Mauricio Kartun se ha convertido en uno de los mayores dramaturgos argentinos, y es considerado un maestro por muchos referentes del teatro latinoamericano, con tres decenas de obras multipremiadas en su país y en otros. Su actividad comenzó en la década del 60, cuando alternó el teatro con la militancia y comenzó a gestar un mundo propio, cada vez más revelador. Ya tiene más de 30 años de experiencia como docente, y su trayectoria ha incluido tanto un trabajo por encargo de Francis Ford Coppola para escribir una versión en verso del Fausto de Johann Wolfgang von Goethe (en la que Mike Amigorena hacía de un Mefistófeles travesti) como la autoría de letras de canciones para la película Los hijos de Fierro (1975, Pino Solanas), que fueron interpretadas por Alfredo Zitarrosa. En 2015 estrenó Terrenal. Pequeño misterio ácrata, que cruza la cuestión de la tierra con una versión criolla de Caín y Abel.

A fines de enero de este año, cuando la diaria lo entrevistó por la presentación de Terrenal... en el teatro Solís, Kartun decía: “No puedo mirar el teatro como algo anacrónico que se sigue haciendo como impulso cultural, como si estuviera muerto y uno manejara un muñequito. Para mí el teatro es un lenguaje de una vigencia extraordinaria, además de ser arte del presente y del futuro. Y lo miro, justamente, como un poder de expresión contemporánea sorprendente, también producido por la circunstancia histórica. Esta circunstancia histórica es que, desde hace un siglo, el teatro perdió su monopolio, ya no es más el único lugar al que se puede ir para ver una historia. Ahora las vemos en el cine, en video, en televisión. Esto le ha venido fantástico al teatro, porque le ha evitado cierta obligación de tener que ser el que cuenta las historias, y ha recuperado su valor ritual, su valor poético.

En Terrenal..., que se desasrrolla en el conurbano bonaerense: Caín y Abel son artistas de varieté, ubicados en un lote de tierra abandonado, y se identifica a Caín como el primer terrateniente de la historia. En aquella entrevista, el autor explicaba que a él le resulta muy interesante trabajar sobre la dialéctica entre la tribu sedentaria y la nómada, “ya que en la historia bíblica Caín es el propietario, el inventor de los pesos y las medidas, y es quien termina -en este recorrido inagotable del mundo- creando ciudades amuralladas; mientras que Abel disfruta de la vida sin otra necesidad que la de estar al lado de su majada”. Hoy a las 21.00, la última función de la obra es una buena oportunidad para acercarse a este paraíso terrenal ficticio, en el que Caín es un productor de morrones y Abel un vagabundo, vendedor de carnadas vivas en una banquina de la ruta que va a Tigre, resignificando un relato bíblico del que sólo quedan en Terrenal... ecos aislados.