Lejos de ella (Shanhé gùrén), de Jia Zhangke (China/Francia/Japón, 2015). Es quizá el título más estelar de todo el festival, entre otras cosas porque Jia es uno de los directores del momento: desde que ganó merecidamente su prestigio como exponente de la “sexta generación” del cine chino, no ha parado de crecer, y cada film suyo parece más amplio, rico y profundo que los anteriores. Al inicio de esta obra maestra acompañamos, como en varias películas previas de Jia, a un grupo de jóvenes que deambulan por los deslucidos pasajes de Fenyang. Aunque el triángulo amoroso que se arma entre Tao, Jinsheng y Liangzi parece ser el centro del drama, siguen dos saltos temporales de más de una década, configurando episodios apartados en el tiempo, y es imposible predecir a cuál de los personajes seguiremos. La textura naturalista no suscita un particular involucramiento, pero en la medida en que crece nuestra familiaridad con los personajes y que el paso del tiempo impregna lo que ocurre, la película gana una densidad emotiva y conceptual que al inicio era insospechable (salvo, claro, para quienes tienen familiaridad con la obra del director). El discurrir parece casual, y las imágenes son sencillas y poco llamativas, excepto los raros momentos en que un plano general nos distrae de la acción de los personajes y parece proponer una vaga reflexión poético-paisajística de ebullición, dentro de la textura quieta de la narración (fuegos artificiales, una explosión de dinamita, un accidente aéreo, un tigre enjaulado). Pero de a poco se revela una estructura puntillosamente cuidada: el ancho de pantalla y la definición de la imagen se incrementan con cada nueva época de la historia, y algunos motivos se reiteran, acentuando conexiones entre presente y pasado (los ravioles chinos, la canción de Sally Yeh, el perro), señalando permanencias y también diferencias. Son especialmente fuertes los dos objetos mensajeros de Tao, ambos de un rojo intenso (la tarjeta de casamiento y el llavero), que enlazan respectivamente el primer episodio con el segundo, y el segundo con el tercero. Puede hacer pensar en Yasujiro Ozu el espíritu de aceptación melancólica de las pérdidas inherentes al ciclo vital (muertes, separación entre madre e hijo, enajenación generacional, progresiva inadaptación a los nuevos tiempos). Pero, en forma aun más profunda que en el maestro japonés, se cuelan algunos dilemas sociales: la carencia de asistencia de salud pública en la China actual (sorpresiva para quienes creíamos en la subsistencia de resabios de socialismo en ese país), la obsesión con el dinero (Jinsheng llama a su hijo Daole, es decir “Dólar”), la extranjerización al punto de que el hijo anglófono ya no puede comunicarse con el padre. El título original quiere decir algo así como “Un viejo amigo de la tierra natal”. Hoy, lunes 28, a las 15.50 en Life Cinemas 21 (ex Casablanca), es la última oportunidad de ver esta película extraordinaria. GAP

Remake, Remix, Rip-off, de Cem Kaya (Turquía-Alemania, 2014). En la tradición de otras películas sobre industrias cinematográficas nacionales fascinantes (podríamos referirnos en esta línea a documentales como Not Quite Hollywood: The Wild, Untold Story of Ozploitation -Mark Hartley, 2008-, centrada en el nutrido y terrajísimo cine australiano de los años 70 y 80; o a Cinema Komunisto -Mila Turajlic, 2010-, que lidiaba con el extraño epicentro de producción que ocupó Yugoslavia en tiempos de Tito), Remake, Remix, Rip-off es un honesto retrato sobre la bizarrísima industria cinematográfica turca, que supo erigirse en los 70 y 80 como el principal centro de cultura VHS del mundo. Con entrevistas y excelentes collages que pasan por diversas películas y figuras claves de la época más explosiva y absurda de aquel cine, el documental comienza con un alegato en el que uno de los protagonistas sostiene que en el cine no hay más de 32 o 33 tramas posibles, y cuenta cómo a partir de esa limitada caja de herramientas se armó todo un imperio que, como el título indica, se sostuvo en gran parte en remakes o auténticos plagios de varias películas icónicas de la época. Uno de los momentos más fascinantes es la ensalada de fotogramas rescatados de un montón de films, con el mismo personaje haciendo la misma película (especialmente Cumbres borrascosas) pero en diferentes escenarios o con diferentes subtramas. El otro punto crucial es el detenimiento en El hombre que salvó al mundo (Çetin Inanç, 1982), una versión completamente libre y disparatada de Star Wars, hecha en base a escenas literalmente insertadas de la versión original, pero con una delirante cornucopia de referencias musulmanas y cristianas, y un protagonista que parece la fusión de Batman, Fantomas y Superman. El retrato de ese cine extravagante que deja chiquita la idea del manifiesto antropofágico brasileño parece tocar también, de forma lateral, temas actuales como la obsesión por las remakes y -algo que toca a nuestro territorio- la poderosísima industria de las telenovelas turcas. Se puede ver el domingo 3 a las 17.00 en Sala Cinemateca. AAK

Garoto, de Júlio Bressane (Brasil, 2015). Por ahí se dice que es una adaptación de “El asesino desinteresado Bill Harrigan”, de Jorge Luis Borges, pero es un malentendido: en uno de los “diálogos” (más bien monólogos), la protagonista hace un resumen de ese relato (sin nombrar a Billy the Kid), y ese es el único vínculo. Como todo el cine de Bressane, desafía la posibilidad de cualquier sinopsis anecdótica. Luego de una enigmática introducción (un plano secuencia en la oscuridad, en el que vemos objetos apenas iluminados por una linternita), la película lidia con dos personajes: una muchacha y un muchacho. Sólo ella habla. En un momento se dice que son hermanos; quizá sea cierto, pero si es así, son incestuosos. Al inicio de la película están en un bosque. La música incidental es de percusión, y a veces vemos al percusionista, que también está en el bosque. En una sección intermedia aparece un tercer personaje, otra mujer, y alguien es asesinado (¿esa segunda mujer?). Durante todo el tramo final (quizá la segunda mitad del metraje) ya no hay diálogos: los dos personajes principales deambulan por un paisaje semiárido dominado por unas rocas imponentes. El sonido del viento se entrevera con otros que no tienen nada que ver con lo que vemos (incluido un momento en el que oímos la banda sonora de un western con indios). Algunas de las acciones parecen danza: danzar con las rocas, con las sombras, con la cámara. La estructura puede leerse como una secuencia de paraíso (el bosque), pecado (el crimen) y purgatorio (el paisaje árido). Las imágenes, como siempre en Bressane, son una belleza. Hay una sensible influencia de Límite (1931), de Mário Peixoto, en la importancia del viento que mueve cabellos, los momentos en los que el deambular por la naturaleza se parece a una persecución, las miradas elípticas a algunas acciones por medio de sus sombras, o los contrapicados extremos. No se recomienda para quienes consideran que seguir una historia o identificarse con personajes son condiciones sine qua non del cine. Pero es una espléndida aventura para quienes estén abiertos a un cine generador de sensaciones, formas e ideas planteadas en formas inusuales. Se puede ver mañana, martes 29, a las 19.20 en Sala 2. GAP

Borrá todo lo que te dije sobre el amor, porque no sabía bien quién era, de Guillermina Pico (Argentina, 2016). Competidora en la sección Nuevos Realizadores, esta película trata de componer un puzle emocional -y, por momentos, celadamente privado- a partir de imágenes que la directora va recogiendo con su cámara, de su abuela, su hermana o de sí misma. Hay una mirada potentísima hecha con muy poco, y un repertorio curiosamente nutrido de intuiciones cinematográficas por demás interesantes: la tensión entre filmarse o no filmarse a ella misma -aparece muchas veces como una sombra que sigue a sus objetivos-; una lejana estampida de caballos filmada en plano fijo; otra escena de caballos recogida al comienzo del film, con un estilo similar al de Post Tenebras Lux (2012), de Carlos Reygadas, en la que los movimientos de cámara se configuran como una mirada participativa entre los animales; una coreografía con sincronización de labios que se las arregla, en una sola toma, para mantener un ritmo interno propio de un videoclip; escenas recurrentes y poderosamente visuales armadas en base a las texturas y el desenfoque de pastizales, hojas y ramas captadas con un lente de gran apertura. El principal problema de Borrá todo lo que te dije… es que a Pico le falta solidez conceptual para lograr que esa voluptuosidad de imágenes funcione junto con los bloques de texto que presenta en forma paralela. Incluso se podría señalar que esos pequeños intervalos protagonizados por textos -que muy ligeramente guardan cierta temática en común- tienen un valor intrínseco, que podrían conformar una cosa, independiente, incluso, pero en su unión con las imágenes algo parece perderse, y por momentos la película adquiere un tono medio críptico y onanista. Aun así, parecen ser todos errores que prometen algo mucho mayor, en el caso de que la jovencísima directora siga explorando su ojo cinematográfico, nutriéndolo con más ideas o armándolo más detenidamente. Puede verse hoy, lunes 28, a las 21.45 en Sala 2. AAK