Juan Wauters tiene las paletas chuecas como Mac Demarco, uno de sus más recientes socios en Estados Unidos (quien hace poco tiempo pisó nuestras tierras; ver Crea en el hype), una campera de pana color mostaza salida de una película de los 90, y una mirada aniñada que a menudo se sorprende por cosas ínfimas y recuerda a la de Jonathan Richman. Oriundo de Montevideo, su trayectoria como músico se desarrolló en Queens, un distrito metropolitano de Nueva York al que se mudó con su familia cuando era adolescente. Luego de tocar en una pequeña banda de culto llamada The Beets, comenzó a volverse cada vez más relevante con un proyecto solista, y ahora vuelve por primera vez a tocar en vivo en Uruguay, hoy en La Trastienda a las 21.00.

Con esos antecedentes, le parece “rarísimo” que al comienzo de la entrevista una persona pidiera para sacarse una foto con él. “No tengo ni a palos idea de qué va a pasar con el toque. Sé que va a venir gente porque tengo muchísimos amigos. Yo venía agitando y van a venir amigos y familia. Más que nada, amigos de la niñez, porque yo no fui un músico toda mi vida, cuando vivía acá andaba jodiendo, y mis amigos son medio quilomberos”, dice.

En el barrio Jackson Heights de Queens se concentra una de las mayores comunidades de uruguayos en Estados Unidos, quizá sólo inferior a la de Nueva Jersey. Allá fueron los Wauters. “Lo que pasa es que ahí hay un restaurante uruguayo que se llama El Chivito de Oro -acá había uno cerca de la Intendencia, ¿sigue estando ahí?; me acuerdo de que tenía un cartel de luces en el que al chivo se le movía la cabeza y comía-. Vivimos en la 86, entre la Roosevelt y la avenida 37. Sobre la 37 está, para un lado, la panadería uruguaya, y si doblás a la izquierda está El Chivito de Oro, a dos cuadras. Cuando llegamos a ese barrio -se fue mi papá primero, después mi madre, y después mis hermanos y yo- estábamos en la meca de Uruguay, porque fue un momento en el que mucha gente cayó ahí, pero después se fue esparciendo. Al principio, cuando emigrás, estás un poco mal, pero después conseguís un trabajo en el que te va mejor y quizá te mudás para otro barrio; sin embargo, a mis padres les encantó ese y se quedaron. Mi padre trabaja en una parrillada uruguaya haciendo asado y mi mamá trabaja de niñera, cuida a unos bebés en Manhattan. En aquella época hervía de uruguayos, te juro que salías, caminabas por la 37 y la gente hablaba en uruguayo”.

Cuenta que sus primeros amigos allá fueron uruguayos. “Estábamos todos recién llegados y fue lindo tenerlos ahí. Yo no me había querido ir; tenía 18 años, terminé el liceo y a los dos meses me fui. No quería desarraigarme de mis amigos ni separarme de Vicky, mi novia, que fue mi primer gran amor. Antes de irme vivía en La Gaceta y Francisco Muñoz, en el barrio La Mondiola, que ahora creo que le dicen Pocitos Nuevo, supongo que por razones inmobiliarias, porque ¿quién va a querer alquilar una casa en La Mondiola? El otro día anduve por ahí y pasé por la placita donde nos sentábamos a apretar con mi novia, donde fue mi primer beso y todo... No sé, imaginate, tu primera juventud, estar haciendo planes y todo, estar enamorado, y de repente tener que irte. Me hizo pelota. Pero bueno, nos hizo re bien estar en algo tan familiar, con todos esos uruguayos descubriendo al mismo tiempo Nueva York, todos digiriendo Nueva York a la vez; decir ‘hoy vamos a ver qué onda el Central Park’, ‘hoy nos juntamos y comemos un chivito en El Chivito de Oro’. Después, de a poco, nos fuimos amoldando a la ciudad y salimos del barrio, que era algo así como un gueto”.

