El recuerdo de los militares uruguayos que se opusieron a las corrientes golpistas y terminaron pagando un alto precio por sus convicciones se suele concentrar en unas pocas figuras. Entre ellas, ante todo, el general Liber Seregni y, en menor medida, el también general Víctor Licandro. Gente más informada puede agregar algunos nombres más, pero el hecho es que esos militares no fueron unos pocos, aunque quienes se alinearon en contra de la democracia fueran más y terminaran ganando una larga lucha interna entre corrientes dentro de las Fuerzas Armadas. Según el general Óscar Petrides, fueron mas de 400 los militares demócratas presos, desde soldados hasta altos oficiales, mientras que muchos otros debieron exiliarse, pidieron la baja o fueron marginados por los mandos dictatoriales, privándolos de mando de tropa, asignándoles tareas muy menores o no asignándoles ninguna.

Entre los integrantes de aquel pequeño batallón, poco recordados y a veces directamente olvidados, estuvo el propio Petrides, cuya historia viene a rescatar este libro. Que la tarea haya sido asumida por una hija suya reafirma, por cierto, que han estado bastante omisos quienes se dedican profesionalmente a estos temas.

La obra combina datos biográficos; una recopilación de reveladoras anécdotas sobre su vida militar y luego como preso político (con el correlato de otras que retratan lo que pasaba con sus familiares y los de otros presos de la dictadura), y una selección de textos que dan cuenta de sus posiciones teóricas.

Batlle Berres y Arismendi

Petrides nació en 1910, hijo de un inmigrante griego y una uruguaya. Ya había iniciado estudios de Medicina cuando, debido a la muerte de su padre y en el marco de la crisis de fines de los años 20, buscó en la carrera militar una solución económica. Cuando sus superiores no lo autorizaron a seguir realizando cursos en la Universidad de la República, su vida quedó centrada en el arma de Caballería, en la que ascendió hasta el grado de coronel, siempre por concurso.

Tres veces intentó, sin éxito, llegar a general por la misma vía, y según escritos suyos que este libro recoge, parece muy probable que los tribunales intervinientes en esas ocasiones hayan tenido en cuenta, para no promoverlo, las posturas ideológicas que había ido desarrollando desde los años 30 hasta comienzos de los 40. Finalmente, cuando había pasado cinco años sin que se le asignaran tareas, y convencido de que su trayectoria en el Ejército estaba bloqueada, pidió el pase a retiro voluntario en 1958 y se dedicó a otras actividades. Entre otras cosas, comenzó a escribir sobre temas geopolíticos internacionales en el diario batllista Acción y en el semanario de izquierda independiente Marcha (a menudo con el seudónimo Belisario, que seguiría utilizando, en homenaje a un destacado general del Imperio Bizantino), y se desempeñó como docente de literatura, filosofía e historia.

Su relación con el batllismo fue más allá de lo periodístico. Luis Batlle Berres lo nombró coordinador de los clubes barriales de su lista 15 en Montevideo, y luego del fallecimiento de aquel dirigente, cuando su hijo Jorge quedó al frente de la 15, se acercó a otras figuras coloradas como Amílcar Vasconcellos, y ocupó cargos en la Intendencia de Montevideo de 1967 a 1971. Pero en forma paralela a esa militancia, acorde con sus antecedentes familiares batllistas, se fue acercando a las posiciones de la izquierda, impulsado -como muchos en aquellos tiempos- por los dramáticos sucesos de la Guerra Civil Española y la reflexión acerca de los alineamientos internacionales en ese conflicto.

Mantuvo una larga amistad con el líder comunista Rodney Arismendi y, cuando hubo claros indicios de que se aproximaba el golpe de Estado, participó en las conversaciones en las que integrantes del Frente Amplio (FA) y del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros consideraron la posibilidad de una eventual resistencia armada para defender la democracia. En 1976, la dictadura lo detuvo y la Justicia militar lo condenó (paradójicamente, por “atentado a la Constitución”), acusándolo de haber asesorado al aparato armado del Partido Comunista del Uruguay (PCU). Pasó a la llamada “situación de reforma”, que implica un apartamiento deshonroso de las filas militares, y su pena, de 25 años de prisión, terminó en forma anticipada con la ley de amnistía de los presos políticos aprobada en 1985.

Tras ser liberado se integró al PCU y formó parte de su Comité Central, del que se alejó luego por discrepancias. El libro recoge una muy interesante intervención suya en ese organismo, en la que retomó la autocrítica planteada por Arismendi acerca del “servilismo ideológico” del PCU en relación con el llamado “socialismo real”, apoyó la propuesta de “socialismo democrático” planteada por el entonces secretario general, Jaime Pérez, como una reacción ante el “socialismo cuartelero” estalinista, y demandó buscar con humildad un nuevo camino propio “hacia la felicidad popular”.

En esos años retomó la actividad periodística (en Brecha, El Popular, La Hora Popular, La República y La Juventud), dedicando buena parte de sus notas a temas militares, y realizó aportes sobre esa área para actividades de diversas instituciones y de la Comisión de Programa del FA. En forma paralela, durante el último trecho de su vida batalló por la reparación a los militares que, como él, habían sido sancionados por la dictadura debido a que cumplieron con el compromiso de defender la Constitución. En su caso particular, la decisión correspondiente, que le confirió el grado de general, fue póstuma, en 2003: siete años después de su muerte y 18 después de su liberación.

Semillas

Desde el punto de vista teórico, no agotó sus esfuerzos en el combate contra la Doctrina de la Seguridad Nacional, sino que insistió en la necesidad de desarrollar una concepción alternativa propia. En ese sentido, fue durante décadas decidido defensor de una “defensa nacional integral”, que no fuera exclusivamente encomendada a militares, sino que incorporara la preparación del conjunto de la sociedad para participar en ella de forma activa y consciente. También se opuso tenazmente al involucramiento de las Fuerzas Armadas en tareas de tipo policial, con sólidos argumentos basados en que la preparación que reciben los militares no sólo es inadecuada para esas tareas, sino que incluso puede resultar contraproducente y peligrosa. En estos asuntos y en los muchos otros que abordó, desplegó un estilo claro y didáctico para transmitir su pensamiento, enraizado tanto en las ideas artiguistas como en las de la izquierda marxista.

Decía en 1966: “Mirar a América Latina es ver que el militarismo avanza y que lo empujan en su camino [...]. La vida es cambio, devenir continuo, pero en ese devenir, militarismo es regresión, involución, muerte humanista; es la fuerza negativa que busca la cristalización, la inmovilidad de la muerte física y moral”.

Escribía en 1990 que naciones como la uruguaya sólo pueden recurrir, para su defensa, a la guerra popular de masas, con fuerzas irregulares y una estrategia guerrillera, “bien organizada, practicada y armada desde los tiempos de paz””, en pequeños grupos de combate cuyos comandantes fueran elegidos por los propios ciudadanos.

A menudo se quejó de que al desconocimiento de sus compañeros civiles acerca de la realidad militar se le sumara el desinterés en ella. Hoy, esas carencias quizá sean aun mayores en la izquierda, y por eso es relevante, además del recuerdo de la valiosa peripecia personal de Petrides, el rescate de sus análisis y propuestas, para contribuir al avance de una tarea inconclusa.