“Voy por las calles / tras los tambores, / Isla de Flores, / sepan señores, / yo vibro ahí / sin saber / quién soy”. Así declaraba su amor por el candombe Alberto Mandrake Wolf, líder de Los Terapeutas, en “Candombe del no sé quién soy”. Por eso no resultó para nada extraño que el grupo editara Los candombes, un CD y DVD grabado en vivo que registra parte de los dos shows que realizaron el año pasado en la sala Hugo Balzo del Auditorio del SODRE, en los que interpretaron exclusivamente sus canciones candomberas -con varios invitados, como por ejemplo Lobo, Ferna y Noé Núñez, que aportaron kilos de swing a cargo de la santísima trinidad rítmica de piano, chico y repique-. El álbum se presenta oficialmente el sábado 12 de marzo en La Trastienda. Es la excusa para conversar con Mandrake sobre candombes y malos viajes.

-Al ver el DVD uno cae en la cuenta de que Los Terapeutas tienen muchos candombes.

-Hicimos un show de unas 20 canciones y aproveché para hacer como un disco nuevo. Pero lo que pasó fue que el disco no estuvo pensado como tal. Yo estaba arreglando para hacer un álbum más de rock, como De [2008] o Monstruo [2012], pero le dije a [Andrés] Sanabria [director del sello Bizarro] que íbamos a hacer un concierto de candombes, y me preguntó por qué no lo grabábamos. Yo sé perfectamente que es un disco que va a vender mucho menos, porque el candombe nunca fue un género muy vendedor. Pero les interesó a ellos [al sello] y lo hicimos. El DVD fue filmado así, más o menos, con amigos, no me importó mucho, había que hacer un registro; pero con lo que me rompí el culo fue con el disco, para que sonara bien. También está muy bien pensado lo de mostrar todo lo que puede significar para nosotros el candombe, la cantidad de enfoques: puede ser un candombe solo con la violita, con un bongó, con congas, o con chico, repique y piano.

-En aquel primer álbum que compartiste con El Cuarteto de Nos, en 1984, grabaste “A la deriva” y “Mas cuando arranquen”, canciones con grandes aires candomberos. Desde siempre te colgó el género.

-Sí, siempre, pero nunca pude hacer un disco entero de candombe. En una época insistíamos mucho con el candombe y no nos iba muy bien. Fue en 2002, cuando me pude comprar una viola eléctrica, que cambió todo y pudimos llenar la sala Zitarrosa varias veces. En ese entonces empezamos a laburar bien, pero con el candombe nunca tuvimos mucha suerte. Ahora está muy de moda la comparsa, pero la canción candombe no. Aprovechamos ahora, que tenemos cierta convocatoria, para hacer un disco así.

-¿Cómo te metiste en el candombe?

-Empecé por los discos. Yo soy un muchacho de Pocitos y no había ningún negro en casa, pero cuando escuché Musicasión 4 ½ quedé flasheado. A partir de ahí empecé a hurgar. Con Wilson Negreira, mi hermano de toda la vida, íbamos atrás de los tambores. Cuando veíamos al trío negro caminando por la calle, mangueando, íbamos y nos sentábamos a charlar con ellos, y nos pasaban piques.

-¿En Pocitos era bien visto?

-No. Incluso los negros se sorprendían de que los blancos fuéramos a aprender. Estoy hablando de tiempos muy distintos; el candombe era marginal. Por la influencia de [Eduardo] Mateo y de Jaime [Roos] -Wilson es primo de Jaime, nos pasaba todo- aprendimos pila.

-¿Por qué grabaste aquel primer disco junto a El Cuarteto de Nos?

-Porque éramos muy amigos. Tocábamos juntos y la pasábamos bárbaro. Era una época complicada, plena dictadura. Los conciertos de canto popular eran... Había cosas que estaban buenas, como Leo Maslíah o Los que Iban Cantando, pero la mayoría parecía una misa estalinista; no tenía nada que ver con nosotros, que éramos chiquilines. Había bandas de rock como Siddhartha, pero era casi jazz. A mí me gustan los Beatles, los Rolling, los Who, Bob Dylan, y no había nadie que hiciera esas cosas.

-Fue en esa época que se vivió la famosa “confrontación” entre el canto popular y el rock.

-Claro, entonces salió el primer disco de Los Terapeutas, Mestizo en todos lados [1988], porque a nosotros no nos quería nadie: para los del rock éramos canto popular porque mezclábamos candombe, y para los del canto popular éramos rockers.

-Quizá mucha gente no sepa que la música de “Himno de los conductores imprudentes”, la canción de Los Tontos que fue un hito del rock posdictadura, es de tu autoría. ¿Por qué no la grabaste con Los Terapeutas?