Su primera banda, The Beets, fue una de las maneras que encontró de ampliar el horizonte. “Era más que nada porque lo disfrutábamos, nunca hubo ningún tipo de capital ni nada ahí. Era nuestro momento de salir, porque todos éramos de Jackson Heights -yo era el único inmigrante, el resto eran chiquilines de ahí-. Era un barrio medio descontrol, lleno de inmigrantes, gente nueva, todos trabajando, y en lugares como ese no suele haber mucha iniciativa para formar un grupo. No tenés tiempo, está la urgencia de trabajar y hacer dinero, porque, después de todo, es la razón por la que te fuiste. No da para andar, de una, diciendo que sos músico. Siempre tuve un pequeño rechazo a decir ‘soy músico’, y con la banda capaz que todavía más. Los shows eran re locos, un descontrol. Tocábamos lo que sería mal, cantábamos lo que sería mal, pero le dábamos terrible color. Tuvimos muchas oportunidades de hacer cosas más grandes, pero medio que dormíamos porque no estábamos tan interesados, no estábamos listos para asumir el compromiso de ir a Europa”.

Explica un poco más ese rechazo a identificarse como músico: “Vivimos en un mundo capitalista, y si sos un herrero tenés que hacer una reja, tenés que saber venderla, saber instalarla, todo. Pero nosotros éramos unos herreros que armaban una reja en su casa, la tiraban por ahí y capaz que alguien la agarraba. Eso, con la ansiedad que tenía, nunca lo vi como algo fiable para hacer dinero, algo que se aplicara a la sociedad como ser carpintero, médico o plomero. Pero siempre sentí que había buenas reacciones frente a lo que hacíamos y todavía las hay; fue un grupo que le puso corazón. Ahora han llegado ofertas para que toquemos con The Beets en Europa, pero nosotros en aquel momento éramos una banda juvenil y ahora tengo 32: yo tocaba así en aquel momento, ahora no tiene nada que ver”.

La banda, dice, funcionaba “a los ponchazos”, aunque ensayaban tres veces por semana, tocaban otras tantas y editaron discos. “Faltaba todo lo demás: emails, organizar giras, hacer contactos, negocios, cosas así. De tan desorganizados que estábamos, tuvimos un desencuentro con un compañero, porque aunque las canciones las escribía yo, había una cultura de grupo: éramos como una pandilla, estábamos todos ahí en una esquina, tocábamos y después nos íbamos, siempre en manada. Se cayó un poco el grupo y yo paré de tocar como por un año; en ese tiempo empecé a preguntarme qué era lo que realmente quería hacer en los años siguientes, y decidí que iba a dedicarme exclusivamente a la música, sin hacer otras cosas para ganar dinero”. Su carrera solista, iniciada con el disco North American Poetry (2014), comenzó en paralelo con The Beets y “se descontroló todo; pasó algo re feo, que fue que no supimos tomar ese paso como grupo”.

Le comento que es relativamente frecuente que las bandas se escuden detrás de una especie de identidad de perdedores y se desequilibren a la hora de encarar un proyecto con mayores ambiciones. Él dice que “puede haber pasado eso”, porque “es más fácil ser una banda así, que no le presta atención a nada y hace cualquiera por ahí, que ser una banda que intenta mantener un público y ganar un peso”, pero apunta que eran todos hijos de inmigrantes y pensaban: “¿Tenemos derecho a andar por ahí armando fiestas, a andar por la vida en esa, mientras nuestros viejos laburan y laburan para sacar plata para nosotros?”, de modo que “esa cabeza influyó un poco”.

Es llamativo lo que cuenta, porque en la escena indie hubo toda una nueva versión de la cultura slacker, del regodeo en el boludismo o en no tener nunca trabajo. Dice que todavía está en esa pelea, y vuelve a la cuestión de asumir que es músico como una responsabilidad, algo que al mismo tiempo alimenta su producción artística: “Sigo tocando porque siguen saliendo oportunidades, pero todavía tengo esa conversación del miedo. Expresé mucho de mi vida real en la música, canalizando pensamientos que me tenían medio loco, cosas de la ansiedad de no tener, o de no saber si estás haciendo lo correcto con tu vida. Por eso yo también me pregunto: ¿da para tomárselo para la joda?”.

