En los últimos años los libros para colorear se han vuelto muy queridos entre adultos ansiosos, aparentemente engullidos por el estrés; la industria editorial los ha empujado cada vez más a llenar con colores, que evidentemente faltan en sus vidas grises, mandalas, patrones tribales y domésticos y otras hazañas geométricas, en series de volúmenes hechos expresamente para ellos, que ya se volvieron best sellers. Cuando en 2014 se lanzó un libro para niños que reproduce, redibujados, fragmentos del Jardín de las delicias de Hieronymus Bosch, pensado para que los impúberes saturen con vívidos drypens los maduros delirios del artista flamenco, se dio una especie de inversión de roles: los grandes coloreando como los chicos y los chicos pintando cosas de grandes.
Parece una situación estrafalaria más entre tantas impulsadas por el imaginario de El Bosco (traducción literal de la parte final de ’s-Hertogenbosch -en español, Bolduque-, nombre de la ciudad de la actual Holanda donde nació, posiblemente en 1450, y de la que, como muchos artistas de la época, tomó el nombre), el pintor más brillantemente oscuro del “Renacimiento nórdico” y, sin duda, uno de los más influyentes. Como era de esperar, ahora que cae el medio milenio de la muerte de aquel artista milenarista (vale decir, pacíficamente apocalíptico) por excelencia, se han prendido festejos, intereses y disputas alrededor de su figura biográfica y estéticamente enigmática.
No es para menos: todo un júbilo, su escurridiza silueta, para detectives más o menos salvajes del genio-biografismo y del arte-malditismo. No dejó nada escrito; los pocos datos que tenemos de él se deben a registros municipales (el casamiento) y de la paneuropea Cofradía de Nuestra Señora, de la que fue miembro (por ejemplo, su honorada muerte, “obitus fratrum, a. 1516, Bosch insignis Pictor”).
Se ignora su formación aparte de la realizada en el ámbito familiar, constituido por pintores sin trascendencia: entre las especulaciones, la de que fue iluminador (o sea, practicante del oficio de colorear libros y estampas) parece la más verosímil. Y sobre todo son enigmas sus obras, tan diferentes de todas las demás de su entorno, en las que pululan situaciones y figuras arduas -cuando no directamente imposibles- de descifrar, pero que mantienen muy despierto el interés del espectador, con sus criaturas traviesas que amontonan simbologías veladas y ponderosas.
Lejos de aburrir a quien mira, sus pinturas excitan los sentidos, sobre todo gracias al poder que tienen de hacer colapsar todos los confines: entre lo humano, lo animal y lo inorgánico; entre proporciones y perspectiva; entre física y metafísica. Su mundo es tan terrible como seductor.
Visiones periféricas
Bosch es también uno de los casos más irresistibles de artista descentrado y periférico que adquiere, sin embargo, una centralidad desconcertante: según lo que se ha podido reconstruir de su biografía, nunca dejó por largos períodos su pequeña ciudad, y ni siquiera hay certeza de que haya visto directamente algunas piezas del otro revolucionario de su tierra y su siglo, Jan van Eyck. Es incontestable, entonces, que vivió en un alto grado de aislamiento, pero tampoco se lo puede pensar, como se hizo con clara actitud romántica, como una mónada genial que operó en el vacío, pese a que efectivamente su obra, y sobre todo los últimos trabajos que realizó, no tenga parangón con la de ninguno de sus grandes “colegas”. Ese relativo retraimiento no impidió que en los años finales de su vida se volviera famoso, con alguna comisión importante e imitadores, aunque, a la postre, se puede decir que fue un pintor sin vínculos cristalizados con clientes fijos o mecenas, lo cual, por cierto, le brindó una relativa libertad formal.
Ahora bien, ¿de dónde vino ese repertorio inusitado de monstruos, deformidades, acoplamientos poco juiciosos, fealdades varias, carnalidad plena, escatología y combinaciones protosurrealistas? El carrusel de las interpretaciones es incontenible, sobre todo en el espacio de una nota, pero algunas tuvieron más eco que otras: por ejemplo, la de cierta afinidad con corrientes heréticas de su tiempo, aunque Bolduque, rodeado y golpeado por vientos protestantes, se mantuvo como un enclave apostólico romano. Otras de las teorías más sugestivas, y tal vez no enteramente descartables, son las que plantean la posibilidad de un onirismo exacerbado por el uso de alucinógenos, o la presencia en su obra de un vocabulario icónico originado en la astronomía, en la alquimia o en ambas.
Por cierto, la fase terminal del Medioevo, cuyo fin básicamente coincide con el nacimiento de El Bosco, nutrió la figuración artística de criaturas metamórficas (retomadas en cierta medida de la tradición grecorromana), seres fantásticos y teratológicos (como, por ejemplo, en los márgenes de varios manuscritos, las asombrosas drôleries y otras “quimeras” grabadas en los “bestiarios”), atrocidades surtidas (las representaciones infernales de los siglos XII y XIII, pre y posdantescas), además del empleo de todas las extravagancias posibles para llenar los huecos arquitectónicos -y no sólo estos- del “nuevo” arte gótico. Vale decir que ya existía un repertorio que, de alguna manera, Bosch supo avivar, orquestar y desarrollar hasta la perfección.
Si a nivel temático fue un pintor convencional, casi exclusivamente religioso con alguna salida al patio de la visualización de proverbios y creencias populares, su tratamiento de esos temas tomó rutas pasmosas que no han dejado de modelar lo que le siguió, empezando por la carrera de Pieter Brueghel el Viejo (y consecuentemente también la del Joven), pasando por cierta lujuria manierista (Cornelis van Haarlem, quizá) y desvíos barrocos (los grotescos de Jacques Callot), llegando a varios surrealistas (“la interrogación más apasionada que se haya hecho sobre la Potencia de las Tinieblas”, decía André Breton acerca de la obra de El Bosco, aludiendo quizás a la exploración del inconsciente) e incluso al cine (es imperdible la película de 2004 El jardín de las delicias, dirigida por Lech Majewski).
Megamuestras y megamonstruos
En sus trabajos hay ingredientes suculentos que ahora, con justicia, se celebran y causan interesantes cortocircuitos. Actitud y postura rígidamente medievales (básicamente Bosch lidió con dos tópicos: el de los pecados y sus inevitables castigos divinos, y el de la estupidez humana); visión compositiva flamenca ejemplarmente “reescrita”; composiciones corales; perspectiva “a vuelo de pájaro” y un desmedido componente visionario, alimentado también por su hábitat y su experiencia (además de contemplar a los lisiados y deformes que poblaban, numerosísimos, las urbes de su época, el pintor fue testigo, cuando era niño, de un enorme incendio que devoró su ciudad, y las llamas que aparecen en sus obras son probablemente las más vívidas y terroríficas en la historia de la pintura occidental).
Los cinco siglos de la muerte del artista hicieron posible, casi milagrosamente, que un menudo y apartado museo municipal -el Noordbrabants Museum in Den Bosch, dirigido por Charles de Mooij y ubicado en la región donde El Bosco pasó la mayor parte de su vida (Den Bosch es el nombre holandés más usado actualmente para identificar a Bolduque)-, organizara la mayor concentración de las obras del maestro de que se tenga noticia. La muestra, denominada Visiones de un genio, fue inaugurada hace un par de semanas: son 16 tablas y 19 dibujos, más o menos 80% de lo que queda de su producción, con préstamos de “gigantes”, como el Metropolitan de Nueva York, el Louvre y la Academia de Venecia, y sin que el Noordbrabants tuviera ni una sola obra para ofrecer como intercambio.
Lo que sí podía ofrecer De Mooij, y lo que permitió que el prodigio se concretara, era un intenso estudio de las piezas de Bosch, algo muy valioso para los museos que poseen las obras aportadas, llevado a cabo, gracias a la ayuda económica del Getty Institute, por el Proyecto de Investigación y Conservación de El Bosco (BRCP, por sus siglas en inglés), que el director del museo de Den Bosch coordina.
Dos más y dos menos
Los recientes primeros resultados de la labor del BRCP agitaron el mundo del arte (como ojalá lo haga también su tarea de conservación: el próximo objetivo es restaurar dos trípticos boschianos que se hallan en Venecia). La obra reconocida oficialmente del maestro ha “ganado” dos nuevas piezas, gracias a cambios de atribución para un exquisito Paisaje infernal, dibujo que pertenecía a un privado, y una deliciosa versión de Las tentaciones de San Antonio (probablemente parte de un tríptico desmembrado, pintado entre 1500 y 1510) que el Museo de Arte Nelson-Atkins de Kansas City tenía en su poder desde 1930 y guardaba en su depósito desde 2003. En ambos casos, hasta hace poco se pensaba que las habían realizado “seguidores” del maestro, y ahora los expertos del grupo dirigido por De Mooij llegaron a la conclusión de que son del propio Bosch. Empero, mientras en Estados Unidos exultan, en España tiemblan. Los expertos del BRCP “cuestionaron” la paternidad de El Cristo con la cruz a cuestas, conservado en Gante, y de la mesa de Los siete pecados capitales del Prado, y “desatribuyeron”, a secas, otras dos joyas del mismo museo ibérico, institución que alardea de poseer la mayor colección de Bosch del mundo: La extracción de la piedra de la locura y otra versión de Las tentaciones de San Antonio. Evaluadas ambas con tecnología despampanantemente moderna y sofisticada (por ejemplo, fotografía y reflectografía infrarrojas), las tablas, por cuestiones tanto físicas como estilísticas, han sido reatribuidas a colaboradores y/o tardíos seguidores de El Bosco.
El Prado, que no aceptó la evaluación foránea, revocó el préstamo a De Mooij de las piezas en cuestión, ya que habrían sido exhibidas con la aclaración de que no son de Bosch, y para el museo madrileño siguen siendo originales (aunque sí prestó el célebre Carro de heno, que ha salido de España por primera vez en más de 400 años). Es que, en mayo, en cuanto termine la exposición holandesa, el Prado tiene preparada otra supermuestra de El Bosco, que reunirá también unos 35 trabajos, incluida una versión más de Las tentaciones de San Antonio (Abad), procedente de Lisboa. Vale decir que la batalla continuará, pese a que, hechas por Bosch o (no tan) sencillos frutos de su influencia, se trata de obras maestras y su inclusión en el catálogo razonado que editará en junio el equipo del BRCP está garantizada, aunque figuren allí como creaciones de otros. Finalmente, ¿hay forma más redonda de corroborar la importancia de un artista que apreciar su huella en obras ajenas de altísima calidad, inexorablemente marcadas por su paso?