El 12 de este mes se estrenó Ivona - El olor a pescado no viene nunca del puerto. Esta “experiencia teatral” se presenta los sábados y domingos de marzo y abril a las 17.00 en el Castillo Idiarte Borda del barrio Colón de Montevideo.
Ivona... nace de un proceso de trabajo del Colectivo Independiente de Creación Escénica: Laboratorio de Práctica Teatral, que concluyó en una interpretación performática a partir del texto Ivonne, princesa de Borgoña, de Witold Gombrowicz. Hablamos de la obra con Sergio Luján, director y fundador del colectivo, cuyas puestas anteriores habían sido Severa Vigilancia de Jean Genet, en la Unidad Penitenciaria de Punta de Rieles (2015), y Cuadrilátero Kartun, cuatro obras de Mauricio Kartun en otros tantos espacios no convencionales de Montevideo (2014).
-¿Cómo llegaste al texto?
-Yo había colaborado en el intento de armado de la biblioteca de la Sociedad Uruguaya de Autores, y a través de Nancy Salaverry había intentado ponerla en orden; incluye una buena colección de programas de mano de obras de teatro, y me parecía que era un acervo importante que se debía cuidar. Ahí encontré un programa de Ivonne, princesa de Borgoña, que creo que era de la Comedia Nacional de los años 60, y capaz que aquella puesta fue contemporánea a la de Jorge Lavelli en Buenos Aires. Esta vez la obra terminó siendo Ivona y no sé cuánto quedó realmente del original, porque hubo un trabajo de investigación y experimentación de dos años. Prácticamente en esta puesta no hay texto. Gombrowicz era lo que necesitábamos para desligarnos del teatro representacional y lo que teníamos de ligazón con el teatro de texto. Creo que todos los que hacemos teatro deberíamos emanciparnos, sobre todo acá en Uruguay, donde los autores conforman cierto tipo de elite; entonces, a la mierda los autores, y démosle al teatro el valor que tiene desde el teatro, no desde toda esa parafernalia burocrática y elitista en la que se mueve por tradición, lo que Gombrowicz llamaría “las tías culturales”. Toda esa tradición histórica es una farsa, y de esa farsa se trata en gran medida Ivonne...
-¿Dentro de qué género ubicás esta obra? ¿Es teatro del absurdo, sátira, comedia?
-Todo eso queda en el terreno de la literatura, y yo trato de poner cada vez más en claro que hay que terminar con la vieja idea de que el teatro es como una continuación de la literatura. Los textos dramáticos son literatura, y el texto es texto dramático, pero me parece que hay que emancipar el teatro de la literatura y no ir a ver qué hay ahí del texto. En realidad, la obra que presentamos es teatro performativo. Es lo que hemos hecho nosotros, por eso el texto ha sido completamente deconstruido, ha pasado por un largo proceso de investigación y ha sido el puntapié inicial de una serie de hipótesis para cada una de las distintas performances que ocupan el espacio, porque el castillo se ocupa en su totalidad. Es una enormidad de espacio, una gran casona, y nosotros ocupamos las tres plantas. Lo que se ha hecho es tratar de encontrar una suerte de analogía con el propio Gombrowicz. Respondiendo a qué género corresponde esta obra: si hablo del texto, Gombrowicz lo llama comedia, pero para la crítica literaria es difícil de clasificar; en general la denominan como absurdo, y también hay una especie de parodia de Shakespeare. Si pensamos que desde el punto de vista literario Shakespeare ocupa el centro del canon literario occidental, entonces Ivonne... sería una parodia de todo el canon, de todo lo que conocemos como lo establecido, y no sólo de Shakespeare. Creo que básicamente el gran tema de Gombrowicz en general y de Ivonne en particular es reflexionar sobre lo que está establecido, sobre el orden, sobre la normativa en la que estamos, ahí entra eso de que no se callaba nada. Y por ahí entra mi deseo de poner en escena esta obra. Hay un tema en Gombrowicz que para mí es el gran tema: una cuestión generacional entre lo que él llama la inmadurez y la forma, relacionada con el orden totalitario que no podemos eludir ni modificar; entonces entran la lengua, la historia y qué podemos hacer para modificar eso. Como comedia es bastante oscura, y por eso tiene mucho de humor absurdo.
También se ha tratado de que la obra emancipe al espectador, de que éste tenga absoluta libertad con respecto a lo que está viendo: queremos ir contra esa tradición de que tiene que recibir un mensaje, de que pueda entender algo y modificar su vida; acá se trata de teatro performativo, para que el espectador sea libre de creer y de sentir lo que le surja.
-¿Por qué no cobran entrada?
-Nosotros hacemos todo a la gorra, excepto cuando trabajamos en una sala de teatro porque tenemos que pagar el alquiler y seguros, que implican toda una burocracia... Creo que la entrada es una limitación para el espectador, y que si evaluamos su precio en función de todo el tiempo que hemos puesto en esta obra, no nos alcanza para nada. Entonces no cobramos, es a la gorra, pero sí avisamos que es una obra para un público adulto por cómo es tratado el fenómeno teatral, con desnudos, performances, uno puede entrar porque hay unos títeres gigantes a la entrada pero se va poniendo cada vez más turbio y termina... aun más turbio.