Hay algo medio vil en el hecho de que la sociedad uruguaya no se tome muy en serio la música de alguien hasta que empieza a ser reconocido fuera del país, y gran parte de la promoción de la presentación de Wauters se refiere a que es “el pibe que la está pegando en Estados Unidos”. Para él, esta “ha sido una semana súper extraña”, con episodios como el del muchacho que quiso sacarse una foto con él, porque eso le ha pasado en Nueva York, pero vino acá con la idea de volver a ser uno más. “Acá es el lugar al que vengo para desaparecer. Llego y soy el Juan de antes”. ¿Cómo era ese Juan? “El mismo, armando bardo con mis amigos. Ponele: mis amigos no saben que toco la guitarra. Arranqué a tocar así, con un amigo, pero no con proyección, con una banda o tratando de sacar temas. ¿Viste que hay gente que es más emprendedora desde chica? Yo no tuve una banda de liceo, nada, ni a palos. Estaba para los estudios, me gustaba estudiar, me gusta todavía. Ahora pasa que llego acá y a los dos días me está haciendo una entrevista Sergio Puglia, que es una celebridad, un famoso de Uruguay. Me acuerdo de verlo en la tele y de que mi mamá era súper fan de él. Ha sido extraño, pero con mucho placer”.

“El concierto va a ser muy zarpado”, asegura. “Lo armamos bien. Es un poco atípico porque, ahora que estoy tocando solo, sin un grupo, cada vez que sale un viaje tengo la oportunidad de ver a quién puedo invitar. Voy a tocar con un amigo, Gonzalo, que es la persona con la que empecé a tocar. Agarramos la guitarra que la madre de él tenía en la casa: ella nos mostró los primeros acordes. Yo voy a tocar con esa guitarra, ¿entendés? Va a ser un capítulo que se cierra o que se abre. También voy a tocar con dos amigos de Nueva York que son mis mejores amigos. Va a ser la oportunidad de ser yo así”.

Hablemos un poco de la música, porque no todos acá saben qué es lo que hace Wauters. Con referencias uruguayas, pienso que su primer disco tenía algo medio de la libertad más experimental de la música beat de los años 60 y 70, mientras que su próximo álbum, Who, Me? va más hacia la canción y utiliza sonidos que remiten a algo más parecido al pop-rock argentino (el comienzo de “I’m All Wrong” se parece a “El extraño de pelo largo”) o incluso a Los Iracundos. Él me señala que grabó North American Poetry durante un período en el que no estaba tocando en vivo, y que eso tuvo que ver con que hubiera mucha experimentación, mientras que Who, Me? lo grabó en una semana “y estaba medio loco, porque fue entre dos giras”. “Fue medio canción, canción, canción... Me doy cuenta, después de este disco, de que me gusta más grabar de a poco”, sostiene. De todos modos, comenta: “El rock argentino, tipo ‘La balsa’ y eso, es toda una onda que me pegó muchísimo a partir de Los Shakers. Los Shakers pintaron onda rock, pero tenían mucho de brasileño y algo bien montevideano. Es muy complicado definir esa cosa montevideana, porque en el fondo son unos pibes tratando de ser los Beatles, pero suenan a Montevideo. Tipos que estaban conectados a la Matrix y pudieron tomar contacto con diversas cosas”.

Cuando le pregunto cómo se maneja con el formato disco, que está prácticamente en extinción, responde: “Lo de los discos me hace acordar a algo que escribió Julio Cortázar, creo que en el libro Rayuela, porque de él leí sólo ese, y que me enterneció mucho; el personaje de él en un momento dice que ‘los diccionarios son los cementerios de las palabras’; con los discos es igual: son el cementerio de las canciones. Pero la canción existe siempre, queda en el aire; eso es lo importante de la versión. Yo nunca pude hacer eso de algunas bandas, por ejemplo, los Redonditos de Ricota haciendo [canta la melodía de “El pibe de los astilleros”] ‘pampamparabarampam’, tocando todas las veces, en la misma canción, el mismo riff. A mí me gusta la cultura de la guitarreada, de juntarse y agarrar una guitarra criolla y tocar, capaz que porque es algo que pasa en Uruguay, pero no en Estados Unidos”.

