El músico David Byrne, ex líder del grupo Talking Heads, escribió para su sitio en internet un artículo titulado “La cámara de eco”, cuyo inicio captura la atención: “No hace demasiado tiempo algunos amigos se preguntaban ‘¿cómo es posible que quienes apoyan a [el aspirante a la candidatura presidencial estadounidense Donald] Trump estén al parecer tan poco conscientes de sus mentiras y estupideces, y de la ridiculez de muchas de sus posiciones e ideas?’ [...]. Últimamente parece que cualquier cosa que contradiga una creencia apasionada se ha vuelto invisible”.

“¿Cómo es que los puntos de vista se han vuelto tan insulares y aislados que cualquier información contradictoria no llega nunca siquiera a penetrar la burbuja? ¿Cómo llegamos a un punto en el que el diálogo es imposible? ¿Me lo estoy imaginando, o es que la cámara de eco, en la cual cada uno sólo escucha aquello con lo que está de acuerdo, ha expandido su alcance y al mismo tiempo ha aumentado esa rabia y la imposibilidad de dialogar?”, plantea Byrne. Y en ese punto introduce algunas reflexiones sobre el efecto de las llamadas redes sociales en la comunicación.

Por su naturaleza, afirma, una red social facilita la formación de grupos con gustos y opiniones similares. Y tanto los seguidores de Trump como los de otros candidatos a menudo acceden a las noticias mediante plataformas como Twitter y Facebook. El problema con esas plataformas, señala el músico, es que, por lo general, les muestran a sus usuarios puntos de vista con los que están de acuerdo, debido a que cada uno ve lo que sus “amigos” y las personas a las que “sigue” están compartiendo. “Todos hacemos esto en alguna medida”, pero hay que tener en cuenta que los algoritmos en los que se basan esas redes sociales refuerzan deliberadamente tal tendencia humana y la expanden, sobre la base de que “si te gusta esto, te va a gustar esto otro”. De ese modo, las redes fortalecen los puntos de vista de sus usuarios, para darles más de lo que les gusta, porque eso los mantendrá felices y conectados, al tiempo que se les muestra más publicidad certeramente dirigida en función de sus preferencias, argumenta Byrne. “Permaneces feliz ‘sabiendo’, o mejor dicho creyendo, cada vez más sobre cada vez menos. Agreguen ese algoritmo a la inclinación natural de las personas hacia la búsqueda de puntos de vista que confirmen sus preferencias y tendrán una potente combinación”, agregó.

Y, “como suele ocurrir cuando grupos de individuos con mentalidad parecida discuten algo, el resultado es que sus puntos de vista no sólo se refuerzan, sino que también se vuelven más extremos”, acota.

En las redes sociales, para mantener a la gente contenta y conectada, se filtran las noticias de modo que cada uno sea alimentado con contenidos acerca de asuntos en los cuales ya había manifestado interés, alega el músico. En apoyo a esa afirmación, cita al egipcio Wael Ghonim, considerado uno de los responsables de la promoción de protestas mediante Facebook en 2011, que escribió en el diario The New York Times: “Tendemos a comunicarnos sólo con gente con la que estamos de acuerdo, y gracias a las redes sociales, podemos silenciar, dejar de seguir o bloquear a todos los demás. Hace cinco años dije: ‘Si quieres liberar a la sociedad, lo único que necesitas es internet’. Ahora creo que si queremos liberar a la sociedad, primero tenemos que liberar internet”.

Dice Byrne: “Nos gusta pensar en la web como en un lugar de pluralismo, donde muchas voces, a menudo enfrentadas entre sí, pueden ser oídas. Un lugar de diversidad, donde se puede averiguar qué cosas maravillosas e inesperadas existen y son distintas de todo lo que ya conocemos”, pero el creciente efecto de las fuerzas del mercado determina que la diversidad de voces sea sometida a tantos filtros que muchos sólo oyen ecos de lo que ya creen.

El músico reconoce que probablemente es tan culpable de eso como cualquiera, pero sugiere que “recorrer distintos barrios le da a uno una visión cara a cara ligeramente mayor de la diversidad de la humanidad”.