Hace mucho tiempo que Ricardo Darín se ha convertido en la joyita de los actores argentinos, con independencia del proyecto en el que esté involucrado. Después de haber ganado un premio Goya como mejor actor por Truman (Cesc Gay, 2015) y mientras presenta su último film, Koblic -película dirigida por Sebastián Borensztein y ambientada durante la última dictadura militar argentina-, Darín vuelve a Montevideo, pero en un rubro distinto: junto a Érica Rivas, con quien ya se había cruzado en la exitosa Relatos salvajes, presentará Escenas de la vida conyugal, con la dirección de Norma Aleandro. Estrenan el miércoles a las 21.00 en el Auditorio del SODRE y, debido a la asombrosa venta de entradas, la obra se mantendrá en cartel hasta el lunes inclusive.

La historia de Escenas de la vida conyugal es bastante conocida: en 1973, cuando Ingmar Bergman ya se había convertido en un cineasta de culto en buena parte de Europa y su inquietud creadora ya se había transformado en un sello inconfundible, decidió crear una miniserie de seis capítulos para la televisión sueca. Su repercusión trascendió las fronteras, a tal punto que distribuidores estadounidenses e ingleses le propusieron que redujera la serie a una película de 167 minutos. Bergman adaptó su guion para el cine, con Liv Ullmann y Erland Josephson en los papeles principales, el film se difundió en el circuito internacional y su éxito contribuyó a consolidar el prestigio del director, cosechando una importante lista de premios, incluido el Globo de Oro (otorgado por la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood) a la mejor película extranjera en 1974. Más tarde llegó la versión teatral, que el propio Bergman estrenó en Múnich.

El eje de Escenas de la vida conyugal es la crisis del matrimonio burgués: una pareja, Johan y Marianne, interpreta una sucesión de situaciones vinculadas con su relación cuando estaban casados y después de su divorcio. En el transcurso de la obra, las escenas pueden volverse divertidas, dramáticas o incluso violentas, dependiendo del proceso que transitan los personajes. Al comienzo, ambos se proponen e intentan, como sea, impedir la disolución de su matrimonio, condenado por la soberbia y la intransigencia. Y si en los años 60 -más que nada a partir de la trilogía integrada por Detrás de un vidrio oscuro, Luz de invierno y El silencio (1961, 1962 y 1963, respectivamente)-, Bergman parecía obsesionado por la existencia de Dios, a partir de Escenas de la vida conyugal esa obsesión se traslada a la esencia del amor: desde su existencia y su manifestación hasta su expresión -¿física? ¿espiritual?-. Y como ya había hecho en otros de sus trabajos, el cineasta sueco logra despojarse de todo lo secundario para entregarle al espectador el hueso de la emoción pura, de la herida abierta.

Adaptada a la comedia en la versión que llega a Montevideo, esta obra seguramente mantenga la esencia de Bergman, que logró ingresar, como nadie, en la psicología de los personajes, y a partir de ahí retrató sus pasiones y sus culpas irredimibles. No sólo participan dos actores de la talla de Darín y Rivas, sino que además tienen como directora a un emblema de la escena argentina como Aleandro, que trabajó 24 años atrás en una de las puestas más recordadas de Escenas de la vida conyugal, junto con Alfredo Alcón. Sobran las credenciales.