Entre dos culturas, ¿cómo elige, al componer, el idioma en el que va a cantar? ¿Piensa en español o en inglés? Al contestar, Wauters abre otras interrogantes: “Uno dice que piensa en español porque cree que piensa en español. Me parece que el pensamiento va más allá del idioma. Hay momentos en los que podés encontrarte pensando con palabras, pero creo que en la cabeza las ideas se arman de otra manera. Hay momentos en que me encuentro pensando en español o en inglés, depende de lo que esté pensando. El otro día me di cuenta de que siempre, hasta hoy, se me da por algo: Por ejemplo, Matthew [Volz, uno de sus compañeros habituales] no sabe una palabra de español, y me canto un tema en español para poder expresarme de una manera secreta. Lo mismo ocurre con el inglés: si veo que hay gente que no sabe inglés, me lo canto en inglés”. ¿Se oculta detrás del idioma, entonces? “Me doy cuenta de que durante mucho tiempo lo he usado de esa manera. Capaz que no conscientemente, pero sí desde lo que la música ha sido para mí, una manera de coexistir. Si tocás una canción en tu cuarto se queda ahí; ahora, con la oportunidad de tener un público y todo, estoy un poco más consciente de que saco un disco y cierta cantidad de gente lo va a escuchar. Pero, por ejemplo, si tengo un problema con mis padres, hago una canción en inglés para expresarme más libremente, porque mis padres no saben inglés. Escribo de una manera muy abstracta, y si es una canción que hice en cierto idioma para comunicarme con una novia, la novia también ya sabe, pero me gusta esa especie de anonimato a la hora de expresarme. Al ser bilingüe tan fluidamente, y con culturas mezcladas, se siente un poco eso; acá está lo de la mezcla entre el Juan que se fue y el Juan de toda la vida”.

Pero ¿cuál es el Juan de toda la vida en Wauters, cuando casi la mitad de esa vida ha transcurrido después de que se fue? “Sí, es verdad. Dentro de poco va a hacer más tiempo que estoy más allá. Es raro. En realidad, no sé. Venía en la bici por 18 de Julio, re emocionado, y ahora lo veo con añoranza, lo anhelo; eso también se refleja en la música, una persona medio confusa”.

Muchas de sus canciones, como “Water” o “This Is I”, hablan de eso, sobre quién es realmente Juan Wauters. Dice que esta última se la imaginó “tocando con una sinfónica”, pero que como estaba muy apurado, grabándola en Illinois, no conseguía ni un violinista ni una flautista, así que al final usó “el botón que dice ‘cuerdas’” en un teclado. “Hay cierto tipo de teclado que tiene un sonido buenísimo de cuerdas. Para ‘This Is I’ me inspiró ese temazo de Black Sabbath que dice [canta]: ‘I’m going through changeees’. Incluso en algunos discos de Alfredo Zitarrosa usaban sonido de cuerdas hecho con sintetizador”.

Si hay un sonido uruguayo en el teclado, es el efecto brass, o de vientos, de Hugo Fatorusso, le digo. “¡Sí, el parapapampapammmmm es el sonido de toda una época! ¡Sí, está de más! ¡Me encanta, me encanta ese sonido! Es un sonido que lo tengo acá, yo. Otro sonido montevideano zarpado es el que hace Rada entre la percusión, los vientos y la voz, es como un riff cantado. Pero él hace los arreglos con la voz, todo está hecho de antemano con la voz; Michael Jackson lo hacía así también. Pero viste, no sé, Rada tuvo los huevos de decir: ‘Voy a tocar la música como siempre ha sido la música: La música’. Hay un estándar de música, el de la música occidental, aunque a mí me gusta más la música de la calle. Pero ¿qué quiere decir eso? ¿Quiere decir que estoy siendo un cagón porque no estoy tocando la música como debería tocarse la música? ¿Tengo miedo de sonar bien, por las dudas de sonar mal? En la búsqueda de sonar bien hay una buena oportunidad de sonar mal; creo que es una elección auditiva, también”.