Ha pasado mucha agua bajo el puente desde los lejanos días en que DreamWorks, la compañía encabezada nada menos que por el brillante Steven Spielberg, decidió crear su departamento DreamWorks Animation para hacerse un lugar en el entonces aún novedoso mercado de los films de animación digital, y lanzó un producto que desafiaba directamente a su competencia, los pioneros en el género de Pixar, presentando una historia (Hormigaz) casi calcada de la que éstos estaban preparando desde hacía tiempo (Bichos), casi en forma simultánea y con el aire de estar diciéndoles “córranse, nerds, que llegaron los cineastas en serio”.

Casi 20 años después, es rarísimo el espectador que considere a los productos de DreamWorks superiores en lo artístico a los de Pixar (aun luego de la adquisición de esta compañía por Disney), aunque en términos comerciales son los dos nombres principales de la animación digital; en el caso de Pixar, a fuerza de riesgo y creatividad, y en el de DreamWorks, de un buen olfato para complacer todas las demandas de su público.

Sin embargo, esta dicotomía reconocible en casi todos los productos de ambas casas tiene una rara excepción en una de las franquicias más exitosas de DreamWorks, pese a que continúa su representativo estilo paródico: nos referimos a la ahora trilogía de Kung fu panda.

El panda como caballo de Troya

Es posible que en esta ocasión las peores razones hayan jugado a favor de los mejores resultados; la franquicia de Kung fu panda no sólo es el producto más refinado de DreamWorks Animation, sino también la película con la que desembarcó en el suculento mercado de Asia Oriental, en particular China y sus 1.350 millones de habitantes.

Kung fu panda 3 es la primera película coproducida por Oriental DreamWorks, la filial china de la compañía que, como empresa nacional, goza de muchos privilegios negados a las estadounidenses, que siempre han visto cómo las estrictas cuotas de estrenos de películas extranjeras en China -y su no menos estricta censura- les cierran un mercado que triplica en público al de Estados Unidos, agregando a la herida del lucro cesante el insulto de que muchos de los films vetados por el gobierno chino son luego amplia y exitosamente distribuidos en un enorme mercado interno de ediciones piratas de DVD, que las autoridades no parecen molestarse demasiado en controlar.

La obsesión de Hollywood por el mercado de China es tan grande que incluso han hecho lo posible por eliminar cualquier crítica al régimen de ese país, hasta en películas que jamás pretendieron estrenar ahí, para no irritar a las sensibles autoridades del gigante asiático. Más aun, algunas figuras, como el comediante político Bill Maher, han sostenido que parte de la tan mentada ausencia de actores negros en la reciente entrega de los premios Oscar estuvo relacionada con el racismo del público asiático hacia las personas de piel oscura, que ha determinado el fracaso de taquilla en China de películas protagonizadas por actores afroamericanos que tuvieron éxito en Estados Unidos.

La teoría de Maher ha sido muy controvertida, pero es un hecho que en el afiche chino del Episodio VI de Star Wars, sin dudas el principal estreno mundial cinematográfico de los últimos meses, la figura del actor John Boyega -negro y uno de los principales personajes nuevos de la saga- aparece mucho más pequeña que en la versión del mismo afiche para el resto del mundo.

En el caso de Kung fu panda 3, esa preocupación por complacer al mercado oriental ha hecho desaparecer casi por completo una molesta característica, casi marca de fábrica, de las películas de DreamWorks, que es la proliferación de guiñadas y citas a toda clase de elementos de la cultura popular contemporánea.

Se trata por lo general de referencias al santo botón, buscando el reconocimiento inmediato, la conexión y la aprobación del espectador de medio pelo, que han abigarrado de citas atorrantas las franquicias de Shrek y Madagascar (que van a volverse crípticas dentro de una década, cuando las referencias más inmediatas y baratas hayan sido olvidadas por el nuevo público o le sean desconocidas) y que aún lastran a la superior franquicia de Cómo entrenar a tu dragón.

En la primera Kung fu panda (John Stevenson, Mark Osborne, 2008) aún había algo de esa fastiosa costumbre, pero ya en la más oscura y sentimental Kung fu panda 2 (2011) -dirigida, al igual que la tercera entrega, por Jennifer Juh Nelson- el marco referencial se limitaba al de la tradición cinematográfica en la que inadvertidamente esta saga se había inscripto: la de las películas de artes marciales chinas.

El caso es que así, abandonando el exceso de alusiones culturales occidentales que podrían molestar a los espectadores a quienes se estaba apuntando, las secuelas fueron superiores a la primera entrega de la serie y al resto de las películas de DreamWorks Animation, por un camino retorcido pero tan respetable como cualquier otro que lleve a la excelencia.

Un final, o debería

Puede parecer ridículo dedicarle apenas unas líneas a esta segunda secuela de las aventuras del oso Po y los suyos, luego de haber hablado tanto de sus condiciones de producción, pero escribir mucho más sería redundante.

En esta ocasión Po se enfrenta con una nueva amenaza, proveniente del más allá, un enemigo tan poderoso que la única posibilidad de hacerle frente es dominando la manipulación del chi (algo así como el alma o el espíritu vital de los seres vivos), algo que el protagonista sólo puede aprender en la última aldea de los de su especie, es decir, de osos panda.

Una vez más, como en la anterior entrega, el principal conflicto sentimental se desarrolla entre el oso y su cariñoso padre adoptivo, el ganso Ping, quien esta vez no sólo debe hacer frente a la admisión de que no es su padre biológico, sino también coexistir con quien sí lo es.

La historia tiene menos acción que en los films anteriores, pero no menos sentimiento y humor, y en lo visual es incluso superior a la deslumbrante Kung fu panda 2, entre otras cosas porque incluye algunas escenas en un más allá surrealista en el que flotan montañas y palacios, aderezados, como en la anterior, con segmentos de animación 2D que emulan los grabados chinos con un gusto exquisito.

Divertida y entrañable, Kung fu panda 3 lo tiene todo para ser la conclusión perfecta de la trilogía, a la que cierra de forma superlativa y con una -por fin- más que justificada guiñada cultural al tema “Kung Fu Fighting”, de Carl Douglas. Es posible, claro, que la avidez monetaria termine produciendo una nueva secuela; sin embargo, la serie bien podría detenerse con ésta y convertirse lentamente en un clásico, redondo más allá de sus especulaciones, y la joya de la corona de esta compañía irregular, por una vez con otros sentidos afilados además del comercial.