-¿Qué cambios le hicieron al texto original?
-El texto dramático original habla de un reino donde un príncipe aburrido decide promover una especie de quiebre de la estructura rutinaria en que vive, y elige casarse con una deficiente. La presenta en la corte, se casa con ella y va generando una ruptura de ese orden con algo que es imposible de admitir: que se case con una tarada. Entonces se va produciendo toda una intriga dentro de la corte para matarla. Ivonne no es un ser inocente, aunque aparezca como un personaje amorfo, y eso está claro en el texto, que dice: “Ella no es estúpida, la situación en la que se encuentra es estúpida”. Para los demás es como un espejo donde ven sus propios defectos, y es así como se van sintiendo cada vez más invadidos. Eso respecto del texto dramático; lo que nos hemos propuesto es que la puesta entera sea para este medio, o para esta sociedad. Como dije, es teatro performativo, no hay representación y no hay texto. Los textos que aparecen provienen de las propuestas de cada evento performático y tienen una relación con el origen, que es Ivonne..., pero lo que se intenta es que cada espectador se vea en eso. Es producto de un proceso de descubrimientos: empezamos a procesarla como una obra representacional y estuvimos un año trabajando con danza clásica, porque la idea era lograr un híbrido entre el ballet clásico y la murga. Pero lo que sucedió fue que ese híbrido nos fue superando y nos propuso romper con otras cosas, entre ellas con el texto. Llegamos a esta propuesta final después de mucha investigación y de mucha discusión, porque cuando decidimos dar un salto desde lo representacional a lo performativo no teníamos ninguna experiencia en performance, así que tuvimos un año más de trabajo.
-¿Por qué eligieron el castillo de Idiarte Borda para la puesta?
-En principio lo que sabíamos era que no íbamos a cobrar entrada, que iba a ser a la gorra, con lo que nosotros llamamos “entrada colaborativa”. Y proyectábamos hacerlo en el Jardín Botánico, que nos encanta porque tiene ese aire de siglo XIX. Lo solicitamos al centro comunal y nos habilitaron, pero nos dijeron que no podíamos hacerlo donde queríamos, en el vivero, porque hay un río subterráneo y se está hundiendo. Después pensamos en el Blanes, pero otro grupo ya lo tenía reservado. Y nos sugirieron el castillo, que es un palacete hermosísimo pero muy venido a menos, y creo que podemos ayudar a darle más difusión, porque no mucha gente lo conoce y es un lugar precioso. Tuvimos que cambiar todo lo que teníamos previsto porque es enorme: el espacio también crea. No estamos en el edificio teatral, ese espacio cargado de sacralidad al que uno ingresa con un humor especial y una predisposición especial, a entender lo que una obra de arte está queriendo decir para que yo, pobre espectador inculto o muy culto, pueda estar a tono con la verdad. Y eso es una cagada. Apuntamos a que sea una experiencia única, lo cual puede llegar a ser un enorme fracaso en el sentido de “¿cómo se come todo esto? ”. Y... no sé. Cada cual como pueda, como quiera o como se le antoje, porque todo está dispuesto para que se viva en absoluta libertad. El teatro debe ser gozado sin prejuicios que nos obliguen a nada. Yo me siento particularmente orgulloso del grupo y de haber logrado ese lugar de libertad para todos: para los espectadores y para nosotros por el hecho de no tener que decir nada, no tener que “bajar” un mensaje, permitiéndonos vivir por entero esa experiencia que no volverá a suceder.
-Siempre han trabajado autores y sitios del teatro off o marginales, ¿qué filosofía hay detrás de esto?
-Si hay algo que caracteriza al Laboratorio y a este trabajo es que no nos hemos casado con ideas, sino que hemos tratado de romperlas para que emerja un hallazgo, que obviamente será perecedero y va a ser continuado por otro, porque si no estaríamos convirtiéndonos en una institución que hace determinado tipo de teatro, y no queremos eso. Queremos manejarnos con total libertad. En el teatro contemporáneo se trata de romper con las ataduras para que emerja una búsqueda propia. En este sentido, la filosofía de Gombrowicz y la del Laboratorio van en la misma línea. Esa función de espejo que cumple Ivona tiene que ver con una cuestión generacional -si uno pudiera hablar en términos sencillos de cosas tan complicadas- porque mencionar la idea de poder no es referirse a “el poder”, del que sí podemos decir que está en manos de los vecchi de la Comedia del Arte. El poder es viejo, como las leyes y las normas, y cuando hablo de los viejos no se trata solamente de las personas que tienen muchos años, sino también de jóvenes que tienen esas “tías culturales”, esa tradición de pensamiento viejo. En el tiempo de los votos, nos han querido hacer creer en la juventud como salvadora, y era un pensamiento viejo que se enmascaraba bajo un aspecto de juventud. Todas las relaciones de poder obedecen a un sistema viejo que en cierta forma aplasta lo joven, lo nuevo, aquello que intenta romper con lo tradicional. Porque si se permite romper la más pequeña de las grietas, todo podría y debería estallar.