Una investigadora atormentada por su pasado toma extraoficialmente un caso que involucra el secuestro de varios niños y la muerte de algunos de ellos. Hasta ahí, con la participación de un excéntrico especialista como consultor, tenemos un típico argumento de novela negra heredera de la tradición estadounidense, que se mueve en el límite de la ley y la moral, plagada de violencia y protagonizada por peculiares antihéroes. Es que su autor, Sandrone Dazieri, tiene en su haber, además de una abundante obra propia (principalmente la serie Gorilla, de novelas policiales protagonizadas por un esquizofrénico que comparte nombre y parte de su biografía con él; y una importante participación en los guiones de la popular serie de televisión italiana Squadra antimafia), un intenso trabajo como editor a cargo de la serie Gialli (Mondadori) de novelas de misterio y crimen. La triple condición de narrador, guionista y editor confluye en la escritura y en la temática; No está solo lo evidencia en el manejo experto de subgéneros literarios como el policial, su variante noir y el thriller; en la creación de capítulos ágiles que terminan a menudo abruptamente (cuando no en mitad de una acción) y de secuencias de gran potencia visual, casi cinematográficas, y también en la reflexión interna sobre esos subgéneros y sus distintas posibilidades argumentales y estilísticas. Afortunadamente, todo esto se da sin interrupciones y con una fluidez destacable en un tipo de escritura que, desde hace muchos años, está siempre a punto de agotarse pero encuentra nuevas formas de supervivencia.

Esta novela es cronológicamente la última de Dazieri, pero la primera en ser traducida al castellano. Escrita por fuera de la serie Gorilla, está protagonizada por Colomba y Dante, un dúo que promete continuidad en otras aventuras, además de adaptaciones al cine y a la televisión. Su título en español dista mucho del original, Uccidi il padre, que, además de su fuerza expresiva (literalmente, “matá al padre”), ofrece una clave de lectura porque abre nuevos niveles de significado. Pensando en la trayectoria del autor, “matar al padre” es también la búsqueda de superación del género policial, cuyos límites narrativos han sido puestos a prueba desde que Edgar Allan Poe lo inventó en 1841. Entonces, si al principio tenemos una obra que se puede clasificar en términos bastante clásicos, pronto nos encontramos con que se desarrolla más como un thriller alucinado, en escenas que pasan de una violencia que bordea el gore a un plano casi onírico.

Esa pluralidad de sentidos, que acentúa la pérdida temporal de la conciencia por parte de los protagonistas (siempre mediada por el consumo exagerado de cafeína, nicotina, alcohol, psicofármacos o todo eso junto), abre a su vez otra senda, posibilitando por medio de los nombres una lectura doble. El “Padre” del título es el criminal al que persiguen los protagonistas, pero también el padre simbólico y aun el biológico. Dante es uno de los investigadores y también la referencia clara a un intertexto omnipresente en escenas que no pueden definirse sino como “dantescas”. La policía Colomba (“paloma” en castellano) es femenina y, a la vez, la negación de ese nombre. No son las únicas fluctuaciones: se advierte al comienzo que “cualquier parecido con hechos, lugares o personas, vivas o desaparecidas, es absolutamente casual”, pero al final el autor señala que, si bien inventó tal o cual detalle, “los lugares son reales y reconocibles”. Todo esto hace que la novela adquiera un carácter deliberadamente provisional y que ocupe un lugar suspendido entre el realismo, que llena la página de nombres y lugares concretos (calles, personajes públicos, hechos famosos) y la simultánea manipulación de los datos para crear una historia que es, ante todo, un despliegue imaginativo y de versatilidad narrativa, que alcanza su clímax en el tercer cuarto y luego decae gradualmente en su obsesión por el detalle, por atar los cabos, por sobreexplicar, tara y maldición del policial.

No del todo muerto el “padre”, no del todo superado el subgénero, permanecen las imágenes poderosas en el límite del sueño y la vigilia, y es en ese plano ambiguo que la prosa de Dazieri se mueve con mayor soltura; es esa indeterminación entre el realismo y la fantasía morbosa, entre la verdad última y la apariencia, entre el rigor histórico y el delirio, que hace de No está solo un libro dinámico, complejo y renovador.