La manera en la que pensamos y percibimos la arquitectura experimentó una transformación fundamental a comienzos del siglo XX, que tuvo su origen en Europa pero rápidamente se diseminó por el mundo y se adaptó, entre otros, a nuestro medio. Una simple mirada a dos edificios por todos conocidos podría servir para cortar camino e la explicación teórica y comprender ese profundo cambio: esos edificios son el de la actual Facultad de Derecho, en la avenida 18 de Julio, y el de la Facultad de Ingeniería, en el Parque Rodó.
El primero es una obra neoclásica concebida según los principios de la composición Beaux-Arts (bellas artes); basta con observarlo desde fuera, incluso si nos fijamos solamente en la fachada principal, para saber cómo es el resto, adivinar sus patios interiores, inferir un espacio central. El segundo es más esquivo a la comprensión inmediata, más raro tal vez, y, aunque responde a criterios de diseño que no son del todo originales para su época, debe ser recorrido para darse cuenta cabalmente de cuáles son sus características, y es preciso comprenderlo en base a reglas propias.
El cambio que ejemplifican esas dos realizaciones típicas es el pasaje de un sistema de composición cerrado, validado fuera de la obra y por lo tanto no relacionado con el destino del edificio (Facultad de Derecho) al establecimiento de criterios abiertos y que habilitan un universo formal y espacial con un orden propio (Facultad de Ingeniería). Se trata de una de las principales mudanzas del pensamiento moderno en la arquitectura. Ese tránsito desde el individuo (el usuario, el visitante) que cotejaba con un modelo que ya conocía, hacia el perceptor que necesita entender, es una transformación de significado fundamental, ya que involucra intelectual y sensiblemente a la persona con el mundo material que lo rodea, incluso cuando el edificio no sea de su agrado o no llegue a comprenderlo.
El largo preámbulo procura ilustrar, con un ejemplo emblemático para la historia de la arquitectura y el diseño, el tema que propone el premio Vilamajó en su edición 2015, que cierra su tercera convocatoria el 31 de marzo. El premio, que toma su nombre del arquitecto uruguayo Julio Vilamajó, es promovido por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de la República y se propone, como se explica en sus bases, “evidenciar los aportes al conocimiento latentes en los productos, en los procesos y en la reflexión de la arquitectura y el diseño”.
El eje temático en torno al cual deberán rondar los trabajos presentados, excusa para la cháchara inicial, es el de “las transformaciones de significado”. Se busca promover el pensamiento sobre los “aspectos materiales o inmateriales [...] que transformen la naturaleza del espacio de la cultura y la sociedad, que adquiere nuevos sentidos al modificar las relaciones entre los hombres y su entorno”.
Abrir un espacio de legitimación del conocimiento original en torno al diseño, en paralelo a los que tradicionalmente legitiman la ciencia (donde aquél no siempre se siente cómodo), era uno de los objetivos iniciales para la creación del premio. Las propuestas, llamadas en las bases “microensayos”, deberán concentrarse en un producto (material o inmaterial, propio o ajeno) y exponer su cualidad transformadora o la transformación de significado que la mirada sobre ese producto genere.
La edición 2015 de este premio presenta varias novedades: además de centrarse en un solo tema (para la primera convocatoria hubo cuatro categorías), la convocatoria es internacional, y habrá retribuciones económicas tanto para el primer premio (5.000 dólares) como para las tres propuestas más destacadas (1.000 dólares para cada una). Además, en el jurado serán mayoría los integrantes extranjeros. Además de los arquitectos uruguayos Ángela Perdomo y Conrado Pintos, estarán el especialista en temas de diseño y comunicación Norberto Chaves (Argentina), el artista Javier Mariscal (España) y el arquitecto Paolo Giardiello (Italia).
El año pasado, en el contexto de los festejos por el centenario de la facultad, se presentaron los resultados del primer premio Vilamajó: un libro por cada categoría (tres editados y uno en camino), y otro que resume las propuestas destacadas. Para la edición en curso se prevé la realización de un solo libro, que integrará la serie dedicada al premio. Si bien las propuestas deberán tener su foco en arquitectura y diseño, es interesante notar que cualquiera que reflexione sobre estos temas puede presentarse a la convocatoria.
Al inicio mencionaba cómo profundos cambios en los procesos de diseño suscitaron transformaciones en la percepción, y por lo tanto en nuestra relación con el hábitat. El premio Vilamajó habilita, entre otras cosas, a recorrer el camino inverso: mirar con intensidad lo que se produce e incentivar o propiciar cambios en el ambiente que nos rodea. No es poca cosa.