-Con Leonardo Baroncini teníamos un grupo que se llamaba Los Cortapalos, y Leonardo era muy hermano, andábamos todo el tiempo para arriba y para abajo; a él también le gustaba la fusión con candombe y todo eso, pero cuando aparecieron los punkies también nos gustó pila. Nos pareció increíble la vuelta a la canción de tres minutos. Nosotros andábamos escuchando Yes y Emerson, Lake & Palmer, que tenían temas de 20 minutos; era medio bodrio. El riff de “Quiero puré” es un afane a “Clash City Rockers”, de The Clash, sólo que lo hice un poco más lento. Pero nosotros estábamos en ésa también. Tenía Los Cortapalos y mi fusión con Mateo, que yo lo conocía y toda esa historia. Pero aquel tema quedó ahí. Renzo Teflón siempre iba a los ensayos de Los Cortapalos y se cagaba de risa con lo que hacíamos. Era un cuarteto que estaba muy bueno. Baroncini estaba tocando en Los Estómagos, y [Alfonso] Carbone le dijo que faltaba un tema para el disco [el compilado Graffiti, de 1985]: “¿No tenés una banda?”. Me llamó a mí, pero le dije que no, porque estaba en otra. Armó una banda y grabaron ese tema. La detonaron. Fue una cosa brutal.

-Supongo que por derechos de autor recibiste una suma interesante.

-La primera vez que me casé fue gracias a eso. Me compré todo.

-¿Era tan generoso el pago por regalías?

-No. Lo que pasó fue que me quisieron cagar. Ese tema lo agarró Acrocel [marca de telas], hicieron una propaganda y no me dijeron nada: “Quiero Acrocel, / me encanta Acrocel”. Les hice un juicio y agarré como siete u ocho lucas de aquella época. Me casé con la mujer con la que estaba en ese momento.

-¿Cómo ves hoy la movida del rock nacional?

-Sí me decís “rock nacional”, no sé qué decir; pero creo que la música uruguaya en general está en un momento muy profesionalizado. Ya ninguna banda suena mal. He sido jurado del concurso de bandas del Palacio de la Música, por ejemplo, y 90% de las bandas suenan bien.

-Pero la gracia es que suenen diferentes...

-Claro, a nivel de canciones... Todo lo que me costó -o me cuesta- llegar a donde estoy es porque, mal o bien, encontré un camino distinto a todos; pude lograr una personalidad, te guste o no. Pero a partir de que apareció gente como [Gustavo] Santaolalla, que empezó a hacer un formato “esto suena así para que sea exitoso”, entraron una cantidad de bandas. En mi época yo era fanático de Mateo y de Jaime, pero hacía todo lo posible para no sonar parecido a ellos. Ahora es al revés: cuanto más símil a algo, parece que mejor te va a ir. Pero hay bandas acá que tienen personalidad, como Buenos Muchachos, Bufón, Rey Toro... También te puedo nombrar a No Te Va Gustar y La Vela Puerca; al revés, los copian a ellos. Después hay gente muy interesante, como el colectivo rarísimo que hace discos todos los días, el de Alucinaciones en Familia. Pau O’Bianchi es un capo. Yo estoy en el primer disco, con [Fernando] Henry y [Lucas] Meyer, pero hicieron no sé cuántos discos más. Tengo una edad en la que no puedo escuchar tanta música. Ese loco es un gran compositor. Franny Glass también me parece interesante. Bueno, y Martín Buscaglia. Hay una cantidad de tipos. No sé si es rock o no, o qué mierda es. Pero hay un panorama interesante.

-Llegaste a tocar con Eduardo Mateo. ¿Cómo era él, más allá del mito?

-Era un extraterrestre. He tenido la suerte de tocar con muchos músicos, pero nunca vi a un tipo así. Era muy distinto. Tenía una sensibilidad... Llegaba por lados que vos no sabías. No sé cómo explicártelo. A mí me costó mucho tiempo entenderlo, hasta que me di cuenta de que podía hablar con él. Lo mismo me pasó con el [Walter] Nego Haedo, que grabó en mi primer disco: hablo con él, y mucha gente no entiende lo que estamos hablando. Están evolucionados o tienen un lenguaje que está más allá, un lenguaje musical muy fuerte. Hay pocos tipos así. De compositores de canciones está lleno, pero un Miles Davis, un [John] Coltrane, ese palo tan zarpado y comprometido con la música... No sé si me explico, un palo muy espiritual.

-¿Volado?

-Sí, pero volado... Urbano [Moraes] es igual, y no se drogó jamás; vive en las sierras y toma leche. Mateo sí, era un animal, se encajaba con cualquier cosa. Pero llegaban a la misma conclusión del mundo musical, con respeto.

-¿Cómo te llevaste con las drogas?

-Bien, tuve momentos místicos. Yo era un tipo al que le gustaba mucho el porro. Después estuve un tiempo yendo a Valizas y me gustaban los hongos, el cucumelo. Pero un día tuve un mal viaje y dije: “Pará, ojo con esto”, porque vi gente que después no volvía más. Entonces achiqué.

-¿Qué viste en esos viajes?

