Si hay alguien que podría abusar con propiedad de la primera persona del plural, más que cualquier político a la hora de hablar de sí mismo, es Ruben Rada, porque vaya si habitan multitudes en él. Es más, con el paso del tiempo, le surgen nuevas personalidades musicales. Basta con repasar rápidamente los últimos diez años de su discografía para comprobarlo: en 2006 se puso otra vez el saco de animador de niños para grabar Rakatá, y mostró su veta de crooner y rocanrolero en Richie Silver. En 2008 volvió al candombe de siempre con Bailongo, en 2009 se sacó el gusto de grabar covers de sus artistas favoritos en Rada fan, pa' los amigos; a los dos años lanzó Confidence, un álbum instrumental de samba, jazz, funk y demás, y luego La escuela de Rada, otra vez para niños. Últimamente lanzó dos discos cuya onda musical anunciaba en sus títulos: Amoroso pop (2013) y Tango, milonga y candombe (2014).

Su nuevo álbum -editado a fines de diciembre- también nos tira una pista desde el título: Allegro. Es decir, “alegre” en italiano; también es la indicación de un tempo rápido en la música clásica, por eso en la portada Rada aparece como un director de orquesta, con batuta, traje y moñito. Arranca el primer tema, “La raya”, y no quedan dudas. La batería marca un ritmo con ribetes de reguetón que enseguida nos manda sin escalas al Caribe; la guitarra eléctrica de Nicolás Ibarburu desprende una melodía que se desliza por las bordonas, esclava del adictivo ritmo, para dar paso al Negro, que canta desde su rol de caribeño: “Nena, ven conmigo a la playa. / Vamos a pasar la noche, no seas mala, no te vayas”, pronunciando “plaia” y “vaias”. Una sección de vientos -saxo, trombón y trompeta- hace de las suyas y levanta aun más.

Con el agregado de congas, en “Nico Pérez” sigue el viaje por el Caribe, ya que es una plena de pura cepa, en la que otra vez se destacan los metales. “Niky Niky” cierra una trilogía pachanguera inicial, pero sin ese punch tan bailable de “La raya”, que es producto, principalmente, de la batería y de la guitarra rítmica en estilo skank. Esas primeras tres canciones las deberían escuchar las bandas “tropicales” -o cumbiacheteras- que se pusieron de moda anteayer, desparramadas por Youtube, y que son más difíciles de diferenciar que un par de chinos en una manifestación en Tiananmén. Aprendan de la música de Ruben, de su sonido con personalidad, de su ductilidad para cantar, del empaste de la instrumentación, del sentido del ritmo, de los vientos que te vuelan la peluca, etcétera.

Rada y Fernando Lobo Núñez tocan los tambores en “Mi amigo el Tano”, un candombe que es como una continuación temática de “Soy de Cuareim”, del disco anterior, ya que el Negro recuerda los tambores de Cuareim pero también los de Ansina, que no son lo mismo. En el medio, Rada empieza a improvisar con acento italiano y recuerda a muchos de los personajes que lo formaron de joven. Entre ellos, sus tíos, Juan Ángel, Raúl y Wellington Silva, los creadores de la comparsa Morenada. Los tambores siguen en “I’m Really Happy”, pero con un sonido menos purista, gracias a bases programadas y detalles electrónicos que lo convierten en una especie de candombe a lo Campo, con un pegadizo gancho vocal que da paso a un riff robótico e hipnotizador.

La segunda mitad del disco es de ritmos más tranquilos; contiene básicamente baladas de diferentes intensidades, en las que Rada se mueve a sus anchas. Por ejemplo, “Si me vas a querer” -la más serena- es un ejercicio de soul con aires de Percy Sledge (¿o de Richie Silver?) en el que canta con voz aguda, casi en falsete, y se pone meloso: “Si me vas a querer, yo quisiera saber / si es verdad lo que dicen tus ojitos de miel”. El gran solo de saxo nos transporta inmediatamente a un salón de baile, con muchas parejas besándose como si no hubiera mañana. “Mejor prefiero el enojo” es un tema lento con una atmósfera similar a la del disco Alegre caballero (2002), e incluso parte de la melodía vocal bordea la de “Será posible”.

La producción está a cargo de Rada junto con su compinche de hace años Gustavo Montemurro, quien también toca teclados -se destacan sus inquietos dedos en “Nico Pérez”- y acordeón, y mete mano en las bases programadas. Entre los invitados, encontramos a sus hijas Julieta y Lucila cantando en “Mi amigo el Tano”, y al popular Gustavo Gucci Serafini, quien hace un trabajo bastante correcto al poner su voz en partes de una nueva versión de “No me queda más tiempo”. De todos modos, la reencarnación de ese tema no aporta nada relevante en relación con el original de Quién va a cantar (2000).

En definitiva, Allegro cumple su cometido: divierte y contagia alegría. La primera mitad es pa’ mover las cachas, y la segunda para bajar un poco y ponerse romanticón. Es un disco para dejarse llevar y pensar en nada, excepto en cómo sacarse de la cabeza las radeces. Niky niky, niky naka.