Los Mareados presentará mañana, en el teatro Solís, su flamante DVD -y CD- en vivo, que contiene canciones propias, tangos, retiradas y hasta la “Marcha de la vuelta ciclista del Uruguay”. Por tal motivo, Guillermo Lamolle -quien además es director, letrista y arreglista de la murga La Gran Siete, e integra el grupo Asamblea Ordinaria desde fines de los años 80- anda con una guitarra en su espalda, ya que, luego de esta entrevista, partirá raudo a ensayar.

-Los Mareados surgió para hacer algo en invierno. ¿Arrancaron cantando tangos?

-No me acuerdo bien si empezamos con murgas o con tangos, pero “Uno” y “Yira yira” salieron enseguida. Y, obviamente, el nombre es por el tango. Incluso hubo un tiempo en el que nos invitaban de Joventango y cosas así. Siempre se usó el tango, pero no con las letras originales. Me acuerdo de Araca [la Cana] cantando “Cambalache” fuera del carnaval, en los 80. Supongo que habrá habido alguna otra, pero no recuerdo muchas.

-En el DVD que editaron, grabado en vivo en el teatro Solís, hay una arriesgada versión de “Eleanor Rigby”, de The Beatles.

-Muy arriesgada; no había posibilidad de que saliera bien. Soy espantoso cantando en inglés y era el que llevaba la voz... Reprodujimos el arreglo de las cuerdas, cambiando algunas cosas de octava, porque es imposible. Nunca más lo cantamos porque nos emboló volver a ensayarlo. Ahora ya no me acuerdo cómo era el arreglo. Hacer un arreglo de instrumentos con la voz siempre es molesto, porque no es lo normal. Lo que hacen los instrumentos no es lo que hacés normalmente con la voz; entonces, te exige el cerebro de una manera que a esta edad ya no da.

-Tenés una influencia bien marcada de The Beatles. Por ejemplo, “La luciérnaga”, de tu segundo disco solista [Ciruelas, 2014], tiene una llevada bien beatlera.

-Sí, totalmente. La hice casi como un ejercicio, imitando esas marchitas de Paul [McCartney], como “Your Mother Should Know”. Es lo que más escuché en mi vida. Aunque escuche otras cosas, cada tanto siempre vuelvo a The Beatles. En el concepto de los arreglos, nunca vi nada que se les parezca. Incluso en los covers, de esos que son exactamente iguales, en la parte tímbrica no suenan igual; no sé qué hacían los tipos. La mitad de los sonidos no los identifico. Esas cosas que se oyen... ¿Qué es eso? No es una voz, no es un instrumento; después mirás la ficha y es una trompeta. Pero, ¿qué hizo, la tocó adentro de un wáter? Suena muy raro. Me atrae mucho eso: escuchar y no identificar ningún sonido.

-¿Por qué La Gran Siete no salió este año en carnaval?

-Porque me pudrí de que me pijearan. Este año me peleé con DAECPU [Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay]: hubo un intercambio de mails con la directiva, o con algún vocero de la directiva que no sé quién era, porque me contestaban por medio de una secretaria. Resolví no salir más. La murga, si quiere, puede salir, pero este año no se organizó.

-¿Las “pijeadas” en qué se materializaban?

-Por ejemplo, hubo una ausencia de funcionarios de la Intendencia [de Montevideo] en el momento de armar la escenografía en la segunda rueda del Teatro de Verano. El encargado de armar la escenografía de La Gran Siete discutió con la encargada de la Intendencia de organizar eso. El resultado fue que DAECPU suspendió por todo el carnaval al tipo que discutió con la de la Intendencia. Eso es una pijeada. No merece más comentarios.

-La Gran Siete debutó en 1990. ¿Cómo has visto el devenir del carnaval desde aquel año?

-Hubo vaivenes. Un poquito después de que entramos fue el auge de la puesta en escena cuantitativa. Era una fiebre de mover lo que fuera en todo momento, para que no te pudieran decir que no te movías. Los brazos para arriba... Una cosa rarísima. Después se aprendió a hacer una puesta en escena más funcional a la letra. En cuanto a los textos, cuando yo entré ya había decaído la parte más política antidictatorial -por motivos obvios, ya hacía cinco años que no había dictadura-, pero si bien hubo una explosión de cheguevarismo cuando se pudo, después hasta los propios letristas se aburrieron de eso. Entonces, no se sabía bien sobre qué escribir. Empezó a haber una especie de tercera vía, que no era ni la Unión ni La Teja: Contrafarsa, la BCG, nosotros y alguno más que apareció después, que no hablábamos todo el tiempo de la izquierda y de la libertad, y tampoco hacíamos chistes verdes uno atrás del otro, como era lo característico de la Unión en ese momento, sobre todo a partir de la dictadura. Luego vino la murga joven, que desacartonó mucho los textos y fue una explosión de frescura, pero después se agotó, el carnaval se la chupó. Los grupos fueron absorbidos por el concurso, y empezaron a preocuparse por cantar bien. Una cosa cuantitativa clara, por ejemplo, es que al principio entraban con cinco mujeres, y a los tres años tenían una; era cuestión de sonar. Dejaban una y la mantenían como bandera: “Tenemos mujeres”. Eso, que no está mal, también se veía reflejado en todo el espectáculo, que empezó a ponerse más almidonado. Y hoy, no sé; este año ni fui. No vi nada. No tenía ganas.

-En los últimos años se puso de moda el debate sobre si una murga de izquierda debe criticar al gobierno del Frente Amplio. Pero el carnaval existe hace más de un siglo; en alguna época habrán existido murgas afines al partido que gobernaba.

-Sí, en casi toda la historia. Digamos que, hasta el ochenta y poco, la mayoría de las murgas eran del mismo palo que el gobierno. Así que eso es lo normal.

-¿Y no existía ese debate?

-No. Porque viste cómo es la gente, se acuerda de la década anterior y no más. Cuando ganó el Frente por primera vez, había habido un período en que las murgas eran más bien de izquierda, y los gobiernos de derecha; entonces, cuando ganó la izquierda, todos dijeron: “Oh, ¿cómo es posible?”. Nunca me lo planteé como problema, porque era lo normal. Lo raro era lo otro.

-Sin embargo, este año en las redes muchos analizaban si las murgas criticaban la gestión de ANCAP o si le daban palo al gobierno. Parece que la política pasó a ser lo más importante del carnaval.

-Sí, a mí no me importa de lo que hablen; si me divierten, me divierten. Hay murgas que hacen crítica social, no política. Cuando Queso Magro hizo aquello de los celulares, era una autocrítica social, una joda sobre toda la enfermedad que tenemos con los celulares -y era cuando recién empezaban-. Eso también es crítica, y no tiene por qué ser crítica decir que el gobierno es corrupto; sobre todo, cuando no sabés si es corrupto. Hay un error en el que se ha caído mucho en carnaval: decir que hay que criticar a los íconos, sean McDonald's o Coca-Cola, sin importar lo que digas de ellos. Si decís que Coca-Cola es transgénica, todo el mundo te va a aplaudir. Pero nadie sabe bien qué tiene la Coca-Cola.

-Eso es ser efectista.

-Es ser efectista y quedar bien. A nadie le importa si es verdad lo que estás diciendo cuando atacás a un ícono. Eso es una cosa que siempre detesté y por la que tuvimos discusiones dentro de la murga.

-A veces a una murga se le exige que denuncie hechos, como si el carnaval fuera periodismo y no una expresión artística.

-Es que es una mezcla. El carnaval no es nada. Antes había cosas que eran políticas, pero... Por ejemplo, el cuplé “del comisario”, aquel del año sesenta y no sé cuánto, con el que el Canario Luna se hizo medio famoso: le habían robado a alguien en Pocitos, y metieron en cana a un montón de personas, que resultaron ser todos hijos de famosos, menos uno, que pasaba por ahí y cayó. Ese quedó en cana -el Canario hacía de ese tipo- y los demás no. Era una crítica política, pero no al gobierno, sino a algo mucho más institucional y eterno, que es la arbitrariedad de la Justicia. Esas cosas siguen estando, y se pueden criticar sin necesidad de embanderarse.

-¿Qué buscabas cuando escribías para la murga?

-Algún tema que me provocara, ante todo, ira, y le buscaba la joda, el lado jocoso. Entonces, cuando la joda va mezclada con la ira, te salen esas cosas crueles que funcionan mucho y te dejan contento. Pero no buscaba darle a uno u otro, sino algo que me molestara. Es una crítica que te sale de adentro; por lo tanto, es la única auténtica. Si vos te ponés ecologista, es un embole; todo el mundo está de acuerdo con que hay que cuidar la naturaleza. O si te ponés pacifista... Imaginate el “cuplé de la paz”. Y hay murgas que lo hacen. No me rompás los huevos, somos gente grande.

-O el “cuplé de Greenpeace”.

-Ahí va. Pero hay, y es aplaudido, y les va bien. Esa es la parte que no me gusta del carnaval.

-En Facebook tenés mucha actividad; ahí encontraste otro camino para desarrollar tu humor.

-Sí, lo que pasa es que Facebook es muy inmediato, es un peligro: se te ocurre algo y lo ponés. A veces he borrado cosas, porque después de que las pongo pienso: “Qué animal”, o “qué poco comprobable que es esto”. En los últimos años me costaba escribir para carnaval; todos los chistes que se me ocurrían sobre un tema ya habían salido en Facebook, porque son miles de personas pensando chistes sobre cualquier noticia. Y si yo no sabía, alguien me decía: “Bo, eso ya lo dijeron”. Internet es malévola para el carnaval y para escribir humor en general. A veces averiguás: “¿Alguien lo comentó?”, “no, tenía tres ‘me gusta’”. “Ah, ta, entonces lo hacemos igual”.

-Me quedé pensando en el tema de la afinidad entre las murgas y el gobierno: quizá la diferencia con décadas anteriores es que ahora el carnaval se ha institucionalizado, es la expresión cultural oficial. ¿Cómo te cae eso?

-Me embola. Que esté tan bien visto fue una cosa que también me alejó del carnaval. Antes estaba mal visto y era mucho más lindo. Además, está bien visto por cada caracagada... Si fuera bien visto por alguien que valiera la pena... Pero cuando todos estos mamones empiezan a hablar bien del carnaval, te dan ganas de irte.

-¿Quiénes?

-Los políticos, los encargados de cultura de las diversas dependencias estatales y hasta los actores de teatro hablan bien del carnaval ahora.

-¿Antes el teatro no se llevaba bien con el carnaval?

-No se llevaba mal, pero en general era visto como una cosa medio terraja. Pero lo digo en joda, porque tengo amigos actores. También tengo amigos putos y negros.

-Hace unos años se armó lío cuando Walter Cucuzú Brilka hizo el personaje “Gayman”. ¿Cómo es escribir humor en estos tiempos de tanta corrección política?

-Cuando empecé a escribir era políticamente correcto, pero cuando vi que empezaba a ser la voz oficial, me puse políticamente incorrecto. El último año nos sacaron puntos por unas ordinarieces que decíamos en una parte; y antes en La Gran Siete era imposible pensar en eso.

-¿Qué decían?

-“Las murgas de antes rimaban con ‘disimulo’, ‘roncha’ y ‘verija’; ahora la murga joven es más clara y elocuente, dice: ‘Culo del orto, concha de la pija’”. Era con música de boleros. Nos mataron; y eso que estaba usado intelectualmente, analizando. Ya nos había pasado con unas puestas en escena: nos sacaron puntos por unos movimientos de cadera. En el reglamento del carnaval dice que no se puede hacer gestos obscenos. Se supone que mover la cadera de atrás para adelante con las manos en la nuca es obsceno... y más hablando de Tabaré [Vázquez]... Esa parte empezó a embolar. Yo entiendo totalmente al que pertenece a una minoría y se siente harto de que le rompan los huevos con los chistes, pero entiendo que el otro también es una minoría, de otro tipo: a Cucuzú lo usamos para hacer chistes, “ja ja ja”, y, en cierto modo, lo tenemos como un clown. Está bien que se discuta, pero que el tipo no pueda salir más haciendo esos chistes me parece una taradez. Que se eduque a la gente para que sepa valorar o no determinadas cosas; pero, ¿prohibir?

-Muchas letras de tango, desde el punto de vista políticamente correcto, no se podrían cantar más.

-Claro, pila. Yo no creo que dure mucho todo esto de lo políticamente correcto llevado al extremo, porque es insostenible.

-Carlos Gardel cantó varios tangos que son bravísimos.

-“No te rompo de un tortazo, / por no pegarte en la calle” [“Tortazos”, de José Razzano y Enrique Maroni]. Está lleno de esos. Era un chiste, pero a su vez lo hacían. No sé si el que lo cantaba le pegaba a la mujer, pero era una cosa normal, y obviamente está mal. Ahora, lo de cantarlo ya es una discusión más sutil. He presenciado discusiones sobre hasta dónde el que lo canta en joda lo está defendiendo en los hechos. Hasta cierto punto, sí, pero si prohibís todo eso, también estás defendiendo otro tipo de cosas, que no están muy bien.

-Cantar alguno de esos tangos misóginos no significa necesariamente estar de acuerdo con su contenido.

-No, claro. Pero ahora los tangos se cantan en joda; no existe el tango en serio. Cantamos “Por una cabeza”, y yo fui dos veces al hipódromo en mi vida. Me estoy refiriendo al personaje del tango, no a mi vida. Son cosas que no pertenecen a nuestro mundo. Es lo mismo que cantar una de Frank Sinatra en inglés. Y si cantás la del tipo que le encajó 20 puñaladas a la mina, obviamente no estás autorizando eso. Es un tema difícil de racionalizar. Yo no me cuido demasiado.

-¿Alguna vez tuviste un problema con eso?

-Más allá de lo del carnaval, no. El carnaval se convirtió en el lugar más pacato. Prendés la televisión a las cinco de la tarde y escuchás muchas más ordinarieces que en el carnaval. Y se multan esas cosas -las poquitas que hay-. Eso pierde la gracia y te obliga a hacer cosas que sabés que te sacan puntos. La historia de La Gran Siete ha sido perder puntos por cosas que, si no las hacés, no sé para qué vas...

-Sos doctor en Biología y licenciado en Oceanografía Biológica. ¿De qué se trata esa última?

-Era una carrera que hubo unos años y que después desapareció. Era parecida a la licenciatura en Biología, pero especializada en organismos marinos y en ecología marina.

-Entonces, tenés formación teórica para hacer un “cuplé de Greenpeace”.

-Sí, totalmente. Hasta salíamos en barquito.