como en todas las grandes obras, los personajes son muy inteligentes porque los autores lo son, y esto es también una característica de género, porque una de las características del héroe trágico es la lucidez: tener conciencia, darse cuenta de su destino y de lo que generó ese destino, la hybris de la que hablaban los griegos, esa soberbia de ponerse “por encima de”.

-¿Qué trabajo se pretende por parte del público con este tipo de obras tan complejas, en las que los protagonistas están reflexionando sobre lo que acontece en escena?

-Digamos que en general trato de hacer un teatro en el que el público quede verdaderamente involucrado, tocado por la energía, por los imaginarios, por lo que circula en el escenario. Me interesa hacer un teatro que sea muy penetrante en la percepción del espectador. La obra tiene también una enorme violencia emocional, es realmente dura.

-¿Qué aspectos quisiste resaltar?

-Esa visión paranoica de Strindberg en la que las mujeres son todopoderosísimas. Hicimos con Ure una versión del El padre en la que todas éramos mujeres muy producidas y erotizadas, y algunas personas muy vinculadas con el teatro sueco decían que era el Strindberg más Strindberg que habían visto, porque era una especie de mundo de hombres donde las mujeres cumplían los roles masculinos, pero siempre como mujeres. En La señorita Julia está todo lo psicótico del autor. Trabajamos con algo fuera de la temporalidad, un mundo que es del pasado pero no del siglo XIX. Son muy importantes la música de Carmen Baliero y las luces de Sebastián Marrero. Con Carmen trabajo desde hace mucho tiempo. Ella creó dos planos sonoros, uno que tendría que ver con el afuera real, la fiesta que sucede afuera de esa gran cocina, y otro que es la subjetividad, sonidos de cabezas perturbadas. Me interesa acercarme a ese imaginario conspirativo y paranoico, me resulta muy atractivo, muy teatral, muy lúcido. Strindberg era muy amigo de Nietzsche y era quien le decía “¿Cuántos somos?”, refiriéndose a los más inteligentes: “Seremos diez o menos”. Eran amigos y estaban haciendo ese cruce entre tragedia y naturalismo, eran inteligencias supremas y, además, locos.

-¿Hay algún dramaturgo o alguna obra que querrías dirigir?

-No tengo géneros favoritos, pero me gustaría dirigir alguna vez Macbeth, o [Samuel] Beckett; también teatro rioplatense como Los derechos de la salud, de Florencio Sánchez. Me gusta trabajar con poesía, voy y vengo de los textos dramáticos a armar trabajos más performáticos con poetas; trabajé mucho con Juan Gelman.

-Abarcás varias ramas artísticas, incluyendo el canto y la literatura infantil, ¿Cómo manejás tus posturas narrativas respecto del público?

-Creo que una tiene dentro varios narradores y muchas voces. La literatura infantil tuvo que ver con una época de mi vida en la que era guionista de un programa de televisión para chicos producido por mi padre, que se llamaba Los Chiripitifláuticos. Fue un ejercicio muy bueno para mí. Fui actriz y directora de teatro para niños, además de docente, pero con los años me fui alejando de eso.

-¿Qué pensás del nuevo gobierno de Mauricio Macri en Argentina? ¿Cómo afectan a la cultura los recortes presupuestales y los despidos que se están llevando a cabo?

-Estamos muy preocupados; no sólo la gente de la cultura, sino todos los que tienen una mirada crítica hacia este proyecto neoliberal salvaje en el que nos están metiendo. Ha sido una salvajada: despidos masivos, ajustes de tarifas de 700%. Mucha gente se reúne en las plazas a charlar, a discutir, a pensar, por ejemplo, con el juez Eugenio Zaffaroni, que era miembro de la Corte Suprema de Justicia; con Axel Kicillof, ex ministro de Economía; con Horacio González, ex director de la Biblioteca Nacional; es decir, con referentes de la cultura y la política. Se están formando asambleas espontáneas y espacios de encuentro porque es muy grave la situación. Están atacando deliberadamente el aparato simbólico del país, con los desaparecidos, las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas... es gravísimo.

-Hay cierta banalización de la cultura...

-Sí, claro, todo es lindo, feliz... Mientras se producen estos ajustes y despidos, el discurso es que quieren que la gente sea feliz. Un discurso demencial y banal, profundamente banal. Es lindo, es bueno, es feliz... ésos son los términos, el aparato conceptual está en ese nivel de pensamiento. Mi amiga Liliana Herrero me contó cómo la despidieron del Ministerio de Cultura; en fin, es un desmantelamiento deliberado y muy grave.

-¿El teatro volverá a ser parte de un movimiento de resistencia?

-Esto repercute en la producción artística y teatral, absolutamente. Yo estoy en una lista negra, por ejemplo. La integran todos los actores que presuntamente recibíamos subsidios, pero yo nunca recibí ningún subsidio. Por ahí trabajé en alguna miniserie que sí había recibido un subsidio, aunque eran todas producciones de bajo presupuesto. Es casi disparatado. Incluso accediendo al poder desde el derecho y las elecciones, sus modales siguen siendo tan fascistas como siempre; la impunidad y la banalización forman parte de la misma máquina neoliberal de un proyecto económico de aniquilamiento.

-¿Pensás que tu futuro como creadora debe adaptarse a ese cambio?

-Bueno, se acaba de publicar una carta firmada por un grupo de artistas para pedir la renuncia de Darío Lopérfido, secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, director del Teatro Colón y del Festival Internacional de Teatro -casado además con Esmeralda Mitre, hija de los dueños del diario La Nación-, que dijo que había que ver si los desaparecidos eran realmente 30.000. Yo firmé esa carta junto con cientos de personas de la cultura. Tenemos una gran experiencia en lo que se refiere a resistencia cultural; dura, dolorosa, pero creo que no hay nada como tener un enemigo. Para el trabajo de la creación, está bueno discutir con alguien, así que vuelven los enemigos.