-Cosas divertidas. Vi gente con cara de chorizo. Estábamos tomando un vino y se llenaba el prado de boy scouts. Yo qué sé, cosas que estuvieron buenas. Leía la Biblia de hongos, daba miedo. Y también fui a pescar de hongos; ahí fue que me dio el mal viaje, pensé que el mar me tragaba y salí corriendo con el reel. Pero bueno, fueron épocas. Y después la cocaína, que en esa época no me gustaba mucho, pero que en la noche es como un ayudín, un corrector. Pero no soy de comprar drogas ni de andar todo el tiempo... Las he usado, las uso, pero no soy de andar todo el tiempo buscando la nueva droga. Usé esas tres.

-El candombe da para colgarse y viajar. En el DVD se nota, sobre todo, en algunas codas.

-Es el trance de la música negra, tiene una cosa como hipnótica. Como el blues: vos escuchás a John Lee Hooker, y arranca “chang chang chang chang”, se coloca y entrás en el viaje. Lo mismo pasa con el [tambor] chico, que es incomprensible, lleva la base y está en el aire. Estamos hablando de algo casi marciano desde el punto de vista rítmico, es difícil de entender. Hay que ser muy sofisticado, y más este animal, Ferna Núñez, que es un reloj tocando eso.

-Candombe, blues, rock; al final, casi toda la música popular viene de los negros.

-El siglo XX es la música negra; les rompió el culo a todos. No jodan más, loco. Y en el siglo XXI sigue. Fue una revolución, pero costó mucho. En Estados Unidos no les daban bola, vamos a decir la verdad. Los Stones fueron al sello Chess [de Chicago] y vieron a un negrito pintando el techo. ¿Quién era? Muddy Waters. Por eso fueron generosos. Cuando vinieron acá, lo primero que hicieron, ¿a dónde fueron a dar? Al cumpleaños del Lobo [Núñez], porque siempre les gustó la música negra. Era evidente.

-Estás trabajando en un nuevo disco de estudio; después de tantos años, ¿te seguís incentivando para componer?

-Uno ya tiene oficio. Pero trato de usarlo lo menos posible. Te puedo hacer una canción en dos minutos; buena o mala, pero la hago. Pero trato de no... Mi banda no es tan solicitada, sacando un disco cada dos o tres años, funciono bien. Y ahora que vivo sólo de tocar y de derechos de autor...

-Eso es un milagro en Uruguay.

-También lleva mucho laburo. Anduve 30 años. Y además, hago un show solo, que es sólido, en el que cuento historias y más o menos me acompaño bien. Lo bravo es con la banda: son cinco músicos, más sonidista, plomo, iluminador, mánager, etcétera. Con la banda ya es una vez por mes que tocamos. Además, no es tan popular.

-O sea que no tenés que editar un disco todos los años, pero tenés que salir a tocar seguido.

-Claro, lo tengo que hacer. Ahí me gano la guita. Ahora tengo un mánager que está en ésa; voy a tocar a cualquier lado. A veces voy al interior, y es en un boliche como El Bacilón, que están todos duros, y yo solo con la guitarrita...

-Debés de tener alguna que otra anécdota de esas noches solitarias.

-Tengo muchas. Hace poco, en octubre, fui a tocar a una pizzería del Chuy; eran todos árabes. Me habían atendido bárbaro y todo, pero empecé a cantar y ni bola. Los nenes corrían; la heladera estaba al lado, sacaban la cerveza... ni bola. Fue como tocar en otro planeta. Pero ta, si yo fuera más pretencioso, me hubiera enojado. Qué vas a hacer...

-Capaz que si cantabas “Amor profundo” te prestaban más atención.

-La canté, fue en la única en que me dieron bola.

-¿Cuál es para vos la canción candombera?

-Siempre les tuve miedo a los tatuajes porque tengo un problema en la piel; pero, por ejemplo, mi hijo se llama Pascual por la canción “Don Pascual”, de El Kinto, de Chichito Cabral. Para mí es una de las mejores canciones que se escribieron. Capta al Montevideo costero de una forma increíble -el de mi época, ahora cambió mucho-; toda esa cultura de mar, de agua. Hay muchos candombes que me encantan. Rada tiene uno de los mejores, “Biafra” [con Tótem], sobre un país que desapareció del mapa, todo por un convenio político. La canción es una de las pocas cosas que quedan para que alguien se acuerde de Biafra. Es increíble. Miles de personas muertas, y está esa canción ahí. Después, “Candombe de Reyes”, de Jaime, que es como una especie de panorama tridimensional de ese día. Es escalofriante. Y de Mateo, “La mama vieja”. Todo lo que está metido en esa guitarra... La letra es muy buena, pinta cómo es un componente de la vida negra en el Barrio Sur en aquella época, lo difícil que era. La mama vieja “trabaja mucho” pero “igual canta”. Parece algo bastante trillado, pero vas ahí y te das cuenta de que esa canción es tal cual. Vos ves que un cumpleaños de negros no tiene nada que ver con uno de blancos: es todo agite, todo el mundo baila, es una gozadera. El cumpleaños de blancos es más aburrido. Es otra cosa.

Por eso Mick Jagger fue al cumpleaños del Lobo Núñez.

-Pero ¿qué te pensás, qué es bobo? Su Majestad Satánica, ¿a dónde va a ir?