El británico Ken Loach fue el primer sorprendido con su segunda Palma de Oro, en la 69ª edición del Festival de Cannes. Yo, Daniel Blake, su última película, recibió el domingo el premio máximo, que ya se le había otorgado en 2006 por El viento que agitaba la cebada. No fue menor la sorpresa de la crítica internacional; para nadie entraba en las quinielas la posibilidad de que triunfara ese drama sobre un hombre maduro, obligado por la seguridad social a buscar trabajo a pesar de que, por prescripción médica, debería jubilarse.

Loach aborda en la película, desde un compromiso tan inaccesible al desaliento como carente ya de vigor por lo esclerosado de su discurso fílmico y narrativo, los temas que le preocupan y que deberían preocupar a todos, pero vuelve a caer en el panfleto y a valerse de un repertorio de clichés que viene repitiendo desde hace años: una madre que, sumida en la pobreza, se ve obligada a prostituirse para poder comprar un par de zapatos a su hija y evitar así que su compañeros de escuela se rían de ella; el señor bonachón que, a pesar de estar padeciendo penurias económicas y problemas de salud, se solidariza con la situación de la familia y la ayuda en todo lo que puede. Otra vez la demagogia y los golpes bajos lograron seducir a un jurado con dudosa querencia por el cine de riesgo o más alternativo, y con gustos evidentemente muy eclécticos. Y qué raro fue ver al director australiano George Miller, presidente de ese jurado, y al actor y director estadounidense (nacionalizado irlandés) Mel Gibson entregándole un premio a Loach. Pura ciencia ficción.

El resto del palmarés no resultó menos sorprendente. Lejos del podio quedaron las favoritas de la crítica, la ovacionada Paterson, del estadounidense Jim Jarmusch, Elle, del holandés Paul Verhoeven -protagonizada por la francesa Isabelle Huppert-, y Toni Erdmann, el tercer film de la alemana Maren Ade, una comedia drámatica sobre la relación de un padre y una hija que conmovió por igual a la crítica y al público.

También dejó enojados a muchos críticos la decisión de otorgar el Gran Premio al joven quebequense Xavier Dolan por Juste la fin du monde, basada en la obra teatral homónima y algo autobiográfica del francés Jean-Luc Lagarce, pero fue una sorpresa quizá un poco más grata. Pensemos que al menos no eligieron premiar The Last Face, dirigida por el estadounidense Sean Penn, que ha pasado ya a los anales del cine más disparatado -dicho esto en el peor sentido- exhibido en Cannes. Dolan subió a recibir el premio entre lágrimas y dijo que lo que más esperaba era no haber decepcionado a Lagarce, esté donde esté (ese actor, director y dramaturgo murió de sida en 1995).

El Premio del Jurado para la directora británica Andrea Arnold fue tal vez el más merecido de este año. Con American Honey, una road-movie sobre la pesadilla estadounidense cuyos muy jóvenes personajes son el reflejo de una sociedad resquebrajada, Arnold ha tenido éxito con cada una de sus presencias en Cannes, tras los premios en ediciones anteriores a Camino rojo (2006) y Acuario (2009).

Por otro lado, el jurado tomó la muy discutible decisión de otorgar un premio compartido por la mejor dirección al rumano Cristian Mungiu por Bachillerato y al francés Olivier Assayas por Personal Shopper, una película de fantasmas, espíritus que se comunican mediante Whatsapp y asesinatos, disparatario genial protagonizado por una inmensa Kristen Stewart y que había sido abucheado por la platea en la función para prensa de la sala Debussy. La de Mungiu es una película correcta, en la que el director vuelve a radiografiar la Rumania de hoy sin acercarse a la magistral Sieranevada de su compatriota Cristi Puiu, que se volvió a Bucarest sin premios.

The Salesman, del iraní Asghar Farhadi, recibió los premios al mejor guion y al mejor actor. El galardón a la mejor actriz le fue otorgado a la filipina Jaclyn Jose, que en el film Ma’Rosa, de su compatriota Brillante Mendoza, encarna el papel de una madre que se dedica al narcotráfico en pequeña escala para mantener a su familia.

Fuera de las preferencias no poco extravagantes del jurado quedaron obras como las mencionadas Sieranevada, Elle o Paterson, que habían sido la base de una coincidencia general acerca del excelente nivel de la sección oficial de este año. Habrá que esperar ahora que esos films relegados, y no sólo los que han ocupado el foco del palmarés por razones de mayor o menor peso, lleguen a las pantallas uruguayas, para poder abrir el debate con los aficionados ajenos a los rigores y las leyes de Cannes.

Consta en actas

Largometrajes

Palma de Oro: I, Daniel Blake, de Ken Loach.

Gran Premio: Juste le fin du monde, de Xavier Dolan.

Mejor director: Cristian Mungiu por Bachillerato y Olivier Assayas por Personal Shopper.

Mejor guion: The Salesman, de Asghar Farhadi.

Premio del Jurado: American Honey, de Andrea Arnold.

Mejor actriz: Jaclyn Jose en Ma’Rosa, de Brillante Mendoza.

Mejor actor: Shahab Hosseini en The Salesman, de Asghar Farhadi.

Cortometrajes

Palma de Oro: Timecode, de Juanjo Giménez.

Mención especial: A moça que dançou com o Diabo, de João Paulo Miranda Maria.

Cámara de Oro

Divines, de Houda Benyamina.

Premio Vulcain al artista-técnico

Seong-Hie Ryu, por la dirección artística en Mademoiselle, de Park Chan-Wook.