Es uno de esos personajes que, cuando uno se entera de lo que han hecho, se pregunta cómo es posible no haberlos conocido antes. Parte de una escena musical de extraordinaria creatividad y rupturismo que se reunió en Nueva York a principios de los años 80, y a la que pertenecieron músicos como el saxofonista John Zorn y el guitarrista Fred Firth, Bob Ostertag se especializó en el manejo de computadoras y samples en momentos en que esta tímbrica recién comenzaba a popularizarse. Se dedicó sobre todo a la música improvisada y tocó con experimentadores como los mencionados, hasta que, harto de la torre de marfil de las vanguardias artísticas de las ciudades ricas, decidió viajar a El Salvador para ver de cerca la experiencia revolucionaria social. Tras siete años en ese país y algunos más en Nicaragua, se convirtió en un experto en el tema de las luchas sociales centroamericanas, fue corresponsal para varios medios, editó libros sobre el tema y utilizó esa experiencia como eje de su trabajo artístico. Después de estar apartado de la música durante casi una década, regresó a su trabajo de improvisación/composición, junto al Kronos Quartet y Mike Patton, entre otros, dentro de trabajos que incorporaban su experiencia en El Salvador o trataban nuevos temas sociales, como la lucha por los derechos de la diversidad. Ostertag, que cedió toda su música a Creative Commons y prosigue en forma simultánea sus trayectorias como activista y músico, conversó con la diaria sobre música e ideología.

-Hace 15 años, Jacques Attali soñaba con un futuro en el que la música subvertiría las leyes de la economía, volviendo a tomar la forma de información y generando abundancia, en el que cualquier persona podría producir su propia música y compartirla sin filtros. ¿Somos los primates de esa era?

-Puede ser, pero como ocurre con muchas cosas que tienen que ver con la tecnología, las consecuencias no son las esperadas. Es verdad que hay abundancia de música grabada y que queda instantáneamente disponible en internet. Pero ¿quién puede escuchar todo eso? Cuando empecé a tocar música improvisada en los años 70, había diez o 15 discos de ese tipo en el mundo. Eran caros de hacer, así que pensábamos mucho en qué publicar. Los discos eran difíciles de encontrar y de comprar. La gente tenía que hacer grandes esfuerzos para conseguirlos, y por eso los escuchaba muy intensamente. Todo eso creó un sentimiento de comunidad entre los que estábamos involucrados, sin que importara de qué parte del mundo fuéramos. Y el proceso de crear y distribuir ese nuevo tipo de música era muy copado. Hoy en día, cada vez que alguien toca la más trivial y despreocupada improvisación, puede grabarla en su teléfono y distribuirla de inmediato online. La cantidad de música improvisada disponible es casi opresiva. Nadie escucha la mayor parte de esa música, porque sencillamente hay demasiada. Yo dejé de grabar improvisaciones hace algún tiempo. Hoy en día, la mayor afirmación que puedo hacer acerca de la música improvisada es no grabarla, tocarla e irme.

-¿Esa forma de producir música podría ser la metáfora de nuevas formas de producción sin explotación?

-Si estás hablando sobre compartir música en internet, bueno, las computadoras y routers no cayeron del cielo. Generalmente los hacen trabajadores mal pagos en largas jornadas y en condiciones horribles. Esos equipos no duran mucho, y cuando se rompen se transforman en desperdicios tóxicos, que terminan manejados por las personas más oprimidas del mundo. Hacer funcionar internet y la llamada “nube” chupa una cantidad importante de energía eléctrica, que tiene que ser generada de alguna forma. Tocar un violín, una batería o cantar no requiere nada de eso.

-¿No cree que el rango de progreso tecnológico se adelanta a la capacidad de asimilación? ¿Se está generalizando la prótesis digital?

-Estoy de gira hace cerca de un año: estuve en América Central, América del Sur, Asia y Europa. Lo que más me impresionó fue el impacto social de los smartphones. Están en todos lados; campesinos de las áreas más pobres de El Salvador, pescadores de Papúa, todos tienen uno. Conocí un hombre en Java que tenía un smartphone pero nunca había usado una cisterna. Conocí a otro que vive en una isla en Raja Ampat y se comunica con gente en Europa con su smartphone, pero no puede comunicarse con la gente que vive en la isla de al lado porque habla otro idioma. Cualquiera que piense que puede predecir las consecuencias sociales de todo esto necesita ser un poco más humilde. No creo que nadie pueda saber a dónde está yendo, pero estoy seguro de que no nos está haciendo más felices.

-Usted es un pionero en cuanto a técnicas de síntesis y uso de equipamiento electrónico, analógico, modular y de otros tipos. ¿De qué modo ha afectado su creatividad la proliferación de nuevas tecnologías más baratas y populares, software y plataformas de programación?

-Podríamos hablar de eso durante todo el día. En Montevideo voy a tocar todo el concierto con un sintetizador virtual que cuesta menos de 100 dólares. Cuando empecé a tocar con sintetizadores, un instrumento así podía costar cerca de 20.000 dólares. Recientemente hice una gira de conciertos en Indonesia, y descubrí que allí mi instrumento era absurdamente caro. Casi nadie en Indonesia tiene una laptop. Sumados, el costo de mi laptop y mi instrumento llegan a 1.000 dólares. Hay una escena musical muy grande e interesante en Indonesia, y la mayoría usa sintetizadores similares a los que la gente utilizaba en los primeros días de la música electrónica, pero los indonesios diseñan y construyen estos instrumentos ellos mismos. Uno puede comprarse los componentes eléctricos para hacer uno de esos por 20 dólares.

-Algunas de sus obras, como “Sooner or Later” (sobre la guerrilla salvadoreña ) o “All the Rage” (sobre la epidemia de sida a fines de los 80), están ancladas en coyunturas sociopolíticas claras. ¿Cómo las percibe y las interpreta retrospectivamente?

-El verano pasado volví a El Salvador por primera vez desde la guerra y toqué “Sooner or Later” en una pequeña ciudad en las montañas que había estado controlada por el ejército revolucionario. Una banda de rock tocó antes que yo y todos en ella eran hijos de guerrilleros, así que muchos habían tenido experiencias similares a las del chico cuya voz se escucha en “Sooner or Later”. No fue una experiencia sencilla. No olvidemos que nadie ganó la guerra. Todo terminó en un acuerdo negociado. Ninguno de los asesinatos en masa fue llevado a la Justicia. El partido de derecha que dirigía los escuadrones de la muerte estuvo en el poder por años. Los más cercanos a la revolución lucharon durante mucho tiempo, para terminar renunciando a sus sueños más preciados y reconciliarse con el hecho de que tanta gente sacrificó sus vidas por tan poco. Para esa gente, puede ser bastante perturbador escuchar una intensa composición musical en la que un muchacho joven de los tiempos de la revolución promete vengar la muerte de su padre tarde o temprano, sin importar cuánto tiempo le tome. Pero cuando toco “Sooner or Later” en otros países, en los que las vidas de la gente no están tan íntimamente conectadas con el momento de la grabación original, se escucha la pieza de modo muy diferente, como una meditación sobre la guerra, el amor y el compromiso. Tuve la misma experiencia cuando hice la “Yugoslavia Suite” después de la guerra de los Balcanes en los 90. Cuando toqué esa pieza en los Balcanes fue muy fuerte. Todo el mundo escuchaba y miraba para saber a qué bando estaba apoyando, lo cual por supuesto no era lo importante. Mejor tocar la pieza en México, ponele.