Es frecuente que las películas de Hollywood de temática muy definida vengan en pares, de modo que a cada terremoto le corresponde un tsunami; a cada Perseo, un Aquiles; a cada Soldado Ryan, una delgada línea roja, etcétera. Esto se debe a la tendencia de los grandes estudios a meter las narices en los proyectos de su competencia cada vez que se sienten faltos de inspiración; pero también a una simple sintonía de intereses temáticos coexistentes, a una afinidad del Zeitgeist, podríamos decir, que produce casualidades (aunque tal vez lo sean y tal vez no). El asunto es que a las carteleras suelen venir más o menos al mismo tiempo películas muy parecidas, que dialogan entre sí y a las que es imposible no comparar.

Esto viene a cuento de las casi simultáneas Truth (verdad), de James Vanderbilt -titulada en castellano, en forma delatora y de pésimo gusto, Conspiración y poder- y En primera plana, de Tom McCarthy, ganadora del Oscar a mejor película, claramente influenciadas por la clásica Todos los hombres del presidente (Alan Pakula, 1976), y con tantos puntos en común que -de no haber estado tan próximo el estreno de ambas- se pensaría que la primera fue un claro intento de subirse al exitoso carro de la segunda. Pero no es así, y, aunque se trata de dos films disímiles en sus logros, son a la vez sorprendentemente complementarios en su aproximación al poder y a (la debilidad de) el periodismo, en tiempos en que la mera existencia de esta profesión está en entredicho.

Al igual que En primera plana, Conspiración y poder se basa en un escandaloso caso real de mediados de la década pasada (en los meses previos a la reelección de George W Bush para la presidencia de Estados Unidos, en 2004) y en una investigación periodística que hizo detonar ese escándalo (llevada adelante por un equipo del legendario programa de televisión 60 Minutes, de la cadena CBS, que decidió indagar cuál había sido el papel del entonces presidente y candidato republicano durante la Guerra de Vietnam).

En el marco del bizantinismo nacionalista (y belicista) que imperó en dicha campaña, los operadores republicanos desplegaron una enorme energía para relativizar la condición de héroe de guerra del candidato demócrata, John Kerry, que había conseguido varias medallas como comandante de una lancha de patrulla durante aquel conflicto del sudeste asiático: intentaron demostrar que tal vez no había sido un héroe tan grande. Se trataba de una jugada peligrosa, si se tenía en cuenta que el legajo bélico del candidato republicano era casi inexistente, y que incluso había dudas acerca de la voluntad de servicio de Bush junior durante ese conflicto, lo cual se presentó como una presa más que atractiva para un equipo de investigación osado como el de 60 Minutes.

Los hechos relacionados con aquella investigación y sus resultados fueron de público conocimiento en Estados Unidos (aunque no tanto en nuestro medio), pero es imposible ahondar más en la temática de este film sin revelar los grandes nudos temáticos de la historia. Así y todo, no es demasiado brutal o aguafiestas señalar que, aunque Todos los hombres del presidente o En primera plana traten del a veces inesperado poder del periodismo para enfrentarse a instituciones con el poder de la iglesia católica o de la misma presidencia de Estados Unidos, exponiendo públicamente sus trapos sucios, los periodistas siguen siendo, en la mayoría de los casos, un “poder” débil y expuesto. Un poder realmente muy relativo, cuyas responsabilidades son por lo general invisibles para quienes acusan al conjunto de los periodistas de ser sirvientes impunes de terceros intereses, sin percatarse de los riesgos laborales (e incluso físicos) que entraña enfrentarse con un verdadero gran poder desde el enclenque estrado de una página de diario o un programa televisivo.

Si En primera plana era un recordatorio de la función investigadora y de agente social que aún conserva el periodismo, Conspiración y poder expone la fragilidad y la inseguridad personal -aun de sus exponentes más notorios y prestigiosos- que implica este oficio de escasas recompensas y reconocimientos, completando un cuadro del que la ganadora del Oscar sólo exhibía la cara más brillante.

Pero sería injusto achacar el menor éxito de Conspiración y poder a su óptica más oscura, porque en términos estrictamente cinematográficos es una obra menor que la de McCarthy; el director Vanderbilt, guionista de películas tan distintas como Zodíaco (2007) y las dos últimas de la franquicia del Hombre Araña (2012 y 2014), en lugar de optar por el estilo seco y concentrado de En primera plana, abre la cancha a los dilemas personales de sus personajes principales -especialmente a los de la productora de 60 Minutes, Mary Mapes, interpretada profesionalmente por Cate Blanchett-, y cae en varios lugares comunes de los dramas políticos “humanos”, lo que aproxima el resultado al de la serie The Newsroom (2012-2014), con sus excesos y romanticismos.

Más allá de esto, Conspiración y poder constituye una propuesta interesante, aunque más no sea por su temática y porque arroja luz sobre un aspecto poco conocido y reconocido del periodismo: su falibilidad y su vulnerabilidad, que quienes lo practican tienen siempre presente.