Desde el accidente frutal que inspiró a Isaac Newton para elaborar su ley de gravitación universal en 1687, las ideas sobre el fenómeno de la gravedad fueron mutando. La comprensión del fenómeno que Newton describió como una fuerza de atracción generada por los cuerpos (sin formular una hipótesis acerca del motivo por el cual se generaba) pasó a complejizarse con la teoría de la relatividad, que Albert Einstein publicó hace exactamente 100 años. En términos simplificados, para aquel alemán el tiempo y el espacio no eran dos cosas separadas sino un continuo -el espaciotiempo-, y la gravedad sería una curvatura en ese continuo generada por los cuerpos. La representación gráfica preferida por la comunidad científica para transmitir cómo se produciría ese fenómeno es la del espaciotiempo como una red no muy tensa; cuando se deposita un objeto encima de ella, esa red se curva hacia abajo y sus cuerdas tienden a acercarse. Sobre la base de esa concepción de la fuerza de gravedad, Einstein supuso que algunos eventos astronómicos generarían “ondas gravitacionales” pero que éstas serían indetectables, incluso si se tratara de acontecimientos enormes, capaces de contraer y expandir los espacios entre los objetos en forma similar a la vibración de las moléculas que conocemos como sonido.

El 11 de febrero, la Fundación Nacional de la Ciencia de Estados Unidos anunció que había logrado nada menos que rectificar en forma parcial a Einstein en relación con el asunto, mediante la detección de ondas gravitacionales, confirmando al mismo tiempo su hipótesis acerca de la existencia de tales ondas.

El descubrimiento se registró en los dos centros que posee el Observatorio de Ondas Gravitacionales por Interferometría Láser (LIGO, por su sigla en inglés), uno en Washington y otro en Louisiana. Esa institución se dedica, desde que se fundó en 2002, a intentar la detección de ese tipo de ondas con un sistema extremadamente complejo, cuya descripción requeriría todas las páginas de este diario, que permite medir oscilaciones 10.000 veces más pequeñas que un protón por medio de rayos láser que recorren túneles al vacío de unos 40 kilómetros de largo. Y la cuestión es que, por primera vez, tuvo éxito.

El 14 de setiembre de 2015 llegó al observatorio de Louisiana una señal que siete milisegundos después se registró en el de Washington. Según se informó en el sitio de internet del LIGO, los modelos teóricos actuales permiten inferir que la fuente fue, a una distancia de 1.300 millones de años luz, el choque entre dos agujeros negros gigantes -del tamaño de entre 29 y 36 soles como el nuestro- y su fusión en uno solo, un evento que se calcula que ocurre en algún lugar del universo cada 15 minutos. El descubrimiento, entonces, sería triple: no sólo el registro de ondas gravitacionales sino también la verificación de la existencia de un sistema binario de agujeros negros, y la primera evidencia sobre dos que se fusionan en uno, con la peculiaridad adicional de que éste tiene un área mayor a la suma de los dos por separado, dato que inquietó a la comunidad de astrónomos de todo el mundo.

Ante tales descubrimientos, la pregunta surge como un reflejo: ¿para qué sirve todo esto? Nada menos que Stephen Hawking, la voz (electrónica) más reconocida en el mundo en los terrenos de la física teórica, la astrofísica y la cosmología, dijo en una entrevista con la BBC que el avance logrado por el LIGO permitirá desarrollar “una forma completamente nueva de mirar el universo” que “revolucionará la astronomía”. Según explicó el investigador Peter Graham a la revista estadounidense Forbes, poder captar y medir las ondas gravitacionales proporcionará a la ciencia nuevas vías de conocimiento, ya que la información sobre el espacio exterior de la que los seres humanos disponemos hasta el momento se basa en la exploración del espectro electromagnético: o sea, el análisis de lejanísimas emisiones de luz, microondas, rayos X e infrarrojos. “Ahora podemos escuchar al universo”, metaforizó la cordobesa Gabriela González, portavoz del LIGO, en declaraciones al portal Discovery News.

Después del descubrimiento de setiembre, la dirección del observatorio decidió implementar mejoras en su interferómetro láser, con la intención de que llegue a ser capaz de detectar ondas gravitacionales a una distancia de 300.000 galaxias, lo que estadísticamente implicaría detectar una señal por mes. A pesar del entusiasmo por este acontecimiento, los científicos mantienen una cautela epistemológica, señalando que la confiabilidad de los resultados que se anunciaron el 11 de febrero es sólo de 99,99994%.