Roberto Calasso (Florencia, 1941) ocupa un alto sitial en el panorama de las letras italianas contemporáneas. En 1961, con sólo 21 años, entró a la editorial italiana más prestigiosa, Adelphi, y diez años después se convirtió en su director. En paralelo a su trabajo editorial, Calasso desarrolló un importante proyecto que rastrea la relación entre lo mundano y lo religioso, creando una especie de género propio en el que se cruzan el ensayo y el relato, y en el que rescata a la “literatura absoluta” como la única isla de pureza posible en cualquier época.
“El arte del ensayo alcanza en él una de sus más altas expresiones, acaso única en la cultura europea reciente”, se indica en el fallo del jurado del premio Formentor a las Letras 2016, que anunció a Calasso como el nuevo autor galardonado. Así, la hibridez literaria, filosófica y estética del escritor italiano ha sido distinguida por una de las distinciones europeas más destacadas, que apunta a reconocer el conjunto de una obra, sin distinciones de países o idiomas, y ofrece una dotación de 50.000 euros. Este autor “restaura la integridad de pensadores y artistas a veces descuidados por la historia, pero imprescindibles a la hora de entender la mutación de nuestra experiencia cultural”, expresó el jurado, presidido por el español Basilio Baltasar (editor y periodista), e integrado también por Victoria Cirlot (académica y editora) y los escritores Ramón Andrés, Francisco Ferrer Lerín y Vicente Verdú. El fallo agrega que su obra “discurre por senderos narrativos y reflexivos en donde la belleza literaria, el rigor conceptual y la intuición poética conforman una insaciable inteligencia”. En cuanto a su prosa, aseguran que es “alumbradora y requiere una atención constante del lector. Su obra integra un ambicioso discurso de corrientes filosóficas, estéticas y morales de muy diversa procedencia. La amplitud de campos de conocimiento que abarca su mirada constituye el fundamento mismo de una cultura humanista tal y como será rescatada en la posmodernidad de nuestro siglo”.
Calasso es considerado uno de los autores europeos claves de fines del siglo XX y comienzos del XXI por obras como K (1996), enteramente dedicada a la figura de Franz Kafka, o su primera novela, El loco Impuro (1974), en la que Sigmund Freud es uno de los protagonistas. Con La ruina de Kasch (1983) llamó la atención de la crítica, sobre todo por su original análisis de la Revolución Francesa a partir de los mitos antiguos tanto orientales como occidentales, que exploró en Las bodas de Cadmo y Harmonía (1988, sobre la mitología griega), y en Ka (1996) y El ardor (2010), ambos centrados en la mitología de India, el segundo de ellos especialmente dedicado a indagar sobre el concepto de sacrificio en el pensamiento de la Antigüedad (contraponiéndolo a una sociedad moderna que, en opinión de Calasso, mantiene la necesidad del rito pero ha perdido la experiencia de la vía sacrificial para el acceso a lo divino, y con ella la convicción de que la naturaleza tiene un significado). Otros de sus trabajos más destacados son Los cuarenta y nueve escalones (1991); la arriesgada La literatura y los dioses (2001, premio Bagutta), surgida a partir de ocho clases magistrales en la universidad de Oxford (institución que también ha tenido entre sus conferencistas a Umberto Eco); y Cien cartas a un desconocido (2003). Con la distinción a este escritor y editor italiano, el Formentor vuelve a ratificar su tendencia universal y la impronta de sus primeros años. Auspiciado por la editorial española Seix Barral con el apoyo de varias editoriales de otros países y del hotel Formentor de Mallorca, este premio tuvo un primer período de 1961 a 1967, cuando lo ganaron, entre otros, el argentino Jorge Luis Borges, el irlandés Samuel Beckett, el estadounidense Saul Bellow y el polaco Witold Gombrowicz en la categoría internacional, al tiempo que se concedía otro galardón a obras presentadas por alguna de las editoriales, que luego eran publicadas por las demás. Luego tuvo una prolongada interrupción y volvió a otorgarse a partir de 2011: en esta segunda etapa lo recibieron el mexicano Carlos Fuentes, los españoles Juan Goytisolo, Javier Marías y Enrique Vila-Matas, y el argentino Ricardo Piglia. El galardón, según Baltasar, “regresa a su recorrido histórico y consolida la obligada búsqueda de lo excelente”. Reconoce los méritos de un creador, pero sobre todo, insiste el presidente del jurado, “le dice a la sociedad: ¡Léanlo, es urgente, imprescindible, hacerlo!”. Y así, el aporte de Calasso añade “a la confusa encrucijada de nuestro tiempo. Es esencial pues interpreta y traduce lo que parecía olvidado, perdido: lo actualiza y le da un sentido en los dilemas de lo contemporáneo”.
Los escalones del género
“Desde hace más de 20 años escribo un solo libro compuesto de muchos”, decía hace un tiempo Calasso, distinguido por su nueva forma de abordar el ensayo narrativo, sin notas al pie ni referencias por el estilo. Tal vez por eso mismo, la crítica se vuelve muy confusa al momento de clasificarlo, y alterna entre etiquetarlo como “ficción” o “no ficción”. Si bien lo sagrado y lo divino siempre están presentes en su obra, el autor es tajante cuando asegura que no es necesario incluir, para referirse a su trabajo, la palabra “religión”, ya que “literatura” es suficiente. Cuando se le consulta sobre el origen de su interés por los “antiguos primitivos”, como él los llama en Las bodas de Cadmo y Harmonía, responde que, francamente, no lo sabe: “Me queda muy claro que lo encuentro por todos lados. Lo que es definitivamente seguro es que si nos enfocamos en algunos textos, como los Upanishad en la parte de la India, o todo lo que sucede entre Parménides y Platón en la parte griega, es inevitable tocar los temas esenciales sobre los cuales vivimos, sobre los que está basada nuestra vida, mientras que si buscamos entre pensadores más recientes, excepto Nietzsche, no las encontramos: tenemos que ir a la Antigüedad”.
En el epígrafe de Las bodas... se lee una frase del historiador romano Salustio: “Estas cosas no ocurrieron jamás pero son siempre”. El conjunto de las obras de Calasso se despliega bajo la constante sombra de los dioses, o sea, desde una serie de señas y guiños a mitos que se repiten, como el del dios transformado en toro que observa a una muchacha caminar por la orilla del mar, o el de la ninfa que es a la vez una serpiente y una fuente de agua. En definitiva, siempre se encuentran arquetipos y resonancias literarias con innumerables significados, así como momentos de epifanía.
Cuando el periodista y escritor argentino Rodrigo Fresán entrevistó en 2003 al autor de K, le preguntó cuál era su opinión, como estudioso del pensamiento religioso, acerca de esos tiempos fundamentalistas en los que, en el nombre de Dios, se estrellaban aviones contra edificios, extrañas sectas aseguraban haber clonado bebés, un papa católico en sus últimos días (Juan Pablo II) se convertía en un “canonizador serial” y un presidente estadounidense (George W Bush) prometía cada cinco minutos acabar con el “eje del mal” por medio de “justicias duraderas”. Calasso le respondió diciendo que aquella era “una época débil marcada por una literatura débil”, en la cual “la percepción de lo divino” estaba “marcada por el caos y la ceguera” y “por una componente de terror que -siendo el terror lo contrario al desencanto, sentimiento imprescindible para la creación de Gran Arte- no está generando algo demasiado bueno”. Pero agregó: “Es también en estos momentos cuando la literatura funciona como tabla de salvación y motor y, quién sabe, tal vez...”.
Cuando Fresán retomó la posta y quiso saber quiénes pensaba Calasso que, en un futuro, después de varios cataclismos, amnesias y leyendas, podrían ascender a la categoría de dioses, el escritor aseguró primero que Marcel Proust y Franz Kafka iban a sobrevivir “a cualquier catástrofe”, y cuando el entrevistador le preguntó si pensaba que en algún momento se llegaría a rendir un auténtico culto a esos autores, contestó: “¿Quién sabe? ¿Qué importa? Dejemos tranquilos a los dioses donde están. Siempre hubo y habrá muchos dioses; pero sólo hubo y seguramente habrá un solo Proust y un solo Kafka. Razón y motivo más que atendibles para creer cada vez más en ellos, ¿no cree?”.