Uno de los rebotes lógicos del romanticismo del siglo XIX y su obsesión por lo arcano, lo antiguo y lo sobrenatural fue el rescate y recopilación (o creación original) de los cuentos de hadas que conocemos hasta el día de hoy. O que conocemos a medias, esencialmente la versión suavizada de aquellos cuentos -originalmente mucho más oscuros y violentos- que ofreciera Walt Disney durante el siglo pasado. Desde entonces, esos relatos han sido objeto de todo tipo de adaptaciones más o menos fieles, más sombrías, más luminosas, metafóricas, serias, graciosas y hasta porno, y cabe suponer que el cine seguirá adaptándolas en todas las variables posibles. En 2005, Terry Gilliam intentó un acercamiento a ese mundo en una clave más adulta con Los hermanos Grimm, que convertía a esos estudiosos de los cuentos tradicionales alemanes en dos aventureros que se enfrentaban en la vida real con algunas de las criaturas presentes en los cuentos que recopilaron. La película, menor pero interesante, pasó inadvertida, pero posiblemente haya sembrado la semilla para que Hollywood volviera a acercarse a este imaginario de forma distinta y actualizada, dejando atrás el modelo Disney pero sin ser necesariamente más fiel a las fuentes. En realidad, parece que se les encendió la lamparita al ver las adaptaciones de las sagas de El señor de los anillos y Las crónicas de Narnia, y descubrieron que los cuentos de hadas venerados por los románticos también tenían duendes, brujas, enanos y dragones, y ni siquiera había que pagarles los derechos de adaptación a los herederos de sus autores, por ser ya del dominio público.

Es así que en 2012 se estrenó Blancanieves y el cazador, dirigida por Rupert Sanders e inspirada, obviamente, en el relato “Blancanieves”, recogido y reescrito por los hermanos Grimm en 1854. El film volvía a narrar la historia de la desgraciada Blancanieves en clave más bien marcial (aunque no excesivamente violenta) y realzando como protagonista al cazador a quien la malvada reina ordena que lleve a Blancanieves al bosque y la mate, un personaje completamente secundario en el original, por más que su incumplimiento de esa orden sea esencial para que la historia exista. Esa película no tuvo muy buenas críticas, pero logró un resultado de taquilla suficiente para que sus productores decidieran filmar una secuela.

El problema obvio es que la historia de Blancanieves no deja mucho espacio para una continuación. Los productores decidieron recurrir a otro de los cuentos de hadas románticos y fusionarlo con los personajes de Blancanieves. Eligieron “La reina de las nieves”, que no fue rescatado por los Grimm, sino que es obra de la imaginación de su contemporáneo danés Hans Christian Andersen. Deben haber pensado que no es lo mismo pero es igual. Y el resultado es El cazador y la Reina del Hielo, que toma personajes de “Blancanieves” y de “La reina de las nieves” para contar una historia que no tiene nada que ver con esta ni con aquella.

La película comienza como una precuela de Blancanieves y el cazador, y cuenta una versión diferente de cómo el cazador (Chris Hemsworth) perdió a su esposa, en esta ocasión por culpa de la despechada Reina del Hielo (Emily Blunt), que es presentada en la trama como hermana de la hechicera Ravenna (Charlize Theron), villana del relato de Blancanieves. A pesar de que la película anterior culminaba sugiriendo un romance incipiente entre el cazador y Blancanieves (Kristen Stewart), que dejaba de lado al tradicional príncipe, este segundo film, del que Blancanieves está completamente ausente, da a entender en forma sucinta que aquel amorío no llegó a concretarse, dado que el cazador aún sigue preso de los recuerdos de su esposa fallecida... que en este film es interpretada por Jessica Chastain y no está muerta en absoluto, aunque su consorte así lo haya creído durante años.

El cazador y la Reina del Hielo cuenta la historia del reencuentro de los integrantes de esa pareja -que además resultan ser un par de supersoldados, entrenados en las artes marciales desde niños- y su lucha contra la Reina del Hielo (que lleva adelante una pérfida cruzada en contra del amor) y su hermana Ravenna, que había muerto en la película anterior pero resucita gracias a su pertenencia al gremio de las hechiceras. El cazador y su redescubierta esposa llevan adelante su gesta acompañados por dos de los enanos que habían protegido a Blancanieves (y por dos enanas que se les suman por el camino) y la cosa en general tiene el tono entre divertido y solemne que impregnaba a las adaptaciones de Las crónicas de Narnia, aunque desprovisto de las metáforas cristianas de aquella franquicia no demasiado exitosa (curiosamente, el cristianismo sí era un elemento esencial en el cuento de Andersen “La reina de las nieves”, pero evidentemente fue desechado en alguna parte del proceso de escritura del guion).

El director debutante Cedric Nicolas-Troyan, que había sido supervisor de efectos especiales en el film anterior, llena la pantalla de blancos y azules sin preocuparse demasiado por desarrollar mucho la metáfora del combate de los dos amantes contra la gélida enemiga del amor, pero consigue algunos hallazgos visuales bastante originales, como un muro de hielo transparente que falsea la realidad de lo que está del otro lado, o un búho de hielo que oficia como los ojos de la reina helada; sin embargo, esos logros se pierden dentro de una historia que no llega a ser ni épica ni naíf, y que parece más que nada un recurso automático realizado a falta de mejores ideas. El elenco es bueno y atractivo, y no hay mucho más que decir sobre esta película menor, olvidable y fundamentalmente